lunes, 4 de julio de 2022

Tercera Experiencia Bipolar Sin Alcohol (Parte IV)

 



Parte IV



Las nubes se arremolinan en el horizonte de azules.

Desde mi terraza, sonrío al dibujo del Mortadelo con pelo que restauré hace casi veinte años.

Café humeante en mano, siento como los vientos que anuncian el fin del verano mecen mi cabello y acarician mi rostro.

Llevo una chaqueta ligera, tejanos y bambas blancas como calzado. Pronto saldré a dar una vuelta. A deambular por las rocas que conozco tan de memoria, que incluso ciego podría guiarme. A perderme entre acantilados y calas tan familiares, que no me extrañaría escuchar las voces imposibles de los que ya no están.

Aunque la realidad me catapulta lejos de ese escenario. Del mar que ya no sabe de mí.

Al parecer, una relación con sus aguas por casi cuatro décadas no es suficiente para que nos dejen disfrutar juntos.

No. Ahora golpeo el teclado en un barrio de clase baja. El calor, asfixiante, no logra sin embargo estrangular mis dedos.

La literatura fluye, como el oleaje. Invisible como una marea submarina.

Que vengan a quitarme esto, si pueden.

Nace de la mente y se alimenta de mi corazón, así que solo tienen como oportunidad el segarme la vida.

 




 

Escribo estas líneas a unas horas de cumplir el día 40 libre de alcohol.

Siento como una escala de grises ha conquistado mi realidad.

Esta breve introducción bien debería servir como ejemplo perfecto.

Echo de menos muchas cosas.

Poder escuchar música como si de una droga más se tratase es una de ellas. Ceder un poco de control mental para que la improvisación nazca, otra más. Sentir algo de llama en las cenizas apagadas por la depresión, una más. Y así podría estar escribiendo horas y horas. 

No obstante, querido lector, sé que sabes bien a qué me refiero con la llegada de los grises. Ojalá y tuviese que ver con una tormenta veraniega. De esas que se preparan durante toda la mañana para descargar con fuerza por la tarde. De esas que encogen corazones al mirar su imponente estructura, y recluyen bajo techo con su naturaleza torrencial. Ahí hay un gran potencial, un enorme romanticismo y altas dosis de inspiración.

No como en los aburridos grises que, a veces, por desgracia, hay que cruzar.

 

Por un lado, me alegro de que esto esté pasando.

Sería una auténtica necedad meterse de pleno en la empresa de desintoxicarse y pensar que lo que aguarda es un camino de rosas.

No lo va a ser. 

La brutal carga de ansiedad va a aliarse con noches de intensa, si no horripilante, carga onírica. La sensación del transcurrir temporal va a mutar, alienándose desde nuestro punto de vista, entregando su mano a tediosas jornadas de soledad tramposa. Para nuestra desesperación, seremos un Ferrari mental en un mundo de perezosas tortugas. Lo cual suele terminar en accidente, con la carrocería destrozada y los huesos rotos, viendo como hasta el más ruin de los cobardes nos adelanta fácilmente.








 



Esta visión de carreras me da una pista de por qué me está costando tanto este tramo.

Muchos deben ser mis enfoques errados.

Antes, quizá viese en estas fases de la vida un examen a mi ego, mi orgullo y mis huevos. Pero los fracasos sistemáticos de ese mismo pasado me lanzan a un escenario diferente. Como si fuese el enésimo elegido de Matrix ante la crucial conversación con su arquitecto. Un nuevo enfoque, aunque igual de equivocado, a fin de cuentas.

Si el río está al revés, si escalamos algo que sentimos anti natura y peleamos intensamente contra los elementos... Es muy probable que estemos cometiendo errores importantes desde nuestro propio patrón de comportamiento. Errores de fatal naturaleza, que terminarán por derrumbarnos con todo el equipo tarde o temprano.

 

En mi caso, el que la llegada de las fases altas de mi trastorno bipolar se encuentre a la vuelta de la esquina, está agudizando mis sentidos. Me está equiparando a un hambriento depredador que avista su preciada presa.

Pero el que sea buen conocedor del mapa de acontecimientos, ni mucho menos me convierte en sabio peregrino de él.

Una vez más, tal es el hastío de verme varado en esta espesa niebla, que correría con todas mis fuerzas solo con atisbar el reflejo de un farolillo en la distancia.

Es algo que complica enormemente la empresa.

40 días sin beber y el escenario presenta su primera batalla clave.

Si recurro a la mediación psiquiátrica, los grises irán perdiendo alma hasta conducirme al lago. Un lugar desolado en el que lo único vivo que habita sus aguas es una anaconda de proporciones insultantes. Una bestia contra la que pelear día a día, obsesionados con lo que nos falta, lo que perdimos y lo que quedó atrás.

 

No me interesa. 

Sigo manteniendo que lo mejor es esquivar escenarios tortuosos en la medida de lo posible.

Debo mantener el rumbo y apretar los dientes.

¿No es lo que se exige a una persona mentalmente sana?

¿No es acercarme lo máximo a esa condición mi objetivo principal?

Nadie deja un vicio por amor al arte.

Con este proyecto, la guerra abierta no es más que un intento de conquista de una vida mejor. Una campaña de invasión a la felicidad que tan esquiva resulta a aquellos que caímos en los pozos de la salud mental.

Belicismo.

Rebeldía.

No me cansaré de repetirlo. No dejaré de insistir. No cesaré de revolverme.

Las personas con problemas de salud mental merecemos nuestro lugar en este mundo. Y no tiene que ser un micro cosmos apartado, como si nuestro colectivo fuese de naturaleza pandémica.

 

Por más que escribo, al parecer el curso de mis pensamientos conduce, una y otra a vez, al reclamo y la exigencia.

¿Qué hay de mí?

¿Qué hay de lo que ofrezco?

Esa debería ser la llave que me saque de esta situación tan gris.

A veces hay que olvidarse de lo a uno no le compete. Todos los factores que no dependen de uno mismo hay que dejarlos flotar, volar, evaporarse y ser. Que nos lluevan sus consecuencias en la forma que tenga que ser.

Nuestros pasos han de ser aquellos que la combinación de cuanto somos nos empuja a dar.

En mi caso, vislumbro playas y rocas en el futuro. El regreso junto al mar con el que tanto conversé. Y eso, quitándole la carga metafórica, significa que estoy cerca de mí mismo. De mi núcleo laberíntico y enfermizo. De mi hoguera.








 

Equilibrio.

Es el momento de salir un poco de mi cabeza. De ventilar mis pensamientos.

Debo caminar hacia los farolillos, pero sin volverme loco en una carrera accidentada.

La vida, cuanto más mayor me hago, más se asemeja a un goteo más que a una cascada desbocada.

Que no se convierta en una tortura china está únicamente en nuestras manos.






Continuará...


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