domingo, 28 de agosto de 2016

Experiencia bipolar sin alcohol: Parte XV



Esta serie pertenece a la obra 'La taberna: Una libreta para el recuerdo'

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3 comentarios:

  1. El alcohol siempre pone como un velo entre la persona que es adicta y los demás. Haciendo que no vea las cosas como son y muchas veces se junta con gente con el mismo problema o similar, el problema es que mucha gente parece pasar cuando decides dejarlo y te miran como: nos dejas tirados ya que no te emborrachas con nosotros. Así que esa gente no son la compañía adecuada, cuesta verlo y duele. Pero en cambio tienes que fijarte y quedarte con esa gente que ha luchado a tu lado sin importar tu estado y en los que conocerás en un futuro o ahora. Así que ánimo

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  2. Poco que objetar a este artículo máxime cuando el autor expone de forma tan certera y clarificante sus reacciones pretéritas y sus efectos indeseados tanto nivel personal como social, detallando incluso el cierre de los círculos afectivos donde solo un núcleo duro consiguió aguantar sus continuos vaivenes. Llena de esperanza constatar el continuo perfeccionamiento en la escritura y sus conceptos. Desde ese núcleo, en este caso lector, doy todos mis ánimos y fuerza para continuar esa lucha tan complicada, y deseo aparte de estos espléndidos artículos pronto nos sorprenda con algún proyecto literario imbuido en esta nueva faceta suya como escritor. Saludos

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  3. En esta entrega, el autor se deja llevar por caminos algo menos oscuros, aunque igualmente importantes. Ahonda más en la propia problemática del alcohol y su afectamiento sobre su trastorno.
    Por desgracia, en nuestra sociedad es harto común el consumo de alcohol. Podríamos achacarlo a una franja de edad o momentos concretos de la vida, pero no es así. Las famosas copas y su colocón eufórico trascienden cualquier tipo de cercado. Ya sea por intentar encajar en un grupo, por temor a alguna decisión o situación, por malos consejos o simplemente por el exceso, lo cierto es que el espíritu no siempre somos capaces de manejarlo.
    Ciertamente, nos cambia y nos acerca falsas sensaciones, distorsionadas sobre cualquier aspecto de nuestras vidas. Principalmente quiénes somos y cómo nos comportamos.
    En esos casos, la distancia entre lo que realmente queremos ser, lo que somos y lo que podemos ser se difumina con velocidad.
    Aunque también es cierto que no necesariamente las personas que están ahogándose en aguas pantanosas o sobrevuelan los cielos por algún tipo de euforia desmedida tienen que regar sus sentidos con alcohol.
    Eso, siempre es una decisión personal. Es una decisión de todos y cada uno de ellos. Realmente, no es necesario. Pero también hay que saber comprenderlo o gestionarlo. En ocasiones tenemos la cabeza tan absolutamente liada que buscamos algún de tipo de ayuda, de poder superior o externo que nos eche un cable y piense por nosotros.
    Pero una vez libre de esta tiranía, y por ende libre del famoso velo del que hemos hablado en otras entradas, el afectado debe recuperar su yo más interesante y sano. Y siendo así, acercarse o recuperar a aquellas personas que en esos momentos de claridad comprenda que siguen ahí y en las que crear y creer.
    O personas que estuvieron ahí y de las que separó voluntariamente sin dejarse ayudar. O tal vez personas que aparecen y con las que se puede sembrar cualquier tipo de relación para el futuro.
    Personas de las que rodearse. Porque son necesarias. Porque pueden ayudarle.
    Sea como sea la reinstauración del “yo” real, de aquel que no está sujeto a variables exógenas destructoras, es necesaria y recomendada. No hay nada mejor que conocerse a uno mismo y quererse de esa manera para que el resto de la gente pueda quererle también.
    Y puedo dar fe que no hay nada mejor que observar su rostro cuando habla libre de excesos.
    Con la mirada y el alma serena.



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