martes, 16 de febrero de 2021

Oda por la Estabilidad Bipolar (Parte V)

 



Oda por la Estabilidad Bipolar


Parte V

 

 

 

 

Tambores y flautines. Violines. Toda la orquesta al servicio de grandes piezas musicales del mundo cinematográfico. En concreto, justo en este momento, la épica de Spirit con una imagen de un caballo cabalgando a toda velocidad.

 

El contraste con mi momento resulta abismal.

A mi lado, la taza humeante de café.

Son las cinco de la madrugada exactamente. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

Pienso que ya ha pasado esa primera parte de la jornada nocturna en la que todo se ralentiza, como si el propio tiempo necesitase de un descanso.

A las cinco se entra ya en otra fase, como una especie de cuenta atrás que habrá de exponernos a la luz de un nuevo día.

El café quema mucho.

También se encuentra sumido en su transición.

Si lo tomo ahora, podré disfrutarlo largo tiempo a pequeños sorbos. Si lo hago en unos minutos, estará desagradablemente templado y caerá de un trago.

Pero, bien lo sabes seguramente mi querido lector, existe un término medio en esta ingesta que, a todas luces, se antoja totalmente disfrutable.

 

Así imagino la estabilidad. Así imagino la felicidad.

Pero no nos confundamos, una no es sinónima de la otra.

Viviendo como nos encontramos en pleno estado del bienestar, hay cartas trucadas en el casino donde nos mantiene el capitalismo.

Tanto da si cuando gane nuestro equipo deportivo favorito nos encontramos en un mal momento. Eso es felicidad.

Tanto da si necesitamos taparnos la cabeza con las sábanas en una festividad pirotécnica local. Eso es felicidad.

Y así podríamos hilvanar la lista infinita.

Un montón de imbéciles de cerebro sorbido tirando de los carros preferidos por las grandes masas.

Si no te sumas, eres un amargado.

Si te rebelas, te tachan de inadaptado.

Pero es que si tienes la desgracia de padecer problemas mentales, entonces directamente se te insulta a discreción. Como si supiesen que no puedes pelear, pues el sistema ha blindado a la sociedad de los locos. Como si supiesen que, pase lo que pase, tú mismo te torturarás en tu intimidad pasada la trifulca.

 

Cuando el rebaño sonríe en grupo hay que ser feliz.

Un goteo calculadamente paulatino para que nadie pueda abrir los ojos demasiado.

Como si las vidas humanas hubiesen pasado a ser pequeñas fichas de un juego de tablero, cada acción y cada jornada disponen de varios modos para ser vividos.

Uno puede pensar que se debe a la explotación de la era digital.

Pero creo que el problema va mucho más allá.







Puedes dejar tu equipo informático a un lado para disfrutar de lo que sea que traigas entre manos. Al final, sin embargo, te harán caer en una de las casillas.

¿Te gusta el postureo? Sentencia al canto.

¿No te gusta? Rápidamente serás juzgado por otro de los flancos.

Y ahí, apreciado lector, radica el problema.

Todo el juego se ha desarrollado para ser autoabastecido por los propios jugadores. E iré más allá: Por el juicio de todos ellos.

Vemos la vida ajena como si hubiésemos pagado una entrada al cine.

Si antes de la vida online los desalmados disfrutaban chismorreando y propinando puñaladas por la espalda, ahora la cosa se nos ha ido totalmente de las manos.

El circo de la información sometida a la estupidez humana.

Menuda mezcla más potente.

 

Queda claro pues mi punto de vista en torno a la felicidad.

Al menos, en cuanto a la que nos es vendida.

La verdadera es bien sabido que no se puede sostener por más de un breve lapso.

Es tan pintoresca y espontánea que cada uno sabe bien cuál ha sido su rastro al pasar ésta por su vida.

Egoístamente se calla, para atesorar el surco que ha dejado, tratando de indagar en cada pequeña pista, con tal de poder sentirla de nuevo.

Algo así como el café que he ido tomando en su tiempo perfecto.

La estabilidad, sin embargo, es harina de otro costal.

Si la oscura infusión tiene que representar la breve y fugaz felicidad, entonces lo estable del momento sería la media hora que llevo tecleando, meditando, sopesando y rehaciendo este texto.

Extrapolando estas metáforas al día a día, obtenemos que solo mediante una actitud responsable, sana y coherente, podremos saborear algún que otro buen momento. Pues si yo me hubiese hecho tres cafés seguidos, la sensación no hubiese sido ni remotamente la misma. Si no me hubiese embarcado en esta concienzuda redacción, muy posiblemente mi mente tramposa hubiese regado el momento con un extra de amargura.

Además, dicho sea de paso, si hubiese echado mano de una sola gota de alcohol, ya apaga y vámonos.

 

Entonces, ¿Por qué, si todo está tan claro sobre el papel, los días me resultan tan complicados? 

La respuesta está en la misma comparativa del café con la felicidad y la escritura con la estabilidad.

Puedes creer que has dado con la fórmula del éxito, sin embargo, en verdad, todo lo que estoy narrando puede encapsularse, a su vez, en una porción de felicidad.

Como si el levantarse de madrugada, preparar y tomar café y meditar y escribir fuese un solo acto en sí mismo.

De igual modo que me he referido a los tres cafés, debo hacer hincapié en la mala estrategia que resulta pretender sentir lo mismo por repetición.

Es imposible.

De hecho, es imposible que podamos recrear fielmente ni un solo momento de felicidad pasado. Resultan únicos.

Pero, y aquí venimos a lo verdaderamente importante, la estabilidad no está sujeta a naturalezas tan delicadas.

La estabilidad admite ladrillos de todas las formas, tamaños y colores.

Pero, claro está, requiere de nuestro esfuerzo físico y mental.

Requiere de entereza de pensamientos y sesuda actitud.

 

Justo lo que se nos escapa, tanto hacia arriba como hacia abajo, a quienes la marea nos lleva a un oleaje mayor que al resto.

 





 


 

Oda

 

Estrella fugaz

 



Sumido en sus pensamientos

Transcribiendo su interior

No pudo ver

El astro que se le escapó.

 

Invisible a los telescopios

Ajena a la humanidad

La estrella del noctámbulo

Le arrojó felicidad.

 

Etéreas sensaciones

De cobijo y bienestar

Calma madrugadora

Paz en el hogar.

 

Durante algo así como una hora

Pudo sentir el mundo girar

No con las manillas de los relojes

Sino con su lápiz al pintar.

 

Con letras dibujaba estrellas

Con palabras captaba lo celestial

Estaba de mierda hasta el cuello

Pero sonreía más y más.

Pues la estabilidad se intuía

En lejanos horizontes más allá

Palpitaba feliz su corazón

Respirando algo de libertad.

 

La memoria retiene el poso

Del rastro de un café que se apaga…






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