miércoles, 24 de febrero de 2021

Oda por la Estabilidad Bipolar (Parte VIII)

 



Oda por la Estabilidad Bipolar


Parte VIII

 

 

 

 

¿Se puede borrar nuestra visión del mundo?

¿Se puede regresar a interpretaciones anteriores?

¿Se puede agarrar cuanto somos y meterlo en una lavadora?

 

No debe ser tarea sencilla, siempre y cuando negocios como los bares reúnen a tantas almas empecinadas en lograr la evasión a base de tragos.

No debe resultar fácil, teniendo en cuenta las lágrimas que misteriosamente nos asaltan en momentos no calculados.

 

Pues, si pudiésemos arder y resurgir, impolutamente como antaño, ¿Qué sería de aquellos a los que hemos damnificado en el camino?

 

No, no podemos volver atrás.

Si ni siquiera está a nuestro alcance el detener el tiempo, ¿En qué cabeza cabe pretender reconquistar aquello que en verdad terminó por escapársenos?

 

Todas las partes han comenzado presentando un tema. La melodía que habría de acompañarme durante el tecleado. Y esta no va a ser una excepción.

Suena el tema de los temas. 

El ‘Life and death’ de Lost.

Notas que ponen un puño en mi garganta y prácticamente empapan el teclado con mi llanto más inevitable.

 

En la búsqueda de la estabilidad es importante ubicar cuándo ésta fue perdida.

En el caso de un bipolar de nacimiento, parece una tarea algo compleja. Cuanto menos, complicada.

Pero dejémonos por un momento de enfermedades.

Seamos honestos, no todo en esta vida corresponde a una fase de locura.

 

Una vez fui alguien entero.

Una sola pieza buscando encajar en el puzle del mundo. Buscando el amparo y la protección que todos buscamos. Unos en el dinero, otros en sus semejantes, algunos en la naturaleza, todos parecemos andar en busca de.

Yo andaba en búsqueda y captura de mis más altos ideales.

La irrupción de lo maníaco depresivo me abocó de cabeza a la mala vida, a los malos hábitos y a lidiar con una mezcla tóxica de miedo, odio, ira, envidia, frustración y sed de venganza internas.

Como en toda la mierda que se tapa, le herida acaba por pudrirse.

Si no hay vuelta atrás, solo queda aplicar métodos de curandero sobre la marcha.

Esperar que el agujero en el navío no sea para tanto. Que no acabe por hundirlo.






 

Pero imaginemos por un momento que pudiésemos perdonarnos a nosotros mismos.

No a ese nivel de red social tan ‘posturesco’.

Me refiero a un nivel tan real como solo nuestra mente llega a concebir.

Hago referencia a todos esos malos recuerdos que nos perforan cíclicamente el corazón. Sean de la naturaleza que sean.

La fuente del dolor.

Imaginemos que pudiésemos acceder a ella. Que tuviese un rostro. Que poseyese una mirada a la que dirigirnos y en la que vernos reflejados.

Una conversación con el origen de todo nuestro mal.

 

Supongo que todo tiene que ver con la tragedia de nuestra misma existencia.

Con el lado amargo de estar vivos.

Y no se trata de andar sujetos al inclemente paso del tiempo, ni a nacer sin haber aprendido nada.

Son muchas las personas que confluyen en los mismos dolores, idénticas carencias y fatales destinos.

 

Precisamente de eso trata el término estabilidad en sí mismo.

Se trata del oasis que podemos erigir en pleno desierto.

No se habla en ningún momento de aves fénix, ni de fuentes de eterna juventud.

Se habla de estabilidad, de saber anticiparse, o cuanto menos reaccionar a tiempo, al creciente oleaje que, de no controlarse, acaba siempre en tormenta marina.

 

No todo consiste en abandonar sustancias tóxicas, sino también en hacer lo propio con ciertas actitudes que solo nos conducen a cielos y a abismos falsos.

Sí, nos enriquecen la vida.

Cuando nada más parece tener sentido y todo comienza a perder el color… Ahí está nuestra escapada tan sentida.

Echamos mano de momentos pasados para enaltecer o condenar, sin ser conscientes de que tales actos solo añaden peso a las cadenas que todos arrastramos.

 

Vemos frases motivadoras acerca de vivir el presente y aplaudimos por inercia.

Pero no entendemos un carajo de cómo aplicarlo a nuestro día a día.

 

Me voy a decir algo que va dirigido también a ti, mi querido lector.

Si en tiempos oscuros, y no me refiero a una mala racha sino a malas épocas, te agarras a una rutina de mera supervivencia, solo conseguirás llegar más tarde al inevitable hundimiento de tu mundo.

Hay casos en los que incluso se llama vida a ese ejercicio de resistencia.

Creo que mora tanta toxicidad en tales actos, que se me antoja complicado imaginar cómo siquiera poder respirar aire puro en ellos.

 

No se puede vivir arrastrando cada segundo del pasado.

Aprender pasa por desaprender.

Tener ganas de volver a equivocarse pasa por habilitar un espacio para ello.

Y si uno realiza siempre lo mismo, si colocamos cada maldito ladrillo, día a día, donde colocamos el anterior, ¿Qué esperamos?

Esperamos a la muerte.

No lo decimos, no queremos saber nada de ello.

Pero voluntariamente o no estamos acelerando el movimiento de las manillas del reloj.

 

Pienso que sería todo más sencillo si la vida no me hubiese cambiado.

Si me hubiese ahorrado la visita a las alcantarillas.

Pero antes de considerar el haberme arrastrado por años como una cucaracha, debo tener en cuenta las mariposas que han revoloteado por mi buen porvenir.

Hasta las peores pocilgas pueden estar rodeadas de verdes bosques.

Igual que los más pulcros paraísos se edifican sobre putrefactas acciones.

 

Lecciones de vida.

Aprendidas sobre la marcha.







 

Oda

 

Vida y muerte



 

Veo la playa

Recuerdo su oleaje

Un atardecer infinito

Una creciente pena sin nombre.

 

Veo una senda

Donde los farolillos

Se encienden a mi paso

Veo llamaradas al final del camino.

 

Recuerdo mi latido 

Un palpitar urgente y ansioso

Acciones erráticas 

De naturaleza utópica.

 

El mar sigue susurrándome

Incluso en la lejanía del olvido

Veo la playa

Un atardecer infinito.

 

¿Dónde está el amanecer?

¿Dónde sopla el viento frío?

El otoño se me escurre entre los dedos

Así como la arena de mis recuerdos.

 

Todo se va

Todo parte

Todo huye

Todo muere.





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