¿Alguien duda de que el amor es
la fuerza más poderosa que existe?
Si nos enfocamos en lo dramático,
no cabe duda alguna de que muchos podríamos poner sobre la mesa cartas de mucho
peso para contrarrestar dicha afirmación.
No voy a redactar un texto
acerca de las maravillas que el romance puede arrojar sobre casos de tragedia
extrema. Porque mi experiencia personal dista de ser algo así.
La depresión, en su dimensión más
aguda, es cruel. Pérfida y voraz, te va abrazando como una gran y disimulada serpiente
para finalmente comerte. Pero no es una enfermedad terminal, no es una
enfermedad mutiladora, a no ser que uno desee darle alas.
Los abismos del alma están ahí,
aguardándonos a todos y cada uno de nosotros para que conozcamos una pequeña porción
del infierno en vida. La depresión es un factor que, digamos, multiplica la
fuerza de la gravedad para, primero lanzarnos a esos abismos y, luego,
mantenernos aplastados contra su base permanentemente.
¿Cuál es la técnica para
emerger? ¿Cómo hacer para volver a respirar?
Mucho me temo que, para cualquiera
que se encuentre en tan desdichado terreno, el modo a proceder es idéntico,
irrefutable e ineludible.
El paso a paso.
El lento, tedioso e infructífero
caminar que solo dará resultados con gran constancia y esfuerzo.
En este esbozo que he hecho del
drama, ¿Qué poder ostenta el amor?
Es importante puntualizar que
no hablo de atracción física ni de flechazo sin sustancia.
Hablo de dar con una persona
con la que compartir buenos y malos momentos. Tan buenos como la luz que nace
de lo mejor de nosotros mismos. Tan malos como las sombras que pueden hacer de cada
ser un humano un pequeño demonio en potencia. Y, en medio, todos los grises que
conformarán los valiosos instantes a compartir junto a quien escojamos y seamos
escogidos.
Otros lectores pensarán en lo
terrorífico como contrapartida. Como argumento de peso que decline la balanza a
su favor.
De nuevo debo disentir.
Si bien estoy de acuerdo en
que este mundo genera situaciones descabelladas, puedo lastimosamente presumir
de haber conocido las mieles del terror en carne propia. Los psiquiátricos, las
pesadillas vívidas o las alucinaciones me permiten afirmar el ser conocedor de
hasta qué punto uno puede llegar a querer quitarse de en medio.
De nuevo el amor se presenta
en esta escena como una fuerza mayor.
Una vez más, arrasa como lo que
es. Una tímida luz que basta para que uno se guíe en plena oscuridad.
En una vida que alberga fases negras
y mortíferas para muchos de nosotros, esa luz se asemeja a la del final del
túnel, con la diferencia de que no nos conduce a un más allá, sino a los
queridos y conocidos brazos de esa persona que siempre ha luchado y luchará por
nuestro bien.
¿Qué hay de la comedia? ¿Qué
de la tragedia?
Pilares, más y más cimientos
para la construcción de algo que se escuchará como un grito hacia los canales
de la infinita eternidad.
Porque incluso en la pérdida inevitable,
en ese doloroso momento en que la guadaña del destino separe a las personas que
se aman, el simple recuerdo de un olor puede representar más que una primavera
en el invierno que parecerá reinar el fin de nuestros días.
Darme cuenta de todo esto no
es más que un reencuentro con lo que una vez fui.
La repesca de antiguos ideales
a los que mediante un soplido de redacción libro de su capa de polvo.
¿Qué tiene esto que ver con la
inspiración?
Creo que escribir sin amor es como
tratar de sentir con el corazón muerto.
Creo que lo inspirador solo acude
a personas vivas de un modo valiente y sincero.
Creo que las musas solo
acarician heridas que duelen, y que solo aquél capaz de amar puede acarrear
dicha carga disfrutando de dicho alivio.
¿Alguien todavía duda de que
el amor es la fuerza más poderosa que existe?
Este texto no va dirigido a
cambiar voluntades o disparar hacia realidad alguna.
Este texto es un ramo de
matojos mentales de una mente enferma a más no poder. La mayoría oscuros,
debido a la depresión que estrangula mis neuronas teniéndome entre sueños la
mayor parte del día.
Pero nada puede evitar que
coloque una simple flor como acto conclusivo.
Que cada cual la imagine como
prefiera.
Conocida o por conocer.
Amada, querida o apreciada.
En mi caso es una mirada que
parece fundirse con su entorno como si de veras pudiese ver más allá. Soñadora,
preciosa y profunda, tan oscura como cálida.
Normalmente uno conoce a las
miradas como carta de presentación.
Sin embargo, en mi caso me ha
tocado experimentar el modo de proceder de alguien ciego.
He conocido lentamente el
aroma de su aura.
Lo he amado, tanto que me ha
asustado hasta casi hacerme salir corriendo en dirección contraria. Tanto que
me ha hecho dar pasos de tal aplomo que desconocía la existencia de esa fuerza
en mí.
Ahora, de repente, cuando más
intenso es ese olor a vainilla, parece que el sentido de la vista regresa a mí.
Pero ya tanto da.
La dulzura de una voz que me
ha acompañado por largos meses ha sido tan real que he aprendido a caminar sin
tener que ver.
Mi confianza ha erigido unos
cimientos sobre los cuales se puede edificar una vida.
Más allá del drama de la
enfermedad mental y lejos del terror de la locura.
Una vez más, ya con cuerpo y
mente mutilados por el desgaste de las batallas, una nueva oportunidad amanece
en el horizonte. Y mi alma ruge, gritando al infinito su deseo en busca de gratitud.
De modo que, si me preguntaran
acerca de la fuerza más poderosa, mi respuesta no albergaría dudas. El triunfo
del amor, que, entre tanto odio, temor y muerte, se alza en una extraña Victoria.
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