domingo, 14 de febrero de 2021

Oda por la Estabilidad Bipolar (Parte III)

 



Oda por la Estabilidad Bipolar

Parte III

 

 

 

La música celta del compositor Adrian Von Ziegler se escucha con discreto volumen en lo que supone el comienzo de una mañana de domingo.

Un café largo, aún humeante, termina de decorar el escenario desde el cual escribo.

Son notas muy bonitas las que componen esa música que tanto evoca a densos bosques. Pero también resultan calmadas y acompasadas hasta el punto de tornarse pesadas.

Aunque, quizá, sea mi estado de ánimo el que las encaja de tal forma.

 

Suelo afirmar que los domingos son días complicados. Días tramposos.

Lo que se presenta como el oasis del tiempo libre para una gran mayoría, esconde en verdad lo furibundo del acabarse de la semana.

El resultado no suele ser otro que un creciente malhumor casi obsesivo con los pensamientos negativos.

Algo así como que la guinda del pastel esté pasada.

Aunque, una vez más, quizá ello se deba a un estado alterado en mi percepción.

 

Cuando un bipolar comienza a sentir las cadenas de la depresión debe actuar rápidamente.

No obstante, ¿Cuándo los maníaco depresivos estamos exentos de ella?

Recientemente se ha descubierto que los picos altos de nuestra enfermedad no son otra cosa que intentos por contrarrestar la base depresiva que nos caracteriza. Ramalazos fugaces de la propia mente que busca salvarse del sufrimiento crónico.

Y aquí sí que no hay vuelta de hoja. Sé de lo que hablo. Y lo sé porque lo siento.

 

Los días de dolor suman ya en torno a una semana.

El inicio de las caídas en depresión suele tener mucho de ciclotímico. Como si de un domingo eterno se tratasen, las diferentes jornadas van pasando sin que puedas sentirte ni remotamente cómodo. El mal humor va creciendo, en tanto tu hogar pasa a convertirse en una pequeña prisión, que no es más que la extensión de cómo te sientes dentro de tu propia mente.

Como si la maquinaria que gesta tu habitual día a día se encontrase tan averiada que ya no tuviese sentido siquiera actuar.

De forma paulatina, la inactividad va abriéndose paso en las filas de tus rutinas. 

Lentamente, las horas de sueño van sumando alguna que otra más al cómputo diario.

Cuando te vienes a dar cuenta, tienes ya las piernas metidas de lleno en las arenas movedizas que representan la depresión.







Es en este punto donde se pretende que los bipolares quedemos.

Ni muy arriba, ni muy abajo.

Teniendo en cuenta que este viaje que has emprendido junto a mí, querido lector, versa en torno a la estabilidad, debo aplaudir tal voluntad.

A lo largo de la década anterior hubiese escupido fuego ante la simple idea de sumir a los enfermos mentales en una fase desagradable, con tal de perpetrarla por siempre.

Pero es que, ¿Cómo diablos pretendemos conquistar la estabilidad de otro modo?

No hay nada que aprender ni de la manía ni de la depresión.

Lo primero supone algo así como el sombrero de un mago loco, en tanto se sacará de la chistera conceptos, teorías y actitudes que, a lo sumo, solo nos servirán para pagarnos un billete de ida al psiquiátrico.

Lo segundo es algo tan personal como intransferible. 

Los demás pueden decidir apoyar en mayor o menos medida a alguien depresivo, pero en ningún caso podrán ver con sus ojos la decadencia del desmoronarse de su mundo.

¿Y qué sacamos en claro de ese gris territorio desolado?

Tras un buen número de fases bajas en mi haber, lo único que puedo afirmar al respecto es que no quiero estar nunca más ahí.

Es como si te solicitasen un estudio de las profundidades marinas cuando lo único que buscas es algo de oxígeno.

 

Pero, claro, la alternativa rápida de la mente es igual de tramposa.

Sin preguntas ni previo aviso, emergemos en algún punto del tortuoso trayecto con una base de energía renovada.

El ciclo que se repite, por enésima vez.

Es por ello que, en mi búsqueda por la estabilidad, ahora que me siento ubicado en el mapa de mi estado anímico, apuesto por no moverme ya demasiado.

Si bien en las manías uno puede sentirse en claro ascenso vertiginoso, el símil entre la depresión y las arenas movedizas no puede resultarme más adecuado.

El descenso es lento.

Una lucha agónica contra fuerzas invisibles pero pesadas.

Como si tu conciencia tomase por arma un martillo y por víctima tu cabeza, casi sentirás los golpes en tus hombros cuando comience a pasarse revisión y factura de tu pasado.

Pronto las arenas cubrirán tu pecho.

Pronto querrás pedir ayuda.

No obstante, como he dicho, se trata de una experiencia intransferible, en tanto a que solo tú sentirás la agonía de predecirte ahogado en la trampa en la que estás.

Solo tú verás el bosque que te rodea. Un bosque en el que, dicho sea de paso, solo te encuentras tú.

 

Siempre he esperado pacientemente por estas fechas del curso anual.

He preferido hundirme a gastar fuerzas inútilmente, sabedor de que mi mente acudiría, puntual, al rescate.

Esta vez no será así. 

Esta vez yo también dispongo de mi propio martillo y conceptos a modo de clavos que fijar:

 

Es preferible una vida estable al divertimento de una montaña rusa que tan solo existe en tu cabeza.

Es preferible lidiar con una pequeña molestia recurrente que, en el intento de evasión, perderlo todo cíclicamente.

Es preferible luchar con meticulosa constancia que no tratar de auparse en explosivas manifestaciones anti natura.

 

Mientras sello en mi interior todas esas afirmaciones, el chapoteo de las arenas movedizas resulta evidente.

Va a costar moverse a partir de este punto.

Es triste que el inicio de un ascenso montañoso de comienzo de una forma tan poco elegante.

Pero así es el camino que a algunos nos ha tocado.

 

La música celta sigue dibujando bosques de diferentes tonos verdes en mi mente.

La tercera oda de esta serie viene bastante nítida.


 






Oda

 

Las arenas del bosque

 

 

En lo único en lo que piensas

Es que has pisado mal

Maldices tu infortunio

Tu torpeza al caminar.

 

Las arenas movedizas

Cubren sin cesar

A mayores movimientos

Tan solo te hundes sin más.

 

A lo lejos las montañas

Cerca de ti, la sedante melodía

Lenta, tétrica y pesada

Del bosque musical.

 

Si no emerges pronto,

Espera un llanto sin igual

Si no espabilas, piensas

¿Pero cómo vas a reaccionar?

 

A martillazos de conciencia

Se clavan los clavos del pesar

Con la fuerza de mil soles

Se ajusticia tu caminar.

 

No ha empezado el camino

Que ya te sientes tan mal

Tan inútil como tu mente

Que cae sin protestar.





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