miércoles, 9 de noviembre de 2016

La luz en la saga Identidad





Platón consideraba el alma como la dimensión más importante del ser humano. A veces habla de ella como si estuviese encarcelada en un cuerpo, si bien tal idea la toma prestada del orfismo.

Según el Timeo, el alma estaba compuesta de lo idéntico y lo diverso, sustancia que el demiurgo usó para crear el alma cósmica y los demás astros; además, los dioses inferiores crearon dos almas mortales: la pasional, que reside en el tórax, y la apetitiva, que reside en el abdomen. Por encima de las dos estaría el alma racional, que encontraría su lugar en la cabeza.
 Algo parecido se narra en el Fedro, donde se expone el mito de los caballos alados: el auriga es el alma racional, el caballo blanco representa la parte pasional y el negro la parte de los apetitos (siempre rebelde).
La tarea del auriga es mantener el caballo negro al mismo galope que el blanco. En el Fedón, el alma es vista como una sustancia que busca desligarse de los límites y conflictos que surgen desde su unión con el cuerpo, y que podrá vivir de modo pleno tras el momento de la muerte; este diálogo ofrece diversos argumentos que buscan probar la inmortalidad del alma.

Aristóteles definió la Psyche como "forma específica de un cuerpo natural que en potencia tiene vida". También la entiende como "la esencia de tal tipo de cuerpo". La forma o esencia es lo que hace que un ente sea lo que es. Por esto entendemos que el alma es lo que define a un cuerpo natural.
 Por ejemplo, si el oído fuera un animal, su alma sería el escuchar y su materia el propio órgano del oído. Un oído que no tuviera la función de oír sería un oído solo de palabra. En este caso, el alma configura la materia en un cuerpo natural organizado.
Así se forma una unidad sustancial (compuesta de materia y forma).
Alma y cuerpo no son separables en el viviente.

Fuente: Wikipedia




Si fuésemos coches, el motor y la carretera serían dos elementos sumamente significativos en nuestras vidas.
Como máquinas, podríamos generalizar esos conceptos a energía propia y dirección de destino.

Sin embargo somos humanos, lo cual complica en ocasiones y enternece en otras, dotando de cierta alma al conjunto con el que nos identificamos y nos hace autodenominarnos persona.
La analogía, sin embargo, no carece de cierta validez.
Siendo nuestro combustible algo tan etéreo y mágico como sujeto a inspiración, tanto nuestro motor como nuestra carretera deberían estar asociados al concepto de luz.

Luz interior.
Las personas que brillan con luz propia destacan sobremanera en un mundo cuyo sistema y masas parecen encadenados a un reguero constante de miseria y sufrimiento.

Luz en el camino.
Siempre ante el emocionante pero incierto futuro aguardándonos a la vuelta de la esquina, el saber identificar y dejarse guiar por la luminosidad de una trayectoria sana, vital y cargada de buenas intenciones quizá nos ponga en sintonía con buenas vibraciones.


Unos asociarán éstos aspectos de la luz a la propia energía universal.
Otros hablarán de santos o personas tocadas por un Dios.
Habrá quién disponga de sus propias teorías, en comunión con las anteriores o sencillamente rompedoras.
El caso es que, independientemente del contenedor donde se quiera depositar esta idea, el hecho de ponerla en práctica y sentir la calidez de nuestra luz interior, colocándola en el punto del camino donde nos encontremos para que sirva de guía, es algo digno de admiración.

En el trastorno bipolar, la problemática maníacodepresiva deforma esa luz en las fases maníacas cargándola de un componente artificial a rebosar de ira y tensión contenidas. También la apaga por completo cuando la fase acaricia o abraza la depresión.
En posibles fases de psicosis, si representásemos con fuego esa luz de la que hablamos, la hoguera resultante sería sentida por el sujeto más bien como una pira de varios metros de longitud.

En el terreno de los tóxicos, más concretamente en el de el alcohol, la adicción provocará que las luces que creamos ver en el camino sean en realidad espejismos de una luz interior largo tiempo dejada atrás en beneficio de una lenta conducta autodestructiva.
Dicha conducta irá convirtiendo los focos en lámparas, las lámparas en bombillas y las bombillas en velas.

Para finalmente ahogar todo oxígeno matando toda fuente de luz.
No obstante, siempre permanece una puerta abierta a la desintoxicación.
De ser representada con una luz, la calidez de un farolillo en una oscura calle sería una adecuada manera de perfilar la invitación que lleva implícita.


En la saga Identidad la luz goza de un significativo papel.
Tanto la interior como la del camino.
Motor y carretera.
En ‘La cabaña’ una cambiante hoguera se presenta perenne en la misteriosa vivienda de Anciano.
En ‘La taberna’ es un farolillo el que parece guiar a Joel en su intensa y brutal guerra.

En ambos casos una pequeña fuente de calidez trata de hacer frente cual David contra Goliat a gigantescos Monstruos nacidos de los lugares más tenebrosos de lo psicótico y lo tóxico.

Saber si se apagarán o no, si prevalecerá la esperanza, es ya algo que os espera en las páginas de la saga.



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