Me encuentro con los pies firmes sobre la tabla.
Una ola de generoso tamaño impulsa mi marcha.
En mi interior, una olla a presión exhala por donde puede una vaga promesa de
lo que en realidad alberga en su interior.
Fuera, sin embargo, lo que se ve es una radiante sonrisa que parece conquistarlo
todo.
El día es soleado y me encuentro en un entorno paradisíaco.
Donde casi me comen los tiburones en el pasado, cierto, pero no por ello la
salvaje visión de los bosques de posibilidades que aguardan en la orilla pierde
ápice de belleza.
No obstante me he decidido a apurar lo que resta de jornada en surfear algunas
olas más.
La hipomanía bipolar es, cuanto menos, garantía de un alto nivel de actividad.
Luego de uno dependerá en qué se emplee el tiempo y la elevada cantidad de
recursos que nuestra mente nos pone sobre la mesa.
No hace demasiados años que me imaginaba dialogando con un mar embravecido, que
rugía a través de una espesa niebla mezclada con la espuma de su furioso oleaje.
No hace demasiados meses que esa visión se hizo realidad, en unos duros años de
exilio forzado que aún actúan de ancla para mi alma.
Ese es el dibujo y no otro.
Una mente que propone la construcción de un cohete para lograr volar.
Un alma que actúa de contrapeso a las ideas que manan.
Y una tabla, una simple pieza de humilde madera naranja como el fuego, que nos
permita surcar la línea de espacio entre esos dos extremos.
¿Cuántas veces me habré caído en el pasado?
Una caída puede antojarse dolorosa para el lector, pero… De añadir seres
marinos carnívoros tan hambrientos como las sombras que pueblan la existencia,
¿No es cierto que la tesitura adquiere gran gravedad?
Psiquiátricos que te atrapan por años.
Depresiones que apagan las luces.
Abismos en los que perder la noción de lo caído.
Mi sonrisa se erige bajo una mirada cansada e ilusionada.
Sinceramente, si mi fin anduviese cerca, en cualquiera de sus formas, todo habría
valido la pena.
Porque la espuma fresca del mar salpica mi rostro mientras adquiero velocidad
sobre todas y cada una de sus olas.
La sensación es de puro rock ‘n roll.
Las emociones, contenidas, gritan la letra de la canción.
El corazón, a la batería, sigue un ritmo en permanente ascenso y descenso.
Y a la guitarra, como no van, mis manos, radiantes por reencontrarse con el
querido teclado.