ENTREVISTA CON LA MELANCOLÍA
“Que patético resulta describir cosas que no pueden describirse”
El trastorno bipolar, la enfermedad mental en general, entremezclada
con el mundo vampírico, en mi opinión da para mucho. En esta entrega del símil
voy a centrarme en cuatro de los principales protagonistas del film ‘Entrevista
con el vampiro’. Mediante la personificación en ellos de diferentes aspectos
relacionados con mi trastorno, espero introducir una nueva perspectiva dentro
de esta serie de artículos en los que ando enfrascado.
El primer personaje es también lo que considero la raíz de
toda problemática bipolar, Louis, el torturado y eternamente nostálgico vampiro,
o lo que es lo mismo, la melancolía.
Puede parecer que un bipolar en fases depresivas no sufra
más que un episodio de descompensación en sus neurotransmisores. Sin embargo,
siempre habrá una gran pérdida, o un gran vacío provocado por la ausencia,
atrás en su pasado. En mi caso esa carencia se adentra plenamente en el
territorio afectivo, donde por algún motivo que se me escapa me encuentro
gravemente “enfermo de las emociones”.
Esas carencias afectivas que arrastro no tienen nada que ver
con una infancia traumática. O sí. Los hilos que tejen el camino de alguien
hipersensible siempre incluyen una amplia gama de colores en los que, si se
incluye el conocimiento de la muerte, o directamente se heredan ciertas sensaciones
dolorosas, el resultado a dar puede no ser otro que una pieza tan melancólica
como el propio Louis.
No obstante, a los que nacemos con trastorno bipolar activo
o latente, siempre nos espera un encuentro de lo más inolvidable que habrá de
marcar el curso de nuestras vidas.
“Haz lo que te ordena tu naturaleza, esto es tan solo una
muestra, haz lo que te pide tu naturaleza”
Lestat.
Un vampiro, y un trastorno, del que no sabíamos nada. Es la
energía, es la llamarada que incrementa la intensidad de la luz, es el
optimismo radiante de quien no solo disfruta de las mieles de la vida, sino que
las roba y las devora.
Un día cualquiera a un bipolar se le dispara su primera fase
hipomaníaca. De hecho, antes del diagnóstico final, pueden acontecer múltiples
fases y que la enfermedad siga desapercibida. Lestat representa en mi vida todo
lo relacionado con los picos altos del trastorno.
Incluso cuando tras una escalada enfermiza a la conquista de
cualesquiera que sean las indicaciones de una mente ya desequilibrada, las
cosas se tuercen y acaba uno calcinado en el dolor, no solo de su propio
fracaso, sino por la tortura de saberse marchito y apagado, incluso entonces la
manía brilla agazapada en el interior de nuestra mirada.
Incluso cuando se suceden los ingresos psiquiátricos y molen
a palos la posible testarudez del paciente, éste es posible que siga efectuando
virajes, transformándose de nuevo, renaciendo de sus cenizas, para brillar como
la rubia melena del vampiro interpretado por Tom Cruise.
En esta comparativa ya hemos perfilado a dos personajes, que
a su vez han servido para que intente plasmar la esencia de lo que significan
para mí tanto la euforia como la melancolía que acompañan siempre al enfermo
maníaco depresivo. Vamos a mezclarlos. ¿Qué se supone que hace Lestat cuando
entra en contacto con Louis? Busca la unión perfecta, cosa que, sin embargo, no
puede acontecer debido a esas carencias afectivas que anteriormente han salido
a la palestra. De modo que a Lestat no le queda otra que ir en busca de algo,
alguien, que pueda llenar ese vacío. Y lo hace según su propio estilo, brillando
y tarareando su más exquisita melodía, que parece actuar de imán para muchas
personas.
La manía dispuesta a tender una mano a su melancolía para
que el conjunto sea perfecto.
No obstante, ¿Existe la perfección en el terreno afectivo?
“Sus labios eran rojos, su aspecto libre, sus rizos eran tan
amarillos como el oro, su piel era tan blanca como la lepra, ella era la
pesadilla, la muerte en vida, que espesa la sangre del hombre con el frio”
En la adolescencia una mezcla de ingredientes logra que
cierta suerte de romanticismo se suela imponer a las crueldades de una realidad
que más que conocer, intuimos. Eso puede lanzarnos al equívoco de vernos
sumidos en una búsqueda incesante del amor perfecto, de la pasión que no se
apaga, del paraíso en vida para una hipersensibilidad con carencias afectivas y
enferma en sus mismas emociones. Y, a veces, puede parecernos que lo hemos logrado,
que hemos encontrado a esa persona.
En el film que nos ocupa, la jovencísima Claudia representa
todo eso, y más, para Louis. En lo que respecta al análisis de esta entrega de ‘El
símil’, es como si la parte melancólica bipolar diese con aquello que llena por
completo su pozo de las miserias, su vacío interior. Como si se lanzase de repente
una promesa de que lo depresivo del trastorno no tiene por qué regresar nunca
más.
Pero el barco lo seguirían capitaneando las fases cíclicas
de manía. O lo que es lo mismo, que en esta familia Lestat es el que manda. Este
aspecto es algo que, en el film, acaba por costarle caro al vampiro, que ve
como “el amor utópico” se lo arrebata todo en un, justificado o desagradecido,
brutal intento de asesinato.
Eso es precisamente lo que representa Claudia para mí, los
buenos y los horribles momentos en el terreno sentimental, desde el que siempre,
cuando me encuentro en un pico alto, doy con una Claudia para Louis, hasta que se
apaga el brillo inicial, y la voz de un cuarto, desapercibido pero
importantísimo personaje, obtiene turno en este texto.
"Todas las cosas que te hicieran feliz, me harían feliz
a mí; y yo sería el protector de tu dolor"
Armand representa la estabilidad.
Como en el film, donde este vampiro se encuentra
atrincherado en su “Teatro de los vampiros”, que relaciono en gran medida con la
estructura de grupos de ayuda que existe en las entrañas del mundo de la salud
mental.
Y como toda estabilidad que se precie, acaba por despertar a
uno del sueño en el que se encuentre sumido.
Claudia habrá de morir condenada por las huestes de Armand,
en una escena tan dolorosa y emotiva que no me cuesta echar la vista atrás y
cerrarla, para vislumbrar la enfermiza intensidad de la mayoría de rupturas
sentimentales que quedaron atrás en mi pasado.
¿Eso es lo que hace la estabilidad? ¿Arrebatarnos nuestros mejores
sueños, nuestras alas y nuestra ilusión por volar a los bipolares?
En un principio Louis queda prendado de Armand, desea con
todas sus fuerzas permanecer junto a él. La estabilidad, tal y como vemos en la
última cita, también desea que la melancolía permanezca a su lado. Así pues,
todo apunta finalmente en una dirección final: El rechazo a Lestat, a la
calidez que emanan las calderas en ebullición de la mente bipolar cuando despierta.
Armand, la estabilidad, parece sentirse condenada tras una
larga y rutinaria época, languideciendo en un aburrimiento existencial. Así que
no resulta descabellado que quede prendada por la melancolía de Louis, que
cuanto menos arrojará cierto desequilibrio a una mezcla que resulta tan tediosa
como soporífera a quienes hemos vivido en estados alterados por demasiado
tiempo.
Independientemente de lo que decidan hacer ese par de
vampiros en lo que refiere a esta comparativa, me despediré narrando algo sobre
una risa. Una risa que ha sonado desde el mismo momento en que has comenzado a
leer este artículo, y que ha ido creciendo, aguda y en su mundo de maravillas,
hasta llegar a este instante. Es Lestat. Siempre es Lestat el que vuelve.
“¡No puedes matarme, Louis!”
(Lestat, entre risas cómplices)
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