domingo, 14 de julio de 2019

En busca de la inspiración perdida: Una extraña Victoria




¿Alguien duda de que el amor es la fuerza más poderosa que existe?

Si nos enfocamos en lo dramático, no cabe duda alguna de que muchos podríamos poner sobre la mesa cartas de mucho peso para contrarrestar dicha afirmación.
No voy a redactar un texto acerca de las maravillas que el romance puede arrojar sobre casos de tragedia extrema. Porque mi experiencia personal dista de ser algo así.
La depresión, en su dimensión más aguda, es cruel. Pérfida y voraz, te va abrazando como una gran y disimulada serpiente para finalmente comerte. Pero no es una enfermedad terminal, no es una enfermedad mutiladora, a no ser que uno desee darle alas.

Los abismos del alma están ahí, aguardándonos a todos y cada uno de nosotros para que conozcamos una pequeña porción del infierno en vida. La depresión es un factor que, digamos, multiplica la fuerza de la gravedad para, primero lanzarnos a esos abismos y, luego, mantenernos aplastados contra su base permanentemente.
¿Cuál es la técnica para emerger? ¿Cómo hacer para volver a respirar?
Mucho me temo que, para cualquiera que se encuentre en tan desdichado terreno, el modo a proceder es idéntico, irrefutable e ineludible.
El paso a paso.
El lento, tedioso e infructífero caminar que solo dará resultados con gran constancia y esfuerzo.

En este esbozo que he hecho del drama, ¿Qué poder ostenta el amor?
Es importante puntualizar que no hablo de atracción física ni de flechazo sin sustancia.
Hablo de dar con una persona con la que compartir buenos y malos momentos. Tan buenos como la luz que nace de lo mejor de nosotros mismos. Tan malos como las sombras que pueden hacer de cada ser un humano un pequeño demonio en potencia. Y, en medio, todos los grises que conformarán los valiosos instantes a compartir junto a quien escojamos y seamos escogidos.








Otros lectores pensarán en lo terrorífico como contrapartida. Como argumento de peso que decline la balanza a su favor.
De nuevo debo disentir.
Si bien estoy de acuerdo en que este mundo genera situaciones descabelladas, puedo lastimosamente presumir de haber conocido las mieles del terror en carne propia. Los psiquiátricos, las pesadillas vívidas o las alucinaciones me permiten afirmar el ser conocedor de hasta qué punto uno puede llegar a querer quitarse de en medio.
De nuevo el amor se presenta en esta escena como una fuerza mayor.
Una vez más, arrasa como lo que es. Una tímida luz que basta para que uno se guíe en plena oscuridad.
En una vida que alberga fases negras y mortíferas para muchos de nosotros, esa luz se asemeja a la del final del túnel, con la diferencia de que no nos conduce a un más allá, sino a los queridos y conocidos brazos de esa persona que siempre ha luchado y luchará por nuestro bien.

¿Qué hay de la comedia? ¿Qué de la tragedia?
Pilares, más y más cimientos para la construcción de algo que se escuchará como un grito hacia los canales de la infinita eternidad.

Porque incluso en la pérdida inevitable, en ese doloroso momento en que la guadaña del destino separe a las personas que se aman, el simple recuerdo de un olor puede representar más que una primavera en el invierno que parecerá reinar el fin de nuestros días.

Darme cuenta de todo esto no es más que un reencuentro con lo que una vez fui.
La repesca de antiguos ideales a los que mediante un soplido de redacción libro de su capa de polvo.
¿Qué tiene esto que ver con la inspiración?
Creo que escribir sin amor es como tratar de sentir con el corazón muerto.
Creo que lo inspirador solo acude a personas vivas de un modo valiente y sincero.
Creo que las musas solo acarician heridas que duelen, y que solo aquél capaz de amar puede acarrear dicha carga disfrutando de dicho alivio.

¿Alguien todavía duda de que el amor es la fuerza más poderosa que existe?
Este texto no va dirigido a cambiar voluntades o disparar hacia realidad alguna.
Este texto es un ramo de matojos mentales de una mente enferma a más no poder. La mayoría oscuros, debido a la depresión que estrangula mis neuronas teniéndome entre sueños la mayor parte del día.
Pero nada puede evitar que coloque una simple flor como acto conclusivo.
Que cada cual la imagine como prefiera.
Conocida o por conocer.
Amada, querida o apreciada.








En mi caso es una mirada que parece fundirse con su entorno como si de veras pudiese ver más allá. Soñadora, preciosa y profunda, tan oscura como cálida.
Normalmente uno conoce a las miradas como carta de presentación.
Sin embargo, en mi caso me ha tocado experimentar el modo de proceder de alguien ciego.
He conocido lentamente el aroma de su aura.
Lo he amado, tanto que me ha asustado hasta casi hacerme salir corriendo en dirección contraria. Tanto que me ha hecho dar pasos de tal aplomo que desconocía la existencia de esa fuerza en mí.
Ahora, de repente, cuando más intenso es ese olor a vainilla, parece que el sentido de la vista regresa a mí.
Pero ya tanto da.
La dulzura de una voz que me ha acompañado por largos meses ha sido tan real que he aprendido a caminar sin tener que ver.
Mi confianza ha erigido unos cimientos sobre los cuales se puede edificar una vida.

Más allá del drama de la enfermedad mental y lejos del terror de la locura.

Una vez más, ya con cuerpo y mente mutilados por el desgaste de las batallas, una nueva oportunidad amanece en el horizonte. Y mi alma ruge, gritando al infinito su deseo en busca de gratitud.

De modo que, si me preguntaran acerca de la fuerza más poderosa, mi respuesta no albergaría dudas. El triunfo del amor, que, entre tanto odio, temor y muerte, se alza en una extraña Victoria.






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