Querida Barcelona,
Cuanto tiempo, ¿Verdad?
Como de costumbre, tú te debes haber hartado de sucesos variopintos y actividad desenfrenada.
No hace tanto que nos vimos por última vez.
¿Te acuerdas de la chica que conocí paseando por tus bohemias callejuelas?
Nos va genial. Te alegrará saber que, incluso, hemos logrado emerger de las arenas movedizas.
Ahora vivimos no muy lejos de ti. Me atrevería a decir que miramos el mismo mar. Que, cuando un gran nubarrón se desplaza, nos oculta a ambos la misma puesta de sol.
Es una triste visión, lo sé.
Es que te echo de menos.
Ya no sé si podremos cumplir aquellos sueños que tantos años compartimos. El repatriado de mis objetivos no se ha reestructurado y no va a haber reconquista, eso puedo asegurártelo. Me encuentro aún más deforme que la última vez, una suerte de mezcla entre mis infiernos y mis cielos.
La edad me ha acechado, haciéndome acuciar una cuarentena que empieza a entender que la puesta de sol va a ser, aunque lejana, todo un hecho.
No por ello siento lejos las tentativas.
Esas llegadas furtivas a tu estación de Sants para vivir inolvidables jornadas. Esos más que lustros peleándote y saboreándote, viviéndote y soñándote. Esas arremetidas contra natura pegado a ti mientras el océano estira y estira... Hasta que arranca.
Se me acaba de poner un puño en la garganta.
Suena música un tanto desgarradora, aunque bonita. Garantía de que no voy a acabar entero esta carta. Aunque no espero lo mismo de esta vida.
¿Sabes?
Chi sigue viva y hasta me ha llegado un fugitivo exiliado de tus barrios.
Me atrevería a decir que ya soy feliz.
Pero tú mejor que nadie conoces la ubicación del puñal que me atraviesa. De la estaca que apnea mi respiración. De los sueños por lograr que me dejan en vilo.
Maldita sea.
Menudo trastorno.
Te dejo por ahora.
Como siempre, con mis mejores deseos:
Víctor
Querida Barcelona,
¿Era un loco?
Justo cuando, en el fragor de la juventud, surcaba tus calles con el empuje de una docena de embarcaciones con el viento a favor.
Cuando la energía se teñía de visibles tonalidades en un mundo multicolor de núcleo gris.
¿Era un loco?
Justo cuando, en el cénit de lo crucial, entrenaba mi mente tan exhaustivamente como un capitán que llega al mando de un portaaviones.
Cuando el corazón latía con la hipersensible emoción generada por un despegue inminente a la conquista de lo imposible y lo desconocido.
¿Era un loco?
Justo cuando, a la hora de salvaguardar los muebles del gran incendio, no hice más que avanzar a contracorriente como un mariscal de flota.
Cuando los recursos se sacrificaban junto a la esperanza y las neuronas ardían, derrapando a mil kilómetros por hora en los lienzos maníacos de la anarquía.
¿Soy un loco?
Ahora que las heridas ya no sangran a borbotones a vista de médico de pacotilla.
Ahora que el oxígeno regresa a los pulmones, ¿Puedo ya gritar?
Querida Barcelona, dime si ya puedo preguntar a voz en grito si algún día me curaré.
Dime si el sinsabor del sinsentido tiene arreglo. Si el masticar la ceniza de lo que fue alimento también nutre de algún modo. Si puede nacer algo de lo que se tornó yermo. Dime si sirve armar la metáfora de lo que cuentan sobre el ave fénix y si el poder de la victoria sobre la enfermedad realmente arde de las llamaradas de la voluntad.
Si, al menos un día, una hora de una jornada o un minuto fugaz, podré quitarme la máscara y volver a reír de verdad junto a ti.
Sé que la música que suena es triste.
Una banda sonora orquestada a partir de letras que beben de un océano de pesadillas, soñadas y vividas.
Hace tiempo que no hay despegues en los portaaviones.
Mucho hace de la última vez que se vio el uniforme del mariscal.
No hay ni rastro del tenaz mando del teniente.
...Pero el maldito oleaje sigue ahí, igual de frío e inclemente como siempre se mostró, dando lenta caza a un cerebro para el que los años no dejan de pasar.
Querida Barcelona,
Quiero irme a 571 como dicta el tema Exoplaneta de Arde Bogotá.
Quiero viajar voluntariamente, abandonar la tierra, e irme a 571-/9A.
No se va a tratar de una travesía ni científica ni de ciencia ficción, aunque algún elemento de ahí quiero agarrar.
Decía Isaac Asimov aquello de que era el fin de la Eternidad y el principio del Infinito. Qué aterradora belleza atesoran esas palabras. Que magno significado que nos deja arrastrándonos como hormigas con nuestros problemas y dilemas.
Quiero irme a 571.
¿Sabes? Tengo pensado no incluir el cinismo allí. Tampoco la bravuconería de cara a la galería. Jungla y carnaval, términos prohibidos. Garrote a la dictadura y al fascismo. Un exilio prácticamente equiparable al de una isla en la que naufragar.
¿Qué debo morir, dices?
Muramos, que mueran todos aquellos que quieran viajar conmigo a 571-/9A.
Sé que el pasado ya lo hizo, deja de engañarme de una vez.
Sé que las calles donde moran mis huellas han sido tan pisadas que de mi rastro no queda ni un vago perfume.
Sé que mis recuerdos subjetivos se han más que diluido en los mares de las opiniones de aquellos que, o nunca les importaron, o supieron sepultarlos.
Me quiero ir a 571.
¿Sabes? Quiero fundar allí Nueva Barcelona.
Muy probablemente tenga todas tus calles y muchas de tus gentes.
Muy probablemente pienses que esa burda copia te recuerda mucho a ti.
Pero habrá algo diametralmente diferente. Y solo tienes que mirar al espejo que representan mis cartas para comprender de quién se trata.
Solo tendrás que buscarme en tu memoria para darte cuenta de la desaparición.
Creo que ya me he ido.
Harto de tanta miseria y concierto de máscaras.
He partido rumbo a 571-/9A.