La escritura abarca
tanto que resultan prácticamente infinitas las puertas que podemos
cruzar a la hora de crear.
No solo me refiero
al género, la temática o el estilo, sino que también contemplo un
abanico como es la imaginación, que expande casi hasta lo mareante
las posibilidades.
¿Cómo podría uno
hastiarse de lanzarse a un teclado o a su caligrafía siempre que
tuviese ocasión?
Eso es algo que, desgraciadamente, puede
ocurrir.
Evidentemente el
escribir, como ejercicio mecanizado, puede arrojar resultados incluso
en el más exagerado estado de desinterés, pero ni es lo que yo
busco en un texto ni es lo que pretendo ofrecer.
El andar por la vida
con el corazón en un puño, refiriéndome al llevar por bandera lo
más auténtico de nosotros mismos, y los sentimientos a flor de piel
no es algo que esté exento de cierto riesgo de desgaste.
El cansancio al que
tal actitud puede exponer al sujeto que la esgrima hace que éste
gaste sus pilas lenta pero inexorablemente.
Para los que estéis
al corriente de lo relacionado con mi próxima novela ‘La taberna:Una libreta para el recuerdo’, no os resultará extraño ni
exagerado el leer que durante mucho tiempo otorgué al alcohol la
condición de cargador de esas mismas pilas a las que hago
referencia.
Buena parte de su
consumo la llevaba a cabo en una soledad imbuida en el maravilloso
territorio que acaba por armar el título de este artículo.
No es otro que la
música.
Durante mucho tiempo
resultó común para mí la relación entre gran borrachera y
concierto casero.
Alternando pistas en
un ejercicio un tanto anárquico, la montaña rusa de lágrimas,
desolación, melancolía, nostalgia e ira se entremezclaba con los
raíles de un circuito repleto de sonrisas, esperanza, satisfacción
y proyección de sueños de toda índole.
Mi problemática
bipolar quizá contribuya a incrementar sus altos y sus bajos, pero
obviando esa exageración lo cierto es que contenía una base sólida
de música y alcohol. O eso creía.
A tocar ya de los
cinco meses desintoxicado me encuentro con que, si bien el alcohol ha
saltado de la mezcla, la música me sigue acompañando de ese modo
tan especial como resulta el consistente en una compañía constante
y siempre comprensiva. Omnipresentemente atenta.
Puede resultar
extraño que la generación de estados nacidos del despertar de
nuestras emociones actúen como cargador de las pilas que empleamos
en ciertas pasiones, pero sin duda así es.
Contemplar, en cierto
momento de nuestro concierto personal, el cielo bajo el que siempre
estamos amparados, puede animar a una sorpresiva lágrima a empapar
nuestro ojo para luego nacer e iniciar su recorrido pómulo abajo.
Recrearse en el
análisis de una situación personal con una música que sintamos
acorde, puede provocar que el chasquido de dos de nuestros dedos
pongan en movimiento todo nuestro cuerpo.
Y siempre con la
mano en el grifo de la intensidad.
Esa es quizá la
mayor restricción que me reportaba el beber. La falta de regulación
de mis emociones al zambullirlas en la música.
El caso es que tras
una hora, media o tres, sentiremos al despertar del cualesquiera sea
los estados que hayamos atravesado que nuestra inspiración parece
haber sido conectada a un cargador de ejemplar rendimiento.
Nos puede dar cancha
para escritos de todo tipo.
Pero lo importante
es la asociación que se crea, la simbiosis entre el mundo de la
música y el de la escritura.
Pues si esos
conciertos improvisados contribuyen a que nuestra inspiración crezca
y fluya sin barreras, no es en dichos momentos donde la música
delimita su presencia.
También acompaña
durante el mismo acto en el que nuestra mano o nuestros dedos van
fraguando lo que sea que tengamos en mente. Y lo más importante,
remueve todo aquello que albergamos en nuestro interior.
Así pues, la música
no solo enaltece y mantiene en dosis satisfactorias a la inspiración,
sino que también abre un canal entre el papel y el escritor.
Al final uno puede
imprimir en sus obras infinitud de posibles combinaciones.
Pero a la imagen de
una mente concentrada en torno a un corazón abierto, avanzando
juntos en un entorno en paz, en mi caso siempre opto por añadirle la
melodía de aquello que tanto bien me ha hecho incluso en los peores
momentos que alberga mi memoria.
Aquello que tan bien
recarga las pilas no solo del escritor, sino del mismo ser.
Música.
Que su melodía no se apague jamás.
Que su melodía no se apague jamás.
Me acuerdo que antes decías que si dejabas de beber no serias capaz de escribir, que necesitabas beber y la música para crear y yo siempre te decía que no, que sin beber también podías.
ResponderEliminarMe alegro que por fin lo hayas visto XDD Y que ahora solo este la música, cosa que no es nada perjudicial (bueno, habrá de todo supongo X__D pero para ti no lo es)
Pues sí, el tiempo te está dando toda la razón :D
EliminarLa música, como tú, es una excelente compañera de viaje.
Un beso, gracias por leer y comentar una vez más :)