martes, 3 de octubre de 2017

Dos banderas al atardecer





El joven Eric pisaba, un otoño más, las hojas que crepitaban a su paso. De colores maduros, anaranjados cual atardecer y rojizos cual cabello pelirrojo, éstas eran esparcidas por el niño que jugueteaba con ellas desde el interior del adolescente. Eso le recordó una vez más ese día a su eterna socia de aventuras en aquel paraje misterioso. Amy, la niña pelirroja que tiempo atrás dejó de ver, había llegado la noche anterior a Los Desech… No, mejor no, a su residencia.
Tanto avanzó el muchacho que fue a parar al borde de un lago donde se reflejaban buena parte de los árboles que enriquecían la naturaleza de esa zona. El sol se ponía en algún punto tras las montañas, lo cual no dejaba de otorgar a Eric un generoso margen de tiempo para completar su ritual personal. Más tarde lo efectuarían en Recta Derecha, como llamaban y se hacía llamar su residencia, pero quería hacer el suyo propio. Alzó ambas manos lo más alto que pudo, mientras asiendo sendos pliegues de tela, desplegó por completo a lado y lado de su cuerpo la práctica totalidad de una bandera bella, preciosa, a juego con los colores de ese furioso atardecer.

Las suaves manos de la bella chica jugueteaban con la corteza de cuantos árboles salían a su paso en su avanzar. Cansada por el largo viaje que la había conducido de nuevo hasta allí, bostezó, se estiró y se desperezó recordándose una vez más que aquello que estaba ocurriendo, fuese lo que fuese, era más que importante. Se le escapó un sonido, como una especie de chasquido, de la comisura de sus labios al apretar éstos y fijar su vista primero a sus costados, finalmente enfrente. Ese paradisíaco lugar sabía bien que albergaba demonios en su interior, cerca de ese infierno que solía rodear al alto mando de la residencia Recta Derecha. No quería acabar mal de nuevo, pero Dependencia Cero la había ataviado nada más llegar con ese trapo gigante al que era imposible no amar. L’estelada era una bandera con la que Amy en el transcurso de los últimos años de adolescencia había ido empatizando más y más, hasta el punto de que… En ese momento Amy se detuvo de repente. Tan solo veía una bandera desplegada ocultando a una figura, pero le resultaba tan familiar que no titubeó en gritarle: – Eh tú, escolta’m bé ruc!* – Tras lo cual, al mismo tiempo que Eric se giraba atónito hacia su posición, ella hizo lo que había reprimido ya por bastante tiempo desde que llegó, besando su bandera y alzándola con un firme y desafiante puñetazo al cielo donde tenía lugar el bello atardecer.

* ¡Eh tú, escúchame bien burro!



Eric se agarraba la inexistente barriga en un intento de calmar el dolor que le producía la punzante risa. En un principio Amy y él habían discutido de lo lindo. La pugna entre sus residencias en prácticamente todo provocaba que, a menudo, Eric se olvidase de lo mucho que los había unido desde que eran prácticamente unos críos. Pero siempre acababa por regresar tras una buena sesión de Amy. Esta en concreto los había conducido a un ocaso donde el tema a debatir era, sin lugar a dudas, qué hacer si se encontraban con el tesoro en ese campamento. Pues para eso habían y estaban
siendo entrenados allí, para dar con la respuesta adecuada.

El tesoro.
Eric se preguntaba casi de modo obsesivo de qué debía tratarse tamaño misterio, pues no solo no había sido jamás hallado sino que muchos antes que su promoción habían sido heridos en su búsqueda por los bosques montañosos.
Amy por su parte nunca se había planteado que habría de encaminarse por los boscosos senderos de ese lugar en su busca y captura. Pero también era cierto que las condiciones de Dependencia Cero se estaban haciendo del todo insoportables y el ambiente estaba muy crispado. De dar con el tesoro, debía saber actuar bien. Sin embargo, ¿Qué era bien? ¿Con sabiduría? ¿Con valentía? ¿Con aplomo? ¿Con inteligencia? ¿Con fiereza? Y así caía en un remolino de posibilidades que nublaban su juicio hasta que…
– ¡Mira, Amy! – Eric se levantó de un brinco del césped que rodeaba al lago y, tendiendo la mano a su compañera, la alzó y la estiró sin pausa a un ritmo cada vez más acelerado. Finalmente corrían.
Eric iba girando su rostro, visiblemente excitado y lleno de ilusión.
Amy pudo ver a qué se refería su compañero. A lo lejos, algo brillante se distinguía entre los árboles.
– ¡Es el tesoro! ¡Al fin Amy, y al lado nuestro! – Eric jadeaba fruto del cansancio asociado al ritmo que estaba imprimiendo a la carrera.
Finalmente, llegaron.

Se trataba de una urna, a cuyo lados, figuraban dos papeletas y un bolígrafo.
Eric y Amy quedaron en silencio largo tiempo, en pie frente a la urna, meditando la pregunta que figuraba en esas papeletas y madurando las consecuencias de lo que responder conllevaría.
Amy fue la que, de repente, cogió la mano de Eric, que respondió cariñosamente mientras llevaba su mano hacia el bolígrafo.
Todo pasó muy rápido en ese momento.
Cuerpos de seguridad de Recta Derecha se abalanzaron contra Eric y Amy, proyectándolos al suelo y aporreando de tal modo sus cabezas que, cuando sus cuerpos comenzaron a convulsionar, el charco de sangre que manó de ellos empapó sus ropajes.
Instantes antes, cuando aún hubo libertad, dos jóvenes ataviados con banderas enfrentadas votaban en paz si debían o no separarse.  
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