viernes, 31 de mayo de 2019

Segunda experiencia bipolar sin alcohol (Parte IV)





Algo está cambiando.

Lo noto en el aire. Lo siento en la tierra.
Los cielos, durante largas jornadas aburridos como planas superficies pintadas con mal gusto, comienzan a adquirir la profundidad de la vida misma…

Hace mucho tiempo, en la gran guerra por la supremacía de la elección del bando a escoger, el Monstruo tenía ganada la batalla final.
Era tanta la presión sobre una sola persona, que su cerebro brotó tornándose creyente de un rol de Elegido.
En las cimas del monte de la psicosis, una última alianza de Tylerskar y sus leales guerreros plantó cara, en una valiente resistencia, a la oleada de terror y crueldad que nacía y se propagaba como el cáncer.
 

Un colgante, un simple amuleto, otorgaba energía infinita al portador.
Mutaba sus neurotransmisores, haciéndole cabalgar con furia los cielos del ánimo multiplicando su agilidad mental.
Cuando el ejército de Tylerskar estaba derrotado por mero agotamiento, algo sorprendente sucedió.
El Monstruo le entregó el colgante, desapareciendo como ceniza esparcida al viento.
 

Durante lo que se le antojaron milenios, más como criatura que como humano, Tylerskar protegió ese poder de propios y extraños, tratando de controlarlo. Enloqueciendo y marchitando su alma.
El trastorno mental tenía vida propia. Deseaba con todas sus fuerzas regresar con su legítimo amo para conquistar el mundo que tan hostil le resultaba y que tanto ansiaba subyugar.
Abandonó a Tylerskar, que vio como en poco tiempo el peso del desgaste pudría su cuerpo y su mente.
Pero fue a parar al ser más imprevisto.
Un pequeño Niño, que gustaba de dar largos paseos en solitario, dio con el colgante.
 

Y así, el destino de millones de seres contuvo el aliento por un instante en el tiempo.
Pues había una oportunidad de que esa alma se salvase.







Me he permitido el lujo de hacer un guiño tolkieniano.
Un lujazo, más bien, teniendo en cuenta el agobiante calor que, unido a la falta de sueño, llama a las puertas de mi mente con la intensidad de quien quiere derribarla.

Ansío con todas mis fuerzas días de tiempo alborotado. De viento, lluvia y gente corriendo a refugiarse mientras yo opto por todo lo contrario.
Es por ese motivo que he tomado la voz de Cate Blanchett, tras apagar todas las luces de mi hogar y sumirme en la lenta y meticulosa redacción de las palabras que, una vez más, brotan alegres de mi cabeza.

La jornada que ha servido de puente entre dos épocas bien diferenciadas me ha reportado un cansancio mental considerable.
Una resonancia del cerebro en plena madrugada ha coincidido con una analítica de sangre a primera hora de la mañana. La alteración del sueño, así como su reducción, ya son factores a tener en cuenta si uno se encuentra en la rampa de una fase alta bipolar.
Si además sumamos la siempre insistente adicción a un tóxico, resultará sencillo imaginar que, nada más salir uno de la máquina de los mil ruidos, lo primero que desea es tomar un buen trago.
Si sumamos una espera de horas en ayunas, más unas pocas horas de sueño salteado, el resultado salta a la vista que apunta mentalmente a una gran jarra espumosa de cerveza bien fría.

Aún es pronto pese a encontrarnos en una cuarta parte de este proyecto ensayístico.
Si bien el ‘mono’ físico quedó atrás hace varias jornadas, el psicológico me da la mano con fuerza, con esa dependencia manipuladora de la que sabes no será fácil librarse.
Quedan pues, múltiples jornadas, semanas y meses enteros, de pelea en las trincheras. De arduo batallar por el simple hecho de resistir a beber alcohol.








En tiempos de consumo, yo mismo me fabricaba las tormentas desde el interior de mi propia mente. Bastaba con rebasar la quinta copa desde un consumo compulsivo. Mi cerebro ardía, escupiendo llamaradas hacia mí mismo y los demás de las que al día siguiente ni siquiera me acordaba. La sensación, eso sí, era de reinicio. Una especie de reset rebosante de malestar y arrepentimiento.
Qué diferente es el reinicio del clima que propone la madre naturaleza.
Mediante un ambiente espeso, cargado eléctricamente y agobiante desde el calor, acaba por dar forma a su particular y hermoso apocalipsis celestial.
Una simple tormenta y el ambiente queda limpio, purificado y liviano como el espíritu de los que han surcado el sendero de su propuesta.

No obstante, debo andarme con pies de plomo.
Hace tres años, en la primera Experiencia Bipolar Sin Alcohol, mis deseos de tiempos fríos y clima inestable acabaron por hacerse realidad.
La vida me condujo a vivir un par de años ante la costa de un precioso e inmenso mar perdido de la mano de Dios.
No es que piense que las palabras que se van dibujando hayan de poseer poderes mágicos o algo por el estilo. Pero he aprendido a que, igual que hay que tener cuidado con los enemigos que uno se labra, también hay que tenerlo con los sueños por los que uno suspira.
Y resulta que este texto arranca hablando de un mundo de fantasía que, en parte, me pertenece.
A lo largo de mi vida, siento que he vivido con tal intensidad las diferentes etapas, que considero a mis alter ego auténticos héroes y villanos de una historia fabulosa.

Así pues, tal y como reza el arranque de este ensayo, algo está cambiando.
De repente ya no soy el depresivo hundido en la miseria que nada puede ofrecer.
Súbitamente, la música de las bandas sonoras que tanto me gustan, ya no solo relajan, sino que inspiran hasta el punto de entremezclarse como serpientes en la pluma imaginaria que esgrimo al escribir.
¿Cómo va a resultar venenosa la picadura de las musas?
Es una pregunta de aparente respuesta negativa.
Pero pregúntasela a cualquier maníaco depresivo y, mayoritariamente, le verás palidecer.
La inspiración desmedida nos acerca tanto a nuestros cielos que acabamos besando las brasas de infiernos que horrorizarían hasta al más pintado.








Esta noche me espera una pastilla que cuadriplica la potencia de la que, ya de por sí, me seda por horas. Y no va a quedar en una noche aislada.
La sobremedicación que intuía en la segunda parte de la serie, por la que ardía en ira a lo largo del revolucionario tercer ensayo, va a convertirse en realidad.
De modo que no sé qué será de mí.

En cuanto a ti respecta, querido lector, puede que veas un descenso en la intensidad que trato de contagiar a mis palabras. Quizá también un mayor lapso entre escrito y escrito.
Pero, en lo que a mí respecta, la sensación que me acompaña es de fúnebre anochecer.
De noche demasiado cálida de verano, sin ápice de viento que resople.
De sudor y pesadillas.

Sin embargo, por algún motivo, Galadriel ha influido en mi texto.
Si algo tienen los elfos, es que lo arcano y misterioso de su poder puede obrar milagros. Lanzar esperanza al abismo más oscuro.
Que es, ni más ni menos, hacia donde me dirijo.

Un colgante zigzaguea por mi cuello.
Un amuleto brillante como el farolillo de una taberna.
Unos ojos maléficos parecen sonreír desde la creciente oscuridad que me rodea.
Pero hay que recordar a quién fue a parar.
Al ser más imprevisto.





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2 comentarios:

  1. Uauuuu...que texto..y que frase...."de modo que no sé que será de mí..." la palabra es tu ancla, es lo que te mantiene reunido...mientras te lanzas en el océano misterioso de las pastillas...como lectora...siento que leo la carta de un náufrago que espera el rescate en alguna isla lejana...tu blog funciona como las botellas que viajan por el mar...llena de versos. Es curioso...te leo y siento esperanzas...hay un algo de fabuloso en tu poética...una luz que parpadea y nos enciende el espíritu. Ya veré como volverás de tu viaje...muchas gracias por compartilo.

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    Respuestas
    1. Me halaga muchísimo tu comentario.
      Es muy agradable saber que lo que escribo despierta emociones como las que has experimentado.
      Muchos de mis escritos pretenden ejercer de faros para embarcaciones perdidas... Ya se trate de la mía propia u otra ajena.

      De momento el viaje continúa.
      Muchas gracias por acompañarme en él :D

      ¡Un abrazo Flávia!

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