lunes, 8 de marzo de 2021

Oda por la Estabilidad Bipolar (Parte XI)

 



Oda por la Estabilidad Bipolar


Parte XI

 

 

 


Suena Wish you were here de Pink Floyd.

 

Se trata de un tema especial, tanto para mí como para mi pareja.

Tras un periplo de más de un año como relación a distancia, nuestra unión fue encontrando pilares en cosas como ésta.

Una canción. 

Un simple tema que, cada vez que me lo pongo, me recuerda tiempos de promesa que lograron fraguar una de las épocas más felices de toda mi vida. Y eso no es moco de pavo.

En plena efervescencia maníaco depresiva, poder afirmar que uno se siente pleno e ilusionado, es mucho más de lo que cabría esperar.

 

Así introduzco este ensayo, en una fecha señalada que trataré de abordar: El día de la mujer.

En primer lugar, voy a lanzar una granada a modo de fuegos artificiales.

No debería caer en la moda algo tan importante como la reivindicación.

Evidentemente, una jornada especifica facilita y organiza toda movilización, pero también la integra dentro del sistema.

Existen abominables acciones en muchos terrenos, y deberíamos clamar al cielo por todas y cada uno de ellas a tiempo completo.

Si no, la sociedad puede caer en la visualización de un partido de tenis a múltiples bandas de naturaleza infinita. 

Distraída cada día con el plato que se tenga a bien estipular de menú.

 

Este frente de batalla concreto ostenta, cómo no, factores de auténtico escándalo.

Me basta con la contrapartida que el patriarcado esgrima como bandera y fusil de asalto: El maltrato psicológico. Se trata de un territorio que por desgracia domino, pues mi trastorno se encarga a diario de aplicarse a fondo en la deleznable tortura de mi mente.

¿Por ello tengo un pase para desahogarme con los demás?

Causar mella en la psique ajena es algo que no corresponde a ningún sector particular de la especie humana. Le pertenece, legítimamente, al conjunto. Desde que dio sus primeros pasos hasta, muy posiblemente, el fin de sus días.

Una batalla que se ha recrudecido con la irrupción de lo digital.

Un sálvese quién pueda en el que se lucha a base de puñalada trapera y por la espalda.








 

No. No me sirve como argumento contra la violencia machista.

Me suena a cazador cazurro, de mente más cruel que retrógrada.

Porque va siendo hora de apuntalar a los canallas.

 

Eso no implica mayor crueldad que la de aplicar justicia a la mezcla.

No es necesaria una vendetta agresiva y contraria a todo el daño sufrido.

Creo que, con la elegancia de consolidar e igualar derechos, la guerra quedará diluida para siempre en un ácido que solo corroerá a aquellos que se han ido beneficiando de las circunstancias especiales.

 

¿Qué circunstancias son esas?

 

La casa, la educación de los hijos, el trabajo que complementa el sueldo principal, el aguantar a la pareja colocada “porque está muy estresada”… Todo para la mujer. Vamos, adelante, que luego pagando una cena, con unas flores y un polvo todo se calma y el engranaje sigue girando.

Eso si no se tuerce la posición de privilegio.

Si chulean al machito, esos valores tan de derechas como la entereza y el honor, pronto pasarán a un puño en alto que, a menudo, hablará a golpes. O a empujones, que ya nos conocemos.

Pantomimas de un bucle que se retroalimenta en cada casa, con actos de mayor o menor envergadura.

 

Hay que romper con la podredumbre acumulada.

Ésta es tanta y apesta de tal forma que contagia a cada nueva generación.

La aplasta sin contemplaciones.

 

Hasta aquí mi escueto análisis de un tema tan trascendental.

Soy consciente de la problemática, pero no puedo sino estar a favor de soluciones que no conduzcan a la sangre.

Que sí, que se ha derramado la de miles de millones de mujeres a lo largo de la historia… Tanta como la de animales maltratados.

Déjame aclararte, querido lector, que, para mí, los animales tienen tanta o más importancia que los seres humanos.

Y no solo por su honestidad, sinceridad, pureza y lógica de vida. 

Es un hecho que apenas logro meditar más de unos segundos en las atrocidades que, constantemente, me llegan de ese clásico maltrato.

En la ciencia ficción, autores como C. Clarke propusieron interesantes soluciones, como que el ser humano sintiese durante un lapso de tiempo el sufrimiento que infringe al animal.

Paños de agua caliente para dolores de cabeza crónicos.

La solución no creo que pase por salidas violentas.

Que los toros ejecuten a cornadas la yugular de todo aficionado taurino.

Que los ciervos destrocen a cornadas los huevos gordos que exhiben los cazadores junto a sus presas.

Que los delfines en cautividad muten en tiburones en pleno show con el público.

 

Atroz, ¿Verdad?

 

Pues igual me siento yo viendo imágenes de animales caídos en desdicha.

E igual se sienten las mujeres atrapadas en “hogares” donde aguardar al dictador del gobierno de sus vidas.

Y, dicho sea de paso, igual se sienten muchos enfermos mentales cuando caen en las garras de especialistas sin moral ni ética profesional.

 

Me he guardado para el final la referencia al territorio que nos lleva ocupando todo este viaje.

Un territorio que seguiré abordando, paulatinamente, a lo largo de este camino en el que vamos de la mano.

Por hoy, dejo aquí mis palabras.

La oda está más que clara.

 







 

Oda

 

Belleza de mujer

 

 

Antorcha en mano

Rasgada la voz

Clamando por derechos

Exigiendo libertad.

 

Las garras del alfa

Apestan a masculino

Laberintos trucados

Plagados de trampas

Para que un día más

Todo siga igual.

 

Se prenden velas

En honor a siluetas 

Se cantan odas

Para cuerpos vacíos.

 

Cuerpos luego violados

Cadáveres mutilados

El olvido al que se arroja

El holocausto legalizado.

 

Belleza de mujer

Vergüenza de grupo

Gracia femenina

Silenciada rebeldía

¿Qué fue de la igualdad?

Nunca se quiso

De ella nunca se supo.





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