jueves, 11 de marzo de 2021

Oda por la Estabilidad Bipolar (Parte XII)

 



Oda por la Estabilidad Bipolar


Parte XII

 

 

 

Estoy escuchando con todos los sentidos el tema de Carlos Sadness ‘El día que volviste a la Tierra’.

Menudo sujeto este Sadness.

Teledirigida, me llega una flecha directa al corazón.

Como si se tratase de un cantautor tan profundo como canalla, cosa que seguramente es.

Es un tema que tele transporta, acariciando heridas que deberían estar cerradas.

 

Todo me sabe hoy a derrota.

Es uno de esos días que amenazan con autodestruirme, a lo largo de jornadas venideras, hasta dejarme en negativo.

Por lo pronto, estoy al descubierto para ti, querido lector.

 

Hubo un tiempo, ya pasada mi adolescencia, en que todo brillaba con los tonos y colores de la juventud.

Me dicen que todos compartimos ese recuerdo de un mundo emocionante y desconocido. Yo creo que pocos han habido tan kamikazes como yo.

Por algún motivo estoy visualizando una autovía de la ciudad de Barcelona.

Me encuentro con menos de veinte años, subido en un coche que ha de conducirme al inicio de la conquista de una vida feliz.

Altos edificios que saben a aventura pasan raudos a lado y lado de mí.

 

¿Y ahora qué?

Sin comerlo ni beberlo, mi último proyecto de vida ha sido puesto en jaque. Y con la misma jugada de siempre.

 

Es uno de los más molestos hándicaps del trastorno maníaco depresivo.

La nostalgia de un pasado que normalmente todos idealizamos se torna en este territorio en abrupta melancolía.

Tanto, que no me molestaría demasiado agarrar un cuchillo y segar mi cuello.

Así de claro y contundente.

Porque cuando el pasado contraataca por enésima vez, cuando las heridas vuelven a abrirse, el sentido de la vida pierde toda justificación.

Si ya de por sí el día a día es sumamente complejo en la pelea que hay que proponer, ¿En qué cabeza cabe seguir luchando si te sabes herido de muerte?

Quizá una muerte lenta y calculada, resultante de mezclar a diario alcohol con litio, pero no por ello es menos muerte.

 

Muerte.

Con Carlos Sadness como musa. 

Como sirena de Ulises.








 

Voy a ir a esa isla.

Voy a pasar una larga temporada con mis queridas sirenas.

Me sé su canción de memoria, tanto, que siempre me pilla por sorpresa su melodía.

En esta ocasión habla del espacio. De todo el universo. Inmenso, huérfano de belleza y hueco emocionalmente. 

Comparado con las miserias del mundo que nos rodea, no canta demasiado.

Pero, ¿Y si lo comparamos todo con nuestros ideales más utópicos?

¿No te ha pasado que puntualmente vives tan intensamente que no te importa nada todo lo que no te rodea?

Quizá es solo asunto de maníacos. O de enamorados.

 

Encuentro muchas semejanzas en la manía bipolar y el enamoramiento más ciego.

Siento si mi escrito no logra trasladar el puño que tengo en la garganta ahora mismo.

Tengo muchas ganas de llorar.

Me siento muy culpable.

Culpable de multitud de asuntos que no vienen al caso, pero sobre todo culpable de ser quien soy. 

Culpable de haber acabado siendo un loco inadaptado, discapacitado y dependiente.

Mi yo del pasado se hubiese reído ante el chiste.

Una caída de lo más alto a lo más bajo.

Y aún así, siguen apostando por mí.

Por este amasijo de dolor y frustración vestido con ira encapsulada.

 

Carlos Sadness sigue cantando, una y otra vez, la misma canción.

Como yo.

Solo que cada vez pesa más.

Cada vez, las heridas están más podridas.

Algún día la gangrena aparecerá y tendré que amputar partes de mí para poder seguir sobreviviendo.

 

Creo que el mal que me aqueja es más común de lo que pienso.

El inclemente paso del tiempo, el verdugo del reloj y la certeza de esa guadaña que aguarda cada vez más cerca.

Cuando peleas en charcos de barro demasiado discretos, la lejanía que te separa de cuanto quieres hace que ese reloj damnifique con su simple tic tac.

A veces tienes todo cuanto en verdad importa en esta vida, pero las sabandijas de las minucias resultan tan cobardes y vengativas que logran tumbar al conjunto.

 

Al final, lo más inteligente es dejar fluir. 

También es lo más natural.

Por mucho que uno quiera edificarse una mansión en lo alto de una lujosa colina, nunca deberíamos olvidar que el oleaje de la vida nos rodea de principio a fin.

Sujetos al vaivén de esas aguas, debemos tratar de disfrutar de los soleados días de calma, pelear en todas las tormentas y aprender a surfear las olas.

Como si el espacio fuese un océano.

Misterioso en sus profundidades más vastas y de naturaleza caprichosa en su superficie. Un ente en constante movimiento y crecimiento.

 

¿No parece todo lo mismo?

 

Me siento mejor tras escupir este buen número de palabras.

No tengo ni idea de si estoy persiguiendo la estabilidad o qué, pero voy subiéndome al ring de esta obra experimental con asidua tenacidad.

Quién sabe, querido lector, si algún día podré cantar victoria.

Si habrá servido de algo remar junto a mí.

 

Como dice Sadness en su espectacular tema:

 

"No, no he visto en el espacio,

No he visto en el espacio,

Algo que me guste tanto, 

Que me guste como tú…"

 

Qué bonito.







 

 

Oda

 

Luces en el universo

 

 

Charcos de barro

Pies ensangrentados

Duele al caminar

Duele con solo pensar

 

La oscuridad se cierne en ti

Te abraza con sus sombras

Te asusta con fantasmas

De viejas decrépitas

 

El sol apenas logra arrojar consuelo

La luna aburrida cuelga allí arriba

Y no hay farolillos

Ni luces por el camino

 

De pronto alzas la mirada interior

Observas el universo con tu corazón

Porque intuyes la melodía

De un concierto existencial.

 

Las lágrimas pasan a ser de felicidad

¡Escuchad lo que viene de allí!

Vienen amor, vida y alegría

Cabalgan en monturas de esperanza





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