Recuerdo cuando mi padre me llevó, apenas rondando los diez años, a un pequeño cine a ver, en su flamante sala 1, el estreno de Parque Jurásico.
Veníamos de urgencias, pues el gato de mi abuela no andaba muy fino y me acababa de destrozar la pierna usándome de rascador para su impulsividad. Aunque, una vez la magia de Spielberg llenó la pantalla de temibles depredadores, rápidamente todo quedó en anécdota.
Hoy no están ni mi abuela, ni aquel gato, ni el cine.
Pero lo que si está es el espíritu de aventura de aquella pareja padre hijo que acudió al cine en clara búsqueda de una experiencia bien emocionante.
Con el tiempo salieron a la luz las técnicas empleadas en el film.
Mediante habilidades de lo más artesanales, me impactaba sobremanera cómo se había logrado una inmersión total en la trama por parte del espectador.
Técnicas que venían cociéndose a fuego lento en películas de todo tipo y género, pero dando en la aventura y la fantasía su más valioso bastión. Willow, Star Wars, Gremlins... la lista a comienzos de los 90 era nutrida a más no poder.
Hoy en día me cuesta ver películas.
Cinco brotes psicóticos en la memoria histórica de mi cerebro, además del crónico trastorno bipolar, supongo que tienen que cobrar, día a día, la financiación de la gran suerte que he tenido de aún poder pensar y, por tanto, plasmar en papel dicho flujo mental.
Una fortuna que no solo se conformó con un tono ensayista y una canalización literaria. Desde que los cimientos de la Saga Identidad fueron colocados con idénticas dosis de mimo y desequilibrio, desde que ‘La Cabaña’ vio la luz, una senda de textos, un universo en palabras, explosionó desde ese big bang inicial.
En otras ocasiones he querido efectuar análisis de los procesos de escritura, he buscado peinar elencos de personajes y escenarios. Incluso he sobrevolado la evolución en los compases iniciales de la Identidad, analizando sus primeros volúmenes desde la perspectiva privilegiada que solo el tiempo concede.
Uno de esos análisis tomaba la luz como fuente comparativa.
De la hoguera de La Cabaña al farolillo de La Taberna. Un elemento, sin duda, clave a la hora de explorar la cruda temática que contienen dichos libros.
Sin embargo, ¿En qué bendito momento agarré la cámara?
Sería con la gestación del tercer volumen de la Saga, titulado ‘El símil: Día del lector’, que el componente cinematográfico entraría en escena. Un volumen que proponía, sin dejar de lado mucho de lo vivido en los laberintos de la psicosis y la adicción, lanzarse a vivir una serie de aventuras interconectadas por el hilo conductor de la bipolaridad.
Y la magia estalló.
El milagro tuvo lugar desde la misma primera página.
De repente, cámara en mano, o al hombro más bien, mis inquietudes no solo disponían de ríos de tinta por escribir, sino que además disponían de un billete de ida y vuelta a infinitud de mundos que admiraba y anhelaba sobremanera.
Es curiosa la mente humana.
La capacidad de atención y la paciencia pueden verse mermadas por agresivas desconexiones cerebrales, pero al mismo tiempo potenciar la capacidad de inmersión en la ideación de incursiones literarias.
Poco tardé en descubrir esto último en el momento que la sub Saga Símil fue tomando forma. Descubrí que los lectores gozaban especialmente de una experiencia que en anteriores volúmenes suponía un sufrido desgaste a la hora de avanzar.
Así pues, forjé la primera de las tres entregas Símil. Una propuesta de un total de once mundos tan dispares como míticos, en los que homenajear mientras construía. En los que quitarme el sombrero por un lado y la tapa de mis sesos por otro.
La disección de la mente bipolar vista desde un punto de vista preferentemente objetivo, encontró curiosamente a su mejor aliado en el objetivo imaginario de una cámara que no se iba a detener en esa novela.
Llegó El Símil 2, ya con Vlad Strange en mi vida.
Con su amor actuando de látigo creativo, con mi mente en una suerte de permanente hipomanía, llegó el turno de un proyecto realmente ambicioso. No solo por verse ilustrado a color con la maestría de Vlad, sino por la ambivalente trama que quería enfocar, de forma intermitente y en idénticas proporciones, el mundo de las pesadillas y las tramas más épicas.
El cariño hacia esa obra fue tal, que incluso se la situó en nivel de disfrute por encima del primer Símil. La sub saga, pues, a todas luces parecía una apuesta de lo más segura. Tanto como para cerrar la Saga Identidad a lo grande, recolectando las mieles de lo aprendido en un último volumen repleto, a rebosar, de ellas.
Retomando eso del privilegio en la perspectiva que otorga el paso del tiempo, hoy puedo afirmar que haber recorrido los 25 mundos que finalmente Símil 1, 2 y 3 ofrecen al lector, ha resultado tanto o más emocionante que asistir con once años al estreno de Jurassic Park.
Casi como dar alas a un niño interior que andaba sepultado por avalanchas psicóticas. Que andaba ciego por la adicción.
La escritura e ideación de la sub saga trajo otros enfoques a mi vida. Los instauró en la saga Identidad.
Ahora, con la Saga ya cerrada, puedo decir que otra cosa más se ha ido. Con mi abuela y su gato, con la encantadora imagen de aquel cine escondido en un callejón.
Hasta Parque Jurásico parece también querer aprovechar el momento para despedirse con una sexta entrega, también de una sub saga como es World.
Me alegro de poder estar escribiendo este puñado de líneas.
En unos minutos tú, querido lector, vas a zambullirte en ellas.
El amanecer que se está gestando en la ventana tras de mí me hace evocar la agradable brisa matutina del verano que se va. Se irá como tantos y tantos recuerdos, inquietudes, retos superados y proyectos fallidos. Se irá como hicieron algunas personas, cada una con su saco de motivos o inclemencias del destino.
Pero mi cámara seguirá ahí, grabando, del mismo modo que siento a mi hoguera interior arder. Del mismo modo que los farolillos, llegada esta altura del año, no cesan en su empeño de iluminar el camino que ha de conducirme a ser feliz.
Sí, eso es lo que quería escribir de buen principio.
Feliz. Así me hace contemplar a Vlad durmiendo con Husk y Chihiro desperezándose.
Así me hace el ver los seis libros de la Saga Identidad ya cerrada.
Aunque, sobre todo, lo que más feliz me hace es recordar aquel estreno de principios de los noventa. Una sensación de inocencia e ilusión sin la salpicadura de la locura.
Justo lo que necesito para dar carpetazo, también, a toda una era de comportamiento demente.
La hoguera, el farolillo y la cámara me han conducido hasta aquí.
Estaré atento, pues estoy seguro de que la evolución vital se halla lejos de detenerse.