Todos juntos tumbados sobre la
gravilla del gran campo de fútbol.
La noche profunda reinaba
cuando un joven posó su mirada en la rubia melena de su acompañante más cercana.
La reconoció al instante.
Tenía esa capacidad con la que un simple mechón de esa dama le hubiese servido
para rastrear su identidad. Y no solo la actual. Décadas atrás debió ser una
mujer despampanante, y lo cierto es que aún conservaba belleza tras sus arrugas
y una deliciosa silueta.
Aún adormilado, dejó caer su
mano a los cabellos de su acompañante, que rio traviesa. Alzó su cabeza para
mirar al joven, y en cuestión de segundos se revolvió para abrazarse a él.
—Algún
día me tocará a mí… —A la espalda del chico, una segunda mujer, más joven
y obesa, parecía sumarse a la fiesta, puesto que el joven se descubrió recostando
su cabeza en la entrepierna de ésta.
La sensación
era agradable.
Viejas
conocidas para él, aquellas dos chicas le otorgaban la sensación de pertenencia
a un extraño hogar. No obstante, se levantó.
La
rubia quiso seguirle, pero a los pocos pasos se distanció de la multitud
estirada sobre el suelo para descubrirse paseando abrazado por una negra y
solitaria noche.
Algunos
amigos de la escuela más temprana aparecían para comparar abdominales, y lo
cierto es que, aunque algo rechoncho, conservaba una buena fortaleza en su
cuerpo.
Mientras
se disponía a recoger algunos mecheros del suelo, extraños trofeos de lo que
parecía el esbozo de un raro triunfo, una adolescente daba grandes zancadas en
dirección a ninguna parte.
También
la reconoció, aunque ella no parecía recordarle a él.
—¿A
dónde vas? —Le dejó ir a modo de tanteo. La ruleta de posibilidades no
incluía en su repertorio el que se besasen tan rápido, pero con lo que el chico
se quedó fue, más que con la calidez y cercanía de esa boca hambrienta, con la
sensación que le reportaba acariciar sus brazos desnudos.
Recuerdos
de una especie de peculiar misa le asaltaron mientras comenzaba a sonreír a los
cielos nocturnos.
Una
gran multitud que se abrazaba para, llegado el turno individual, sacudir el
cuerpo pasando así el testigo al siguiente miembro de la danza. Una comunidad
que sentía la libertad de un modo extremo. No se entregaba al contacto físico
solo por vicio. Era como algo lógico, un manto de cariño con el que cubrir las
carencias de toda una, o varias, vidas.
Finalmente,
descubriendo un balón de fútbol, se mantuvo al margen de los muchachos que
jugaban un partido en la portería cercana.
Él
escogió otra, más alejada. Más solitaria.
Mientras
disparaba, la rubia y la obesa parecían esperarle sonrientes.
Mientras
apuntaba a la escuadra cada disparo, sentía como, muy cerca, el aliento de la
adolescente le buscaba en un deseo húmedo.
Entonces
el reino de Onírica amenazó con expulsarle.
Justo
antes de despertar, una pregunta le asaltó.
Repentinamente
fue consciente de que todos los allí presentes habían o iban a ser carne de
psiquiátrico. Que habían peleado. Habían montado su revolución.
Al
mundo al que iba a regresar, se dijo mientras formulaba al aire la pregunta, no
le iban esas cosas.
¿Contener
el Sex, Drugs & Rock ‘n Roll es el verdadero objetivo de la nueva Santa
Inquisición?