Largo tiempo he buscado a Gandalf.
Llegué a hipotecar mi propia respiración en esa búsqueda de noble majadería. Mi latido y mi vida.
Dicen que no solo he hecho magia. Las malas lenguas, las que no deben ser escuchadas porque nadie quiere que alcen la voz. Hablan de alquimia. De dragones. De magia y de caos.
Cuarenta y un años tengo ya.
Desde que me proyecté a sesenta años vista desde la abrupta oscuridad, nadie ha quedado indiferente. Amores, amigos y aliados danzando al son de una partitura mecida a golpes de desengaños, soledad y traición.
Pero… ¿Dónde está Sauron?
El mundo, ahora que es un lugar mágico, parece rebosar la falta de contraste que produce el arcoíris.
Me gustaría pensar en venganza. Tejer las telas de araña que conduzcan a todas las almas inocentes que ahora me rodean a sufrir la amputación completa de sus esperanzas e ilusiones.
Sin embargo, no es a mí a quien corresponde dicha labor.
La luz y la oscuridad siempre han estado enfrentadas en un delicioso baile. Y me niego a pensar… Eso es. Me niego a pensar. Quiero que sean mis latidos los que impulsen cada paso y rieguen las neuronas. Pues, en el mundo en el que vivimos, la carga de intelecto tan solo sabe a podredumbre.
Y vendrán.
Vendrán todos a decirme cosas. Vaya si vendrán.
Cientos de miles de millones de castillos de naipes forrados con piel tejana de indios masacrados. Los ‘levi's’ de los mentirosos que levantaron imperios traicionando y dejando atrás, a la espera de la prescripción volátil de estas mentes enfermas de hoy en día.
Qué bien lucen.
Peleando, mano a mano, con y en contra de las prostitutas de la moral vestidas de ‘Jack & Jones’. Gentes dispuestas a sacrificarse con tal de llegar a un beneficio mayor.
Es algo que ocurre desde abajo.
Desde unas sombras difuminadas por la maldita bruma igualitaria. Y es que ya no hay orcos a abatir. Ahora, en este infame juego de máscaras, primero dicen que hay que preguntar con educación, tratar con respeto y sopesar sin juicio ni prejuicio.
Conozco cómo proceder.
Ante el garrulo que quema contenedores. Ante su madre drogadicta y medio zumbada que pide tabaco y debe ser comprendida desde la salud mental. Ante su bendita abuela franquista fallecida.
Al pozo.
Ante el que vende humo con la ilusión de que aún no existe la telepatía. Ante los cientos de negocios que explotan el concepto de hogar dentro de su pútrida alcantarilla. Ante las grandes marcas que veneran los que ansían las posiciones intocables.
¡Al pozo!
Ante cualquiera que se levante con ese maquillaje capaz de negar la jornada previa. Ante toda su jodida educación y sus modales supuestamente exquisitos. Ante sus dioses y su salvación.
Vivimos tiempos en los que el lobo ni siquiera tiene que disfrazarse de cordero.
Le basta con vestirse de correcto, de mundano y gris.
No vaya a ser que se queme con el aceite hirviendo de una guerra en ciernes.
Entonces, dentro de mi absoluto pavor, me doy cuenta de dónde está Sauron.
Agazapado y a cubierto… Dentro de aquellos que ardan con la suficiente intensidad como para apagar su humanidad en vida.
Si por cada ilusión cavamos un pozo para esconder las miserias que nos permitan agarrar impulso… ¿Hasta dónde hemos excavado?
Neonatos que crecerán hasta dar con la fresca adolescencia.
Soy incapaz de mandarlos al pozo.
No obstante, no sería la primera vez que sabemos de alguien capaz de exterminar por deporte todo cuanto ha tratado de germinar. Son personajes manidos en la historia de la literatura. Seres que no requieren de mandar a ser alguno a ningún pozo en concreto. Pues las sombras siempre han existido y siempre aguardarán.
Tan solo hay que dejar que cada individuo excave a su gusto, para aparentar cualquier cosa con la que monetizar su vacua existencia.
Sauron aguarda. Como siempre ha hecho.
Contempla el inicio. Prevé el final.
Cobarde victoria.
Destino sellado.
Maldita humanidad.
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