domingo, 26 de noviembre de 2017

Entrevista con la melancolía





ENTREVISTA CON LA MELANCOLÍA





“Que patético resulta describir cosas que no pueden describirse”


El trastorno bipolar, la enfermedad mental en general, entremezclada con el mundo vampírico, en mi opinión da para mucho. En esta entrega del símil voy a centrarme en cuatro de los principales protagonistas del film ‘Entrevista con el vampiro’. Mediante la personificación en ellos de diferentes aspectos relacionados con mi trastorno, espero introducir una nueva perspectiva dentro de esta serie de artículos en los que ando enfrascado.
El primer personaje es también lo que considero la raíz de toda problemática bipolar, Louis, el torturado y eternamente nostálgico vampiro, o lo que es lo mismo, la melancolía.
Puede parecer que un bipolar en fases depresivas no sufra más que un episodio de descompensación en sus neurotransmisores. Sin embargo, siempre habrá una gran pérdida, o un gran vacío provocado por la ausencia, atrás en su pasado. En mi caso esa carencia se adentra plenamente en el territorio afectivo, donde por algún motivo que se me escapa me encuentro gravemente “enfermo de las emociones”.
Esas carencias afectivas que arrastro no tienen nada que ver con una infancia traumática. O sí. Los hilos que tejen el camino de alguien hipersensible siempre incluyen una amplia gama de colores en los que, si se incluye el conocimiento de la muerte, o directamente se heredan ciertas sensaciones dolorosas, el resultado a dar puede no ser otro que una pieza tan melancólica como el propio Louis.
No obstante, a los que nacemos con trastorno bipolar activo o latente, siempre nos espera un encuentro de lo más inolvidable que habrá de marcar el curso de nuestras vidas.


  
“Haz lo que te ordena tu naturaleza, esto es tan solo una muestra, haz lo que te pide tu naturaleza”


Lestat.
Un vampiro, y un trastorno, del que no sabíamos nada. Es la energía, es la llamarada que incrementa la intensidad de la luz, es el optimismo radiante de quien no solo disfruta de las mieles de la vida, sino que las roba y las devora.
Un día cualquiera a un bipolar se le dispara su primera fase hipomaníaca. De hecho, antes del diagnóstico final, pueden acontecer múltiples fases y que la enfermedad siga desapercibida. Lestat representa en mi vida todo lo relacionado con los picos altos del trastorno.
Incluso cuando tras una escalada enfermiza a la conquista de cualesquiera que sean las indicaciones de una mente ya desequilibrada, las cosas se tuercen y acaba uno calcinado en el dolor, no solo de su propio fracaso, sino por la tortura de saberse marchito y apagado, incluso entonces la manía brilla agazapada en el interior de nuestra mirada.
Incluso cuando se suceden los ingresos psiquiátricos y molen a palos la posible testarudez del paciente, éste es posible que siga efectuando virajes, transformándose de nuevo, renaciendo de sus cenizas, para brillar como la rubia melena del vampiro interpretado por Tom Cruise.
En esta comparativa ya hemos perfilado a dos personajes, que a su vez han servido para que intente plasmar la esencia de lo que significan para mí tanto la euforia como la melancolía que acompañan siempre al enfermo maníaco depresivo. Vamos a mezclarlos. ¿Qué se supone que hace Lestat cuando entra en contacto con Louis? Busca la unión perfecta, cosa que, sin embargo, no puede acontecer debido a esas carencias afectivas que anteriormente han salido a la palestra. De modo que a Lestat no le queda otra que ir en busca de algo, alguien, que pueda llenar ese vacío. Y lo hace según su propio estilo, brillando y tarareando su más exquisita melodía, que parece actuar de imán para muchas personas.
La manía dispuesta a tender una mano a su melancolía para que el conjunto sea perfecto.
No obstante, ¿Existe la perfección en el terreno afectivo?



“Sus labios eran rojos, su aspecto libre, sus rizos eran tan amarillos como el oro, su piel era tan blanca como la lepra, ella era la pesadilla, la muerte en vida, que espesa la sangre del hombre con el frio”


En la adolescencia una mezcla de ingredientes logra que cierta suerte de romanticismo se suela imponer a las crueldades de una realidad que más que conocer, intuimos. Eso puede lanzarnos al equívoco de vernos sumidos en una búsqueda incesante del amor perfecto, de la pasión que no se apaga, del paraíso en vida para una hipersensibilidad con carencias afectivas y enferma en sus mismas emociones. Y, a veces, puede parecernos que lo hemos logrado, que hemos encontrado a esa persona.
En el film que nos ocupa, la jovencísima Claudia representa todo eso, y más, para Louis. En lo que respecta al análisis de esta entrega de ‘El símil’, es como si la parte melancólica bipolar diese con aquello que llena por completo su pozo de las miserias, su vacío interior. Como si se lanzase de repente una promesa de que lo depresivo del trastorno no tiene por qué regresar nunca más.
Pero el barco lo seguirían capitaneando las fases cíclicas de manía. O lo que es lo mismo, que en esta familia Lestat es el que manda. Este aspecto es algo que, en el film, acaba por costarle caro al vampiro, que ve como “el amor utópico” se lo arrebata todo en un, justificado o desagradecido, brutal intento de asesinato.
Eso es precisamente lo que representa Claudia para mí, los buenos y los horribles momentos en el terreno sentimental, desde el que siempre, cuando me encuentro en un pico alto, doy con una Claudia para Louis, hasta que se apaga el brillo inicial, y la voz de un cuarto, desapercibido pero importantísimo personaje, obtiene turno en este texto.



"Todas las cosas que te hicieran feliz, me harían feliz a mí; y yo sería el protector de tu dolor"


Armand representa la estabilidad.
Como en el film, donde este vampiro se encuentra atrincherado en su “Teatro de los vampiros”, que relaciono en gran medida con la estructura de grupos de ayuda que existe en las entrañas del mundo de la salud mental.
Y como toda estabilidad que se precie, acaba por despertar a uno del sueño en el que se encuentre sumido.
Claudia habrá de morir condenada por las huestes de Armand, en una escena tan dolorosa y emotiva que no me cuesta echar la vista atrás y cerrarla, para vislumbrar la enfermiza intensidad de la mayoría de rupturas sentimentales que quedaron atrás en mi pasado.
¿Eso es lo que hace la estabilidad? ¿Arrebatarnos nuestros mejores sueños, nuestras alas y nuestra ilusión por volar a los bipolares?
En un principio Louis queda prendado de Armand, desea con todas sus fuerzas permanecer junto a él. La estabilidad, tal y como vemos en la última cita, también desea que la melancolía permanezca a su lado. Así pues, todo apunta finalmente en una dirección final: El rechazo a Lestat, a la calidez que emanan las calderas en ebullición de la mente bipolar cuando despierta.
Armand, la estabilidad, parece sentirse condenada tras una larga y rutinaria época, languideciendo en un aburrimiento existencial. Así que no resulta descabellado que quede prendada por la melancolía de Louis, que cuanto menos arrojará cierto desequilibrio a una mezcla que resulta tan tediosa como soporífera a quienes hemos vivido en estados alterados por demasiado tiempo.
Independientemente de lo que decidan hacer ese par de vampiros en lo que refiere a esta comparativa, me despediré narrando algo sobre una risa. Una risa que ha sonado desde el mismo momento en que has comenzado a leer este artículo, y que ha ido creciendo, aguda y en su mundo de maravillas, hasta llegar a este instante. Es Lestat. Siempre es Lestat el que vuelve.

“¡No puedes matarme, Louis!”
(Lestat, entre risas cómplices)


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viernes, 24 de noviembre de 2017

Hook: El Capitán maníaco depresivo





HOOK: EL CAPITÁN MANÍACO DEPRESIVO




¿Eres tú mi grande y digno oponente? No puede ser... Este bacalao, endeble, enclenque, blandengue e inerte que tengo ante mí. Tú no eres ni la sombra de Peter Pan.


Durante años he vivido con mi propio País de Nunca Jamás en la cabeza. Refiriéndome a las redes sociales como ese paraje, volqué en ellas una suerte de escalada imaginativa que alcanzó su cúspide con la inauguración de mi blog de relatos, llamado como no, Relatos del País de Nunca Jamás.
Aunque el lore de ese lugar fantástico es generoso, voy a acotar un poco su visión para tratar de efectuar esta entrega de ‘El símil’. De hecho, voy a centrarme muchísimo en un personaje que siempre me ha fascinado, por el que siento predilección y, sin embargo, no me deja otra opción que la de asignarle el trastorno bipolar en esta comparativa. Se trata del Capitán James Garfio.
La cita con la que abro este texto representa cómo enfoca mi identidad primera la visión de Garfio. No fui un niño perdido, en absoluto, pero sí que era un chaval un tanto peculiar. Mis extremas dificultades en ámbitos sociales saltaban a la vista en cuanto mis pies pisaban el exterior de mi casa, donde una simple habitación servía de telescopio con el que mirar tan de cerca mi País de Nunca Jamás, que el jugar con mis muñecos y dibujar durante horas se repetía día sí día también. Eso evidenció con el tiempo la existencia de cierta luz en mi interior, y durante años así me moví por la vida.
Cuando una invisible necesidad de ansiolíticos despertó en mi la sed tras descubrir mis primeras cervezas, no solo experimenté la clásica transformación del ebrio, sino que poco menos vi mi identidad, tal y como la conocía, suplantada. Como si de un barco de tripulación pacífica me tratase, fui atacado, invadido, conquistado y finalmente moldeado para pertenecer a la flota de una nueva identidad que habría de crecer, lamentablemente, mucho en adelante.



- Acabo de tener un apóstrofe.
+ Querrás decir una epifanía.
- Un rayo acaba de herir mi cerebro.
+ Cómo debe doler eso.


El momento del diagnóstico en el ámbito bipolar resulta especialmente duro, como un ‘shock’ del cual no despiertas hasta pasado un buen tiempo, hasta el punto de que miden estadísticamente la etapa de aceptación de la propia enfermedad en nada menos que diez años.
Hay personas de todo tipo, sin embrago creo que en el caso de este trastorno, siempre hay un momento que sirve de pistoletazo de salida a la desagradable carrera hasta la aceptación final. En mi caso, el ver mi identidad modificada de aquel modo fue como cuando Jack, hijo de Peter Banning en el film Hook, va a recibir su primer pendiente. Solo que yo sí sentí como el garfio del Capitán me atravesaba, en este caso el corazón.
A partir de ese punto Hook toma control de mi vida. Echando la vista a la anterior cita, el rayo que el pirata afirma le ha atravesado el cerebro, bien podríamos extenderlo a la Terapia Electro Convulsiva. Personalmente no la he experimentado, pero si he comprobado horrorizado los efectos a corto plazo de lo que ese bonito nombre, de arcaica y brutal naturaleza, perpetra en los pacientes. Explico esto porque así es la vida del Capitán Garfio maníaco depresivo, que acoto en los años que transcurren desde un diagnóstico de bipolar hasta la aceptación de la enfermedad y, quizá, incluso de uno mismo. Durante esos años, la conocida labor de los piratas del País de Nunca Jamás. Juergas, pillaje, violencia… En forma de borracheras ansiolíticas, robo de la felicidad ajena y ataques verbales de exacta precisión. Y lo más importante, el enfermizo objetivo de acabar con Peter Pan.



- Dilo, Peter, de corazón.
+ Creo en las hadas.
- ¿Conoces el lugar que está entre el sueño y la vigilia? ¿ese lugar dónde aún recuerdas los sueños? Allí es donde siempre te querré... Peter Pan. Allí te esperaré.


¿Quién es Peter Pan en esta comparativa? ¿Quién Peter Banning, su versión adulta?
Ese niño que creía no solo en las hadas, sino en todo un País de Nunca Jamás particular. Esa persona que debería haber madurado a su ritmo, pero que sin embargo siempre estuvo sumida en una guerra mental. Esa guerra con los piratas de su propia mente, capitaneada por el trastorno de Hook.
Campanilla se ubica en un punto onírico tan mágico como ella misma. El latido de su corazón, sintiendo un amor incondicional por el que quiere ser niño siempre, sea quizá una buena brújula para mí a la hora de dar con esa identidad que se perdió.
Sin embargo, los mares de mis sueños son furiosos océanos cuyas olas son feroces pesadillas. Los mares de los que disfruta el capitán Garfio, surcándolos entre ebrio e iracundo, entre conquistador y profundamente idealista. Y esta imagen, este concepto que tengo de Hook, me hace detenerme en este mismo instante para lanzar una última reflexión.



¿Qué sería de este mundo sin el Capitán Garfio?


Encontrarme a mí mismo. ¿Se trata de dar con la luz de la especie de Peter Pan original? ¿De aniquilar o simplemente huir de esa identidad diferenciada que asocio a Hook?
En verdad todo son piezas de un mismo puzle. No creo que resulte beneficioso para nadie el ejercicio de partir su identidad en partes diferenciadas. Así pues, en esta última reflexión lanzaré una pregunta: ¿Son los bipolares un Capitán Garfio que de niño fue Peter Pan?
En este nuevo escenario, la pelea se hace más factible y real. Que Garfio desee aniquilar a su yo infantil es su única opción para poder vivir la vida del modo que le plazca. Por otro lado, el niño que quedó encapsulado en mi interior cuando primero el alcohol, luego el diagnóstico, lo sellaron en ese lugar, sigue brillando. Tal y como lo hacía en su habitación, con sus muñecos y sus dibujos.  
¿Qué hay pues de los momentos en los que los bipolares nos encerramos en nuestro camarote, para crear de algún modo? ¿No está nuestra condición de Garfio en ese instante haciendo uso del brillo del que se sabe poseedor?
En el film, como he comentado antes, Peter Banning representa el crecimiento sano de Peter Pan. En mi vida, en este artículo, curiosamente, la versión adulta de Pan no otra que Hook. No es la antítesis que se da la mano a si misma, no es el ying y el yang, se trata simplemente de un proceso de maduración en el que el niño no era capaz por sí mismo de aceptar algo tan duro como una enfermedad mental.
Llegados a este punto, y a modo de despedida, moldearé la última cita.
¿Qué hubiese sido del niño sin la aparición de Garfio, y qué de éste sin el brillo de Pan?


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jueves, 23 de noviembre de 2017

El trastorno de la joven del agua




EL TRASTORNO DE LA JOVEN DEL AGUA






“Hubo un tiempo en el que el hombre y las criaturas del agua estaban unidos. Ellas nos inspiraban, nos hablaban del futuro. El hombre escuchaba y todo se hacía realidad, pero el hombre no sabe escuchar muy bien. La necesidad del hombre de apropiarse de todo lo llevó a alejarse tierra adentro. El mundo mágico de los que viven en los mares y el mundo de los hombres se separaron. Con el paso de los siglos ese mundo mágico y todos sus habitantes se dieron por vencidos. El mundo del hombre se volvió más violento, se sucedieron las guerras al no haber guías a quien escuchar. Ahora, las criaturas del agua vuelven a intentarlo, intentan llegar a nosotros. A unas pocas de las más jóvenes las han enviado al mundo del hombre, las han llevado a altas horas de la noche donde habita el hombre. Un fugaz cruce de miradas... y el despertar del hombre se hará realidad. Pero sus enemigos deambulan por la tierra. Si bien hay leyes para proteger a las más jóvenes las envían conscientes de que sus vidas corren un gran peligro. Muchas... no regresan. A pesar de todo lo intentan, intentan ayudar al hombre... pero el hombre ha olvidado como escuchar”


El trastorno bipolar padecido de nacimiento.
¿Arroja alguna bendición al individuo o condiciona su crecimiento maldiciendo el proceso?
Cuando la voz del narrador pronuncia la cita anterior al comienzo del film ‘La joven del agua’, debo reconocer que siento un estremecimiento en mi interior. Esa sensación casi global de pérdida que los seres humanos experimentan al nacer, y queda encapsulada en algún lugar del subconsciente, me lleva a pensar que resulta algo así como partir de un esplendoroso universo de magia para aterrizar de mala manera en una realidad carente de ella. Con fortuna se contará con unos padres como los míos, capaces de generar una plausible emulación de ese hipotético mundo mágico que todos dejamos atrás. Durante esos años, si la buena fortuna está de nuestro lado, sentiremos el eco de esa magia lejana, en forma de imaginaciones y pensamientos, sueños y maravillas por descubrir. El estremecimiento que he comentado, envuelto y presentado en forma de feliz y segura infancia, llena de un amor incondicional por parte de nuestra familia.
Sin embargo, ahí parece estar algo así como el ying y el yang, las sombras arrojadas a las llamas de la luz, y o bien no se goza de esa suerte, o bien cae en la mezcla un ingrediente, como por ejemplo, la problemática de la salud mental.




“Tus pensamientos son muy tristes. Estás así desde una noche. Una noche en que un hombre entró en tu casa y tú no estabas.”


Dicen de este trastorno que es el trastorno de la melancolía.
Yo, en lo que identifico de mí en la infancia, no era precisamente de carácter mustio y marchito. El tornado casi histérico de actividad que suele acontecer a esas edades adquiría por momentos, y según que seres queridos, cotas que lo elevaban a la categoría de huracán. Esos picos altos, afortunadamente hoy en día, comienzan a levantar alarmas que conducen a diagnósticos muy prematuros que, con las debidas terapias, palían crecimientos torcidos cual tronco de árbol. Pero no fue ese mi caso, y las sombras llamaron a la puerta de mi mente bien pronto, en forma de pesadillas en las que haré hincapié más adelante, centrándome ahora en el primer sueño lúcido que recuerdo haber tenido. Una gran sombra, abrazándome tras un periplo por la negra y neblinosa noche de un bosque, susurrando palabras que quedaron grabadas a fuego. Siempre permanecería conmigo.
A partir de ahí, una serie de fallecimientos de gran relevancia para mí y mi mundo de maravillas hicieron que en el pozo interior que todos poseemos, se cavase tan y tan hondo, que se abrió una compuerta a un territorio, supongo, bien conocido por los maníaco depresivos. El yermo paraje calcinado de un dolor que supera las experiencias vividas, como si de algún modo siempre hubiese existido, aguardando visitantes.
Eso instauró los dos polos en mí por vez primera, entre los que estuve oscilando sin demasiado raciocinio durante años, meramente limitándome a improvisar en busca de una estabilidad que ni siquiera sabía haber perdido desde buen inicio.
Las musas, no obstante, cantaron su dulce melodía lanzándome al dibujo.
La narf Story, que protagoniza ‘La joven del agua’, no será en este texto una de esas musas, sino la parte creativa, integrante del yo sano que alberga todo bipolar. Así pues, primero con el dibujo y finalmente con la escritura, forjé la identidad que habría de blandirse con el mundo que nos rodea en busca de su lugar y, quizá, las maravillas y el eco mágico de lo dejado atrás, donde la felicidad no resulta una quimera. Durante años, siendo Story, viví y aprendí. Más bien pronto que tarde, sin embargo, las sombras no llamaron a mi puerta, sino que se colaron desapercibidas por las rendijas del hogar de mi mente a cada trago de mis primeras dosis de alcohol.
Cuando Story se dio cuenta, ya no estaba sola.
Cuando mi mente habló consigo misma, otra voz le respondió.
Un Monstruo había nacido.



“Tenerles miedo es lo que ha mantenido la justicia en el mundo azul por siglos.”


Voy a usar al Scrunt, la bestia malvada de ‘La joven del agua’ y cuya misión es acabar con la vida de la ninfa Story, para intentar finalizar esta comparativa con un cierre que resuma el dilema que este aspecto del trastorno me supone aún hoy.
La historia con el alcohol, en su punto medio, dinamitó mi mente y me lanzo a un diagnóstico y crisis periódicas que cumplen década de modo reciente. A mayor consumo (pues en un principio la sedación recuerda a un potente estabilizador), mayor número de actos perpetrados desde esas sombras que finalmente acabaron por estrangularme. El Scrunt, el Monstruo que nació o despertó en mí, no va a ser en este análisis el lado oscuro del ser humano, sino la enfermedad cuando episódicamente asalta tu boca y habla, y dispara, por ella.
¿Que por qué me resulta un tema escabroso? Pues porque establecer una frontera entre el lado oscuro que me acompaña desde mi sueño con la Sombra encapuchada, y el dantesco escenario que se dibuja cuando el trastorno adquiere el control, es harto complicado.
Unas veces soy Story creando y sonriendo a las maravillas invisibles, huyendo de la bestia que acecha a cada esquina de mi mente… Otras soy el Scrunt, con los ojos inyectados en el color del alcohol o desquiciados por la manía psicótica, mordiendo y desgarrándome, destruyendo todo cuanto poseo, todo cuanto soy… Con tal de llevarme a Story por delante.
‘La joven de agua’ es un cuento precioso. Lo que representa este texto, ‘El trastorno de la joven del agua’, empezó muy bien y ahora se encuentra en un punto crítico de máxima tensión. Pero la vida no es una película.
Como me aconsejan personas de mucha luz, debo encontrarme a mí mismo. Hablar conmigo mismo. Escribir me ayuda a hacerlo. Que Story deje de huir de una vez por todas y mire a los ojos al Scrunt, quizá esa sea la única forma de plantarle cara, por mucho miedo que se tenga.


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martes, 21 de noviembre de 2017

Los enfermos de Oskar Schindler




LOS ENFERMOS DE OSKAR SCHINDLER






Amon Goeth: "Hoy es un día histórico. El día de hoy será recordado En años venideros los jóvenes preguntarán con asombro acerca de este día. El día de hoy hará historia y vosotros seréis parte de ella. Hace 600 años cuando en todas partes los culpaban de la peste negra, Kasimiro el Grande, así le llamaban, invitó a los judíos a venir a Cracovia. Vinieron. Trajeron sus pertenencias a la ciudad. Se instalaron en ella, se afianzaron y prosperaron. En los negocios, la ciencia, la educación, las artes. Llegaron sin nada, ¡sin nada! Y florecieron. Durante 6 siglos ha habido una Cracovia judía. Pensadlo bien. Esta noche esos 6 siglos serán sólo un rumor. Nunca ocurrieron. Hoy es un día histórico."


Ralph Fiennes interpreta en La lista de Schindler a un oficial nazi cuyo desprecio y odio a los judíos llega a cotas tan dantescas que aterriza prácticamente en la total indiferencia a la hora de matarlos.
Hablo desde mi experiencia cuando puedo asegurar que en el ámbito de la salud mental habitan personas que comparten muchos de los rasgos de este personaje. También por la de otros compañeros, por supuesto, no se vaya a interpretar que emito un juicio desde recuerdos alterados en fase de locura.
El ayudar al enfermo mental es una labor que muchos psicólogos y psiquiatras llevan a su manera, por no decir que su labor recuerda peligrosamente a la indiferencia de Amon Goeth. Las condiciones, ya de por sí duras en los centros de salud mental, adquieren gravedad en los Ghettos, o si preferís, los ingresos psiquiátricos. Sean de la naturaleza que sean, tanto voluntarios como involuntarios acaban surcando el mismo túnel, un sendero donde a parte de privarte de tu dignidad y espolearte en la rígida dirección del cuadro de mando, sueles acabar preguntándote mientras rebotas de pabellón en pabellón si la historia realmente tendrá un final.
Si ese final es un pabellón de crónicos, puedes dar por sentado que serás tratado, y referido, como auténtica escoria, como llegó a pasarme a mí en un maldito despertar por parte de un celador de difícil olvido. Si bajas la guardia en ese lugar… Al cerrar los ojos bien podrías sentir la ceniza cayendo como nieve en tu rostro, de lo cerca que estarás de tu propio fin.
Cuando finalmente emerges, sales a la calle y tratan de “reinsertarte” en la sociedad, tienes que mirar amablemente al “profesional” que te atienda, a riesgo de, en caso contrario, verte de nuevo inmerso al comienzo del túnel.





Itzhak Stern: "Mire. Esta lista es el bien absoluto. Esta lista es la vida. Más allá de sus márgenes se halla el abismo."


¿Hay luz al final de ese túnel?
Así como le ocurrió a Ben Kingsley en su papel del contable Itzhak, un enfermo mental puede tener suerte y no sucumbir al horror de una etapa en el Ghetto.
Evidentemente, las heridas nunca sanarán del todo. Los efectos de una medicación que, no solo se cronifica, sino que en muchos casos va en aumento, son devastadores a tanto a nivel mental como a nivel físico. Porque, aunque te vendan la meta de la estabilidad por bandera… ¿Qué hay de la niebla que se espesa en tu mente sedando tus sentidos? ¿Es ese un precio que se tenga que pagar obligatoriamente por algo de lo que no se tiene ninguna culpa?
Durante un tiempo pensé que existía un oasis en forma de hospital de día donde los mecanismos de funcionamiento actuaban de modo bien diferente, lanzando excelentes resultados, e incluso “salvando” de la quema que supone la entrada en la oscuridad, el túnel o el abismo a muchos pacientes. Ahora dudo incluso de ese lugar, de sus mecánicas tediosas que apenas varían.
Sin embargo, sí que detecto una difuminada luz cuando me encuentro ingresado, huyendo del juicio de celadores y temiendo a psiquiatras como si de un comandante nazi apuntándome con su arma y su mirada se tratasen.
Hay algunos profesionales, unos pocos, que parecen tener un tacto y una empatía especiales.



Oskar Schindler: “En cada negocio que emprendí, ahora lo veo, no fui yo quien fallo, siempre faltaba algo; aunque hubiera sabido lo que era, no hubiera podido hacer nada porque es algo que no se puede crear; y que marca la diferencia entre el fracaso y el éxito... la guerra.”


¿Se podría imaginar una distopía en la que se pegase un giro a los acontecimientos y los profesionales de la salud mental fuesen juzgados en función de sus actos perpetrados? Desde luego sería una distopía para un nutrido grupo, incluso para las gentes que corren a refugiarse o aislarse de los enfermos mentales, por pavor a lo desconocido o porque también alzan enérgicamente su brazo derecho cuando un enfermo cae en condena.
Supongo que estos pensamientos me nacen de la ira, de la rabia por la frustración acumulada en unos años terribles.
Igual que Liam Neeson en su papel de Oscar Schindler experimenta una suerte de evolución como persona y ser humano, considero que mis tiempos de rebelión contra primero la psiquiatría y finalmente contra todo y todos, incluido yo mismo, han quedado atrás.
Ahora busco luces, en momentos y personas, que acrecienten la visión de una salida al túnel. Porque no se trata de que los enfermos mentales al ser encerrados seamos recluidos en una especie de Ghetto del siglo XXI. Se trata de que incluso cuando se está en libertad se tiene la sensación de estar enjaulado en condiciones durísimas, primero dentro de una sociedad como la que nos ocupa, y finalmente en una mente traicionera y un tanto torturadora.
Así pues, mi Oskar Schindler en particular, son esos profesionales que sí ostentan una vocación a la altura de su empatía con el enfermo. Son esas personas que pese a conocer a corta, media o larga distancia lo macabro que puede llegar a ser un cerebro enfermo, siguen ahí, luchando y peleando. Remando todos juntos por las cloacas del túnel en dirección, siempre, a la luz.


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lunes, 20 de noviembre de 2017

Mis reseñas: La luz en el espejo (Tes Nehuén)

MIS RESEÑAS


LA LUZ EN EL ESPEJO



Lectora demente. Redactora en Poemas del alma y Pizza vegetal. Autora de "Cuentos para aprender a volar"


Dado que esta es mi primera incursión en el territorio de las reseñas literarias, pido disculpas de antemano a Tes Nehuén, a la que agradezco enormemente el ejemplar que me ha brindado de ‘La luz en el espejo’, por si mi torpeza resulta demasiado evidente.
Me gusta leer poesía… Aunque mis conocimientos al respecto carezcan de base alguna. Así pues, me limitaré, o más bien me centraré, en narrar lo mejor que pueda lo que me ha transmitido la primera obra de este poemario, titulada ‘Puro’.


PURO

En el espejo mi doble es tal vez mi contrario
ANNA AJMÁTOVA

La elección inicial que sirve de bienvenida ya nos prepara para una carga rotunda de profundidad, a la vez que augura la visión de ciertas sombras… Que no harán sino que crecer gigantescamente de ahora en adelante.
‘Puro’ en muchos puntos me resulta como pegarle una calada a un pitillo de tabaco seco, del que raspa la garganta y te obliga a beber algo. La buena noticia es que ese algo se acaba revelando en el paladar de la memoria como un vino excelente.
Una mujer vivirá en su fuero interno un viaje, qué digo, una impresionante odisea, que perfilará las vidas y rostros tanto de sus familiares como de sí misma. Mientras ese perfil toma forma, como si de una daga con bordes dentados se tratase, a golpe de versos muy trabajados o de genial espontaneidad, nos veremos introducidos tan en el interior de esas personas que prácticamente podríamos abrazar sus almas.
Sentiremos el frío de una niña desencantada, las sombras perennes de su interior incluso cuando el sol castiga más duro… Escucharemos “esa voz” que la maniata y a la que ella se dirige en un constante diálogo. Navegaremos por las oscuras profundidades donde habitan esas sombras, hasta comprenderlas, quizá odiándolas, quizá amándolas.
Como a esa desagradable calada al pitillo, desde el abuelo frente al océano a la madre inmóvil, desde el padre muerto vivo a los pisotones de Narciso, todo es cuestión de ir leyendo, disfrutando de una lectura para mi opinión de elevado nivel.

Más aún si al final, cuando el eco del recuerdo acude, el sabor el trago inunda el paladar del mejor de los sabores.








DIFUSO


En ‘Difuso’, la segunda parte del poemario ‘La luz en el espejo’, nos adentramos, aún más si cabe, en el pozo de sombras, que no el abismo, de una joven que ya en ‘Puro’ nos estremeció con una realidad dura como el mármol, pero tan bella como puede ser su dibujo.
El abismo lo miramos a través de una mirada en cuyo párpado un lunar parece adivinar destellos de luz en un mundo decadente, ni que sea a base de frotarse compulsivamente tanto a él como al dolor de una infancia que acosa a la vuelta de cada esquina de la memoria.
El tiempo que se va, que deja atrás lo pasado, irrecuperable y desperdiciado, contrasta con la valía de tesoros en forma de recuerdos tristes. De conchas arrancadas de una arena que las aguas con las cenizas de tantos seres queridos lamerán hasta que no quede rastro alguno del hurto. Un hurto en forma de regalo, pero contenedor al fin y al cabo de un dolor que parece asir cada verso, cada palabra, de la poesía de Tes Nehuén.
Tras disfrutar de nuevo de esta lectura, me abruma la visión de ese cenicero que aparece en el poemario, donde puede caber el alma, pero la vida y la erosión del tiempo lo convierten a media distancia en lo que parece: Un contenedor de la podredumbre de un pasado marchito. No obstante, también visualizo esos diez dedos que se nombran, con una historia que se actualiza, y miro los míos mientras tecleo estas líneas. A buen seguro no hacen justicia a los versos que emergieron de los dedos de esta autora, pero espero animen a querer acceder a un retrato solitario de una joven herida pero valiente, atormentada pero profunda y, sin embargo, permanente buscadora de la luz en la superficie. Al menos eso es lo que puedo decir tras la lectura de ‘Puro’ y este ‘Difuso’ que reseño, a la espera de que su conclusión, ‘Infinito’, me lance a abordar una última reflexión.










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Un año en el Abismo de Helm





UN AÑO EN EL ABISMO DE HELM






"Un nuevo poder resurge, su victoria está cerca, esta noche la tierra será mancillada con la sangre de Rohan. Marchad al abismo de Helm, no dejéis rastro de vida.
¡¡¡GUERRA!!!, no habrá amanecer para los hombres."

Tal y como hizo el pueblo de Rohan, un bipolar, ante un ligero cambio en la marea maníaco depresiva, tiende a recluirse en un lugar seguro. La cuestión radica en si resulta demasiado acertado quedarse a solas con un mismo cuando se recomienda enardecidamente no hacerse demasiado caso en dichas fases.
Se tratan en mi caso de tiempos de espera. Un augurio se dibuja siempre en el horizonte, y es malo, pese a que a menudo se antoje en forma de presente cual caballo de Troya. El encierro en uno mismo suele acontecer ante la perspectiva de una época de desencanto, de una desesperanza profunda que pese a que no puede ser medida, sí puede, y de qué manera, sentirse. Ante tal panorama puede parecer que un viraje a los picos altos de la enfermedad puede ser una buena solución al problema… Pero nada más lejos de la realidad.
Es la primera vez que uso el símil Orco – Hipomanía.
Como una estructura piramidal, que nos llevaría de pelearnos contra las hordas de orcos de la hipomanía, pasaríamos indefectiblemente a batallar contra poderosos Uruk Hai ya en los fuegos de la imparable manía, para finalmente sentir al Gran Ojo en el mismo momento que, ya cerca de la cima de la pirámide, la psicosis detonase nuestro juicio.
Eso es precisamente lo que llevo haciendo todo este año 2017, desde su mismo inicio hasta seguramente su final.



"¿Qué ha sido del jinete y su caballo? ¿Qué del cuerno y su reclamo? Han pasado como lluvia en las montañas, como viento en la pradera. Los días se apagan en el oeste, tras las colinas, sumidos en la sombra. ¿Cómo hemos llegado a esto?"

Como cuando Theoden reflexiona acerca de la extinción de tiempos más gloriosos, es lógico extender una previsible reacción en todo ser humano de verse en esa tesitura. Un bipolar, por supuesto, se encuentra en ese grupo, aunque con la particularidad de que su reacción a exageradas cargas de nostalgia y melancolía será, normalmente, exponencialmente exagerada.
Así pues, cuanto más dolor y frustración se acumulen por un tiempo prolongado, encerrados en una suerte de Absimo de Helm doméstico, más poblado acontecerá el ejército que Saruman nos enviará para arremeter con todo contra nuestra mente debilitada.
Esto me hace reflexionar acerca de las palabras de una buena amiga acerca de la culpa. Liberarse de la culpabilidad padeciendo una enfermedad mental se me antoja una tarea imposible, por la continuidad y la naturaleza periódica de los episodios. Minimizarla todo lo posible ya es algo más factible, aunque requiera un trabajo y persistencia diarios. Resulta difícil, triste, admitirlo, pero el “chubasquero” que el núcleo de un enfermo mental debe saber ponerse para que en las peores fases los ataques hirientes no causen mella es absolutamente necesario. Es algo que parece enfriar las relaciones y aflojar los lazos, pero basta con echar la vista a los devastadores tiempos en los que uno sí hería, para darse cuenta de que todo es mejor así.
Quizá en tiempos mejores, tiempos de estabilidad, una hoguera que languidece despierte, y los lazos vuelvan a lucir fuertes.


Espera mi llegada con la primera luz del quinto día, al alba, mira al este.


Es frustrante que cada vez que parece que estás en una buena racha, todo acabe en un psiquiátrico donde resetear tu vida. En la década que ha transcurrido desde mi diagnóstico, la tendencia no ha sido otra.
Bien es cierto que me ha acompañado cierta buena fortuna en cuanto al núcleo de personas que acaban, si no por dar sentido, sí por aligerar enormemente la carga de dificultades, o si preferís, el número de hordas, a las que me enfrento.
No me han abandonado en el campo de batalla.
Tengo la sensación de que si persisto, a no mucho tardar la estabilidad al fin se instaurará en mi cabeza. Algo así como escuchar el sonido del cuerno de Helm, “resonando en el abismo, una vez más”. Porque todo suele comenzar así, con una especie de alarma interior que te lanza a la inevitable batalla contra ti mismo. Como si de un engaño del enemigo se tratase, el gozar del sabor de la pelea te conduce inevitablemente a las fases altas del trastorno. Tienes que pelear sabiéndote gravemente herido, en muchos casos con medicaciones exageradas que nublan lo que resulta un valioso tesoro: Tu creatividad y tu imaginación. También adquiriendo el rol de prohibido se encuentran los tóxicos, que en el ámbito de las patologías mentales severas pueden actuar perfectamente como bastón de longevo uso.
¿Qué nos queda, pues, a parte de pelear sintiéndose de mal en peor? ¿Nos queda el alba del quinto día? ¿Quién es Gandalf?
En pasadas fases de locura, esta era una pregunta recurrente que hacía y me hacía. En este pequeño post que nos ocupa, debo reconocer que el mago blanco no es más que otro engaño de nuestra mente, cuya batalla trasciende la del Abismo de Helm tal y como es conocida.
No existe una salvación milagrosa. No podemos vivir pensando que el quinto, el doceavo o el quincuagésimo día, mes o año aparecerá una curación para el trastorno bipolar. Porque nos estaríamos perdiendo lo más bonito que contiene la misma vida.
En ocasiones, sin entrar en términos de justo o injusto, a algunos les toca cargar con pesos mayores, luchar en batallas que de tanto repetirse se convierten en guerras eternas. Pero para eso tenemos nuestra armadura, nuestro escudo y nuestra espada. Para eso tenemos nuestra gente, nuestro juicio y nuestro corazón.


Todas las imágenes están sacadas de Google
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jueves, 9 de noviembre de 2017

Reseña de 'La cabaña' (Tes Nehuén)




RESEÑA DE 'LA CABAÑA'


Para leer esta reseña en Poemas del Alma sigue este enlace



NOTA DEL AUTOR

Desde el mismo comienzo de esta reseña ya se respira algo especial, se tiene un pálpito de que no va a defraudar en su inmersión en la que es mi obra más compleja. Al menos en mi opinión. 
En esta ocasión no me extenderé demasiado.  Tan solo destacar que la lectura de esta reseña me resultó absolutamente fascinante, que la recomiendo encarecidamente, y que mando un cálido agradecimiento a Tes por ella. 
Espero que disfrutéis tanto como yo, navegando por lo que esta lectora y redactora considera los pros y los contras de 'La cabaña', en su inicial búsqueda de información relativa al trastorno bipolar.



RESEÑA


Aprender a escribir sobre el dolor parece el reto fundamental de todo inicio literario. Porque la escritura es necesidad que crece en lo más hondo hasta que va adquiriendo formas, incluso puede ser durante años una única vía de escape que permite indagar en nuestro interior para entender por qué somos como somos y explicar los hechos más insólitos de nuestra existencia. Y es la escritura el recurso al que se aferra el protagonista de “La cabaña” de Víctor Fernández García y sobre cuyas ideas se va construyendo la trama de esta novela. Un libro que intenta explicar los altibajos que vive una persona que padece de trastorno bipolar.


Bipolaridad y literatura

Llegué a este libro con el deseo de conocer en más detalle las transformaciones que vive la psique de alguien que padece bipolaridad. La negación del dolor ajeno generalmente reside en la incomprensión, de ahí que me haya interesado esta lectura, puesto que visibilizar el drama que padece una persona con bipolaridad puede servir para mejorar el trato que como sociedad les brindamos. Entender para cambiar. Y, sin duda, conocer un trastorno desde la palabra de quien lo experimenta, me parece la mejor forma de acercarse a la verdad que pueda haber en él.
A simple vista, lo que vemos desde fuera es una consecución de ataques de histeria, ansiedad y depresión que se van escalando y que provocan un comportamiento extraño en el enfermo. Sin embargo, si intentamos ir un poco más allá de lo evidente nos encontramos con que el entramado es muchísimo más complejo y presenta miles de matices que se nos escapan. Y a esos matices apunta Víctor, al traernos un personaje que vive en carne propia esos altibajos y es capaz de explicarlos y de anteponerse a las situaciones a las que la enfermedad lo va llevando.
“La cabaña” nos ofrece así un viaje a través de los diversos estados que provoca esta enfermedad y el tipo de reacciones que tienen quienes la padecen. Sin duda puede ser un interesante ejemplo de cómo la literatura puede servir para poner en palabras los laberínticos caminos de nuestra mente.
El protagonista de “La cabaña” se propone crear un árbol que plasme los detalles de su historia, que considera ligada a la historia de toda la humanidad, para comprenderla y predecir lo que pudiese pasar en el futuro. Algo así como un adelantarse a los propios impulsos de la mente, llegar hasta la raíz de las cosas y torcer el destino. Pero la aparición del monstruo, una fuerza interior que ha habitado en sus pesadillas infantiles y que le acompaña desde entonces, le impide alcanzar sus metas. Porque cuanto más se acerca a su verdad, más gigantesca es la sombra, hasta que se vuelve una inmensa mole difícil de esquivar. Esto consigue frenar la exploración del pasado y quita mérito e importancia al presente. La forma en la que Víctor ha conseguido plasmar esa sensación de ahogo y esa dicotomía entre volverse pequeñísimo y a la vez inmenso, tan propia del trastorno bipolar, me parece muy interesante.


Sobre caos y estructura

“La cabaña” se construye de una forma particular; la lectura da cuenta de lo que sucede en la cabeza de una persona con un desorden de identidad y estado anímico, lo que lo lleva a pasar de la tranquilidad a la euforia y de allí a la tristeza más profunda. Para plasmar estas sensaciones, Víctor construye una trama en la que hay pequeños encuentros que tienen lugar en el interior de una cabaña entre varios personajes, que son en realidad uno mismo (y sus muchas personalidades y experiencias posibles) y que se alimenta de diversos textos. Dichos escritos tienen un estilo bien distinto a la narración eje, y nos ofrecen una mirada al interior de la mente del protagonista que nos explica poco a poco la transformación que experimenta. Historias, palabras y emociones que nos permiten entender por qué se siente como se siente.
La lectura de “La cabaña” es sencilla y nos va llevando de forma fluida desde el interior de la mente del narrador hacia su pasado, hacia sus reflexiones más íntimas. Así llegamos a empatizar con él y entender sus miserias y su desesperación. Cabe resaltar que la forma en la que el autor consigue plasmar los diversos estados de la enfermedad resulta clara y muy interesante, en lo personal, me ha servido para entender mucho mejor el entramado retorcido que se gesta en una mente cautiva en la bipolaridad.
Hubo dos cosas que no me convencieron del todo. Lo primero es que por momentos me ha resultado reiterativo, como si el narrador quisiera explicarlo todo sin dejarnos sacar nuestras propias conclusiones sobre lo que ocurre y por qué. Lo segundo es que muestra una visión algo romántica del trastorno, como si fuese una exigencia buscarle el lado bello al asunto para poder hablar o escribir sobre él. Esto es algo muy propio de la literatura a la hora de tratar dolencias de este tipo, pero que no comparto del todo. Pienso que sobre ciertas situaciones no se puede tener un discurso estético o bello. De todas formas, creo que es un libro que merece la pena.


Racionalizar el futuro

Racionalizar lo que ocurre para adelantarse a las situaciones: esta es una de las principales obsesiones que trae aparejado el trastorno bipolar. De alguna forma, existe la idea de que todo puede ser explicado a través de un minucioso uso de la razón, y ese es el objetivo que se propone el protagonista.
Quiere explicarlo todo, racionalizarlo todo para plasmarlo en el árbol, pero como se trata de un imposible pasa por diversos estados en los que por momentos siente que puede conseguirlo y vive instantes de éxtasis impresionantes en los que siente que puede tocar el cielo-mundo con las manos, y en ocasiones se siente desolado, cuando entiende que es imposible y que hay miles de cabos sueltos que no pueden atravesarse ni explicarse de forma matemática. Así va pasando de la euforia a la depresión, con todo lo que ello supone. La forma en la que Víctor ha conseguido plasmar las sensaciones de cada uno de estos estados y la necesidad de racionalizar los acontecimientos es genial. Sin duda, uno de los aspectos fuertes de este libro.
“La cabaña” nos invita a acompañar a un individuo a través de un laberinto en el que va a encontrarse con todo lo que le representa y donde tendrá que asumir sensaciones y experiencias que no le resultarán agradables. Al aceptar, sabemos que nada volverá a ser como antes; porque al intentar entender cómo funciona la psique de los otros asumimos la responsabilidad de mirar el mundo con nuevos ojos cada mañana. Es ésta una lectura muy recomendable para aquellos que deseen conocer más a fondo lo que provoca la bipolaridad y adentrarse en los entresijos del alma humana. ¡No se lo pierdan!


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