Hace poco más de un año nos reunimos, querido lector, para divagar un poquito en torno a un ensayo titulado ‘Construyendo el mundo’. En él, creamos una danza en torno a algunos personajes y escenarios de Leyendas de Animalia.
Transcurrido algún tiempo, siento la necesidad de empapar nuevamente de tinta sedante la pluma de la retrospectiva. Amparado por la hoguera de las fases más bajas del estado de ánimo, su crepitar me conduce indefectiblemente a un lugar ya conocido por muchos lectores. Se trata de El Ternero.
Cuando nació el proyecto de estas leyendas, los focos apuntaron con gran fuerza a Villa Bigotes. Lugar en el que conviven unos seres que, pese a tomarse muy en serio sus nobles objetivos, no dejan de dar con situaciones tan hilarantes como desternillantes.
El Ternero también dispone de un riego constante de humor, para que engañarnos. Sin embargo, creo que el ronroneo de la musa felina que acompaña a mi teclear apunta indefectiblemente a que, en este bloque de Animalia, moran ingredientes un tanto diferentes.
De las tres historias que han visto la luz dentro del marco de El Ternero, no hay una sola que no me haya puesto, sino unas buenas lágrimas en el rostro, sí un enorme puño en la garganta bien al diseñarla, bien al forjarla. La lista de LaClasse, El sistema del gusano y Las Cuerdas de la locura beben de un mismo manantial. El drama, ese antiguo conocido que suele convertirse en un viejo aliado, llamó con tanta fuerza a las puertas creativas de la saga, que no solo obtuvo todo un sector del mundo, sino también un nuevo estilo. Más elegante, más pausado e introspectivo.
Ya no solo hablo de personajes principales. Si bien es cierto que tanto LaClasse Dumont como Guzha Niyo, tanto Cuco Nicola como las Cuerdas, se muestran aquejados de lúgubres realidades iniciales, es el propio El Ternero el que parece, siempre, tratar de brillar en condiciones un tanto abruptas. Como un sol que se abre paso a contracorriente entre crecientes nubarrones. Con una carga perenne de incertidumbre y desazón, que encuentra motor en el latido de una convicción y esperanza ciegas.
¿No te suena de algo?
Podría recordar al manido viaje del héroe.
No obstante, un cuervo que compite al Cacahuete engullido en su universidad, un pueblo ávido de crear una comunidad audiovisual o una banda de músicos pacientes de psiquiátrico entregada en cuerpo y alma a la composición de su gran fuga, son elementos en clara disonancia y rebeldía con todo cuanto uno pueda esperar de las tramas iniciales.
Ese es, considero, el principal encanto del bloque de El Ternero. El sello de este volantazo enmarcado en las Leyendas de Animalia no es otro que el juego de contrastes. Y es que… ¿Cuándo la luz puede brillar más si no es ante crecientes grises y oscuros?
A menudo, damos por sentado que la escala de grises es un buen lugar donde morar. Que su naturaleza tendiente al equilibrio es una carta segura. Un buen acordeón con el que tocar nuestra melodía vital. Pero no siempre logramos resistir la postergación de lo que termina siendo un túnel sin aparente salida. Y, al igual que nosotros, los protagonistas y personajes de El Ternero tienden a buscar el dinamitado de su realidad, cueste lo que cueste.
La narrativa breve presenta entre su elenco de dificultades una muy clara y destacable: Los tiempos de cocción. Para un bloque como el que nos ocupa, eso es algo muy importante a tener en cuenta. Queremos que el lector se sienta incómodo, ávido por saber, apremiado a resolver y urgido a recapacitar una vez logra ver como el telón se dispone a bajar por el horizonte de la conclusión.
Villa Bigotes supo resolver de forma holgada dicho conflicto.
Tanto ‘Ramírez y el volcán’ como ‘Un misterio de lo más Funesto’, así como ‘Las alas del amor’ y ‘El devorador de estrellas’, presentaron estructuras multiformes, aunque compartiendo avances vertiginosos e imparables. Improvisación y tenacidad se dieron la mano, como si el autor, la ilustradora, los personajes y toda Animalia en sí misma remasen a una.
El Ternero es diferente.
Es como aquí, en una posición de subterfugio, el rasgar de la pluma contra el pergamino quisiera hacerse escuchar a su vez. Si bien se trata en todo momento de mantener una esencia global, también es cierto que la universidad UNPICO, el pueblo de Paso Alegre o el hospital Hatoda Pastiyah gozan de, por así decirlo, una mayor identidad. Una vida propia más profunda, compleja y devastadora. Como si el peso de nuestra realidad hubiese encontrado una grieta en la fantasía más disparatada.
Es mediante esta sutileza desde donde quise construir esta extensión del mundo de Animalia.
Evidentemente, va a ir a caballo entre el origen y el destino que ya empieza a vislumbrarse en la lejanía de mis cavilaciones.
No hay nada más emocionante que sentir como los grandes continentes de un mundo enorme comienzan a desplazarse indefectiblemente sobre sus placas neuronales.
No vamos a montar Pangea, desde luego, pero sí vamos a construir Animalia entre todos, en un ejercicio inolvidable de alianza entre pluma, lápiz y lectura.
Con esto despido este segundo ensayo entre líneas.
Esta llamada invisible a ti, querido lector, que tanto me empujas a sentarme, incluso en el gris más disimulado, cruel y despiadado que mi mente pueda llegar a sentir.
El crepitar del fuego se ahoga mientras este se apaga.
Un nuevo día nace. Nuevas oportunidades.
Nuevas historias.
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