miércoles, 4 de octubre de 2023

El negocio

 





Es difícil imaginar, en sistema político alguno, una vida que no deba cierto patrimonio energético para con la causa general del planeta en el que nos hallamos varados.

 

Ya seamos currantes rasos, empresarios de bajo, medio o gran alcance, o simples “chupópteros” del sudor ajeno en pos de enfermedades relativas a nuestro tiempo, la conclusión pasa por una serie de horas que hay que justificar, validar y, en definitiva, volcar en el pozo de las arcas generales.

 

El negocio es quien manda. De eso no hay duda alguna.

En un póker elíptico, abandera cartas de gran potencial. Juega cual trilero con el tiempo y el espacio.

Nosotros, humildes usuarios y poseedores de la energía, los sueños y el ímpetu que son base de su motor, lanzamos piedras al aire con tal de atizar a la gigantesca gallina de los huevos de oro. Pero es solo una ilusión. Atinar en el blanco de cualquier sistema acutal significa ser defenestrado o sobornado al instante.

 

El negocio es quien nos levanta cuando solo queremos llorar.

Quien, una a una, nos coloca cada capa de cebolla, equipándonos con etiquetas que habrán de valernos para no destacar demasiado ni dar excesiva pena. Es también quien nos susurra el material del que está hecho cada gris, convirtiendo realidades opuestas a nuestro destino legítimo en una desgraciada suerte de caramelos que engullimos, desesperados con tal de no estar muertos en vida.

 

El negocio nos conoce mejor que nosotros mismos.

Sin embargo, ¿Conocemos los de a pie la naturaleza que nos envuelve?

Burros que se creen unicornios.

Eso es lo que somos.

Hacemos gala de nuestras bellas alas, venidas de tiempos remotos en los que nacimos.

Nos jactamos de nuestras trayectorias, como si nuestro sudor fuera más valioso que el sufrimiento de la mayoría de bestias usadas en la causa ganadera - cultural.

Nos vanagloriamos de haber salido adelante, sosteniendo en la palma de nuestras manos un mérito, a todas luces, ridículo y efímero.

Todo ello lo metemos en el horno de nuestro ego, hinchando resultados mientras, a la defensiva, aceptamos la herida, cual tigre desamparado y aplastado en su orgullo.

 

El negocio nos trata como meras fichas de un ajedrez mayor. Tan inconmensurable como cercano nos resulta el cosmos vecino.

 

Nos quejamos de todo.

Abogamos por la frialdad del siglo XXI.

¿Pero qué diablos hacen las personas que están viviendo ese siglo?

Seguramente te lo preguntes ante la previsión de unas holgadas horas de trabajo impuesto.

Quizá ante una maratón de series digitales.

Quizá te distraigas metiéndote tanta mierda como los burros que se consideran unicornios.

El resultado va a ser el mismo.

 

La zona de confort es la culpable, pero la solución no está en distraerse.

La respuesta, como todo problema colectivo, no radica en una solución megalómana y absolutista.

¿Te crees inocente?

¿Crees que este negocio regala y dispone con la justicia equivalente a tu trabajo?

A nivel personal, puedes irte a la mierda.

A nivel corporativo, ya estás en ella.



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