viernes, 31 de mayo de 2019

Segunda experiencia bipolar sin alcohol (Parte IV)





Algo está cambiando.

Lo noto en el aire. Lo siento en la tierra.
Los cielos, durante largas jornadas aburridos como planas superficies pintadas con mal gusto, comienzan a adquirir la profundidad de la vida misma…

Hace mucho tiempo, en la gran guerra por la supremacía de la elección del bando a escoger, el Monstruo tenía ganada la batalla final.
Era tanta la presión sobre una sola persona, que su cerebro brotó tornándose creyente de un rol de Elegido.
En las cimas del monte de la psicosis, una última alianza de Tylerskar y sus leales guerreros plantó cara, en una valiente resistencia, a la oleada de terror y crueldad que nacía y se propagaba como el cáncer.
 

Un colgante, un simple amuleto, otorgaba energía infinita al portador.
Mutaba sus neurotransmisores, haciéndole cabalgar con furia los cielos del ánimo multiplicando su agilidad mental.
Cuando el ejército de Tylerskar estaba derrotado por mero agotamiento, algo sorprendente sucedió.
El Monstruo le entregó el colgante, desapareciendo como ceniza esparcida al viento.
 

Durante lo que se le antojaron milenios, más como criatura que como humano, Tylerskar protegió ese poder de propios y extraños, tratando de controlarlo. Enloqueciendo y marchitando su alma.
El trastorno mental tenía vida propia. Deseaba con todas sus fuerzas regresar con su legítimo amo para conquistar el mundo que tan hostil le resultaba y que tanto ansiaba subyugar.
Abandonó a Tylerskar, que vio como en poco tiempo el peso del desgaste pudría su cuerpo y su mente.
Pero fue a parar al ser más imprevisto.
Un pequeño Niño, que gustaba de dar largos paseos en solitario, dio con el colgante.
 

Y así, el destino de millones de seres contuvo el aliento por un instante en el tiempo.
Pues había una oportunidad de que esa alma se salvase.







Me he permitido el lujo de hacer un guiño tolkieniano.
Un lujazo, más bien, teniendo en cuenta el agobiante calor que, unido a la falta de sueño, llama a las puertas de mi mente con la intensidad de quien quiere derribarla.

Ansío con todas mis fuerzas días de tiempo alborotado. De viento, lluvia y gente corriendo a refugiarse mientras yo opto por todo lo contrario.
Es por ese motivo que he tomado la voz de Cate Blanchett, tras apagar todas las luces de mi hogar y sumirme en la lenta y meticulosa redacción de las palabras que, una vez más, brotan alegres de mi cabeza.

La jornada que ha servido de puente entre dos épocas bien diferenciadas me ha reportado un cansancio mental considerable.
Una resonancia del cerebro en plena madrugada ha coincidido con una analítica de sangre a primera hora de la mañana. La alteración del sueño, así como su reducción, ya son factores a tener en cuenta si uno se encuentra en la rampa de una fase alta bipolar.
Si además sumamos la siempre insistente adicción a un tóxico, resultará sencillo imaginar que, nada más salir uno de la máquina de los mil ruidos, lo primero que desea es tomar un buen trago.
Si sumamos una espera de horas en ayunas, más unas pocas horas de sueño salteado, el resultado salta a la vista que apunta mentalmente a una gran jarra espumosa de cerveza bien fría.

Aún es pronto pese a encontrarnos en una cuarta parte de este proyecto ensayístico.
Si bien el ‘mono’ físico quedó atrás hace varias jornadas, el psicológico me da la mano con fuerza, con esa dependencia manipuladora de la que sabes no será fácil librarse.
Quedan pues, múltiples jornadas, semanas y meses enteros, de pelea en las trincheras. De arduo batallar por el simple hecho de resistir a beber alcohol.








En tiempos de consumo, yo mismo me fabricaba las tormentas desde el interior de mi propia mente. Bastaba con rebasar la quinta copa desde un consumo compulsivo. Mi cerebro ardía, escupiendo llamaradas hacia mí mismo y los demás de las que al día siguiente ni siquiera me acordaba. La sensación, eso sí, era de reinicio. Una especie de reset rebosante de malestar y arrepentimiento.
Qué diferente es el reinicio del clima que propone la madre naturaleza.
Mediante un ambiente espeso, cargado eléctricamente y agobiante desde el calor, acaba por dar forma a su particular y hermoso apocalipsis celestial.
Una simple tormenta y el ambiente queda limpio, purificado y liviano como el espíritu de los que han surcado el sendero de su propuesta.

No obstante, debo andarme con pies de plomo.
Hace tres años, en la primera Experiencia Bipolar Sin Alcohol, mis deseos de tiempos fríos y clima inestable acabaron por hacerse realidad.
La vida me condujo a vivir un par de años ante la costa de un precioso e inmenso mar perdido de la mano de Dios.
No es que piense que las palabras que se van dibujando hayan de poseer poderes mágicos o algo por el estilo. Pero he aprendido a que, igual que hay que tener cuidado con los enemigos que uno se labra, también hay que tenerlo con los sueños por los que uno suspira.
Y resulta que este texto arranca hablando de un mundo de fantasía que, en parte, me pertenece.
A lo largo de mi vida, siento que he vivido con tal intensidad las diferentes etapas, que considero a mis alter ego auténticos héroes y villanos de una historia fabulosa.

Así pues, tal y como reza el arranque de este ensayo, algo está cambiando.
De repente ya no soy el depresivo hundido en la miseria que nada puede ofrecer.
Súbitamente, la música de las bandas sonoras que tanto me gustan, ya no solo relajan, sino que inspiran hasta el punto de entremezclarse como serpientes en la pluma imaginaria que esgrimo al escribir.
¿Cómo va a resultar venenosa la picadura de las musas?
Es una pregunta de aparente respuesta negativa.
Pero pregúntasela a cualquier maníaco depresivo y, mayoritariamente, le verás palidecer.
La inspiración desmedida nos acerca tanto a nuestros cielos que acabamos besando las brasas de infiernos que horrorizarían hasta al más pintado.








Esta noche me espera una pastilla que cuadriplica la potencia de la que, ya de por sí, me seda por horas. Y no va a quedar en una noche aislada.
La sobremedicación que intuía en la segunda parte de la serie, por la que ardía en ira a lo largo del revolucionario tercer ensayo, va a convertirse en realidad.
De modo que no sé qué será de mí.

En cuanto a ti respecta, querido lector, puede que veas un descenso en la intensidad que trato de contagiar a mis palabras. Quizá también un mayor lapso entre escrito y escrito.
Pero, en lo que a mí respecta, la sensación que me acompaña es de fúnebre anochecer.
De noche demasiado cálida de verano, sin ápice de viento que resople.
De sudor y pesadillas.

Sin embargo, por algún motivo, Galadriel ha influido en mi texto.
Si algo tienen los elfos, es que lo arcano y misterioso de su poder puede obrar milagros. Lanzar esperanza al abismo más oscuro.
Que es, ni más ni menos, hacia donde me dirijo.

Un colgante zigzaguea por mi cuello.
Un amuleto brillante como el farolillo de una taberna.
Unos ojos maléficos parecen sonreír desde la creciente oscuridad que me rodea.
Pero hay que recordar a quién fue a parar.
Al ser más imprevisto.





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jueves, 30 de mayo de 2019

Segunda experiencia bipolar sin alcohol (Parte III)





Cientos de miles de personas lanzan sus rugidos al aire impregnado de humo negro.

Hay furia, hay sed tanto de venganza como de sangre. Y alivio.
Un profundo alivio al saberse liberados de la tiranía. La era de la primera psiquiatría cae. Porque así es como finalmente será recordada. Con sus lobotomías del pre siglo XX y su medicación del siglo XXI. Con sus antiguas torturas y sus pseudo modernas medidas de sujeción de pacientes. Cae por su propio peso, aunque, sobre todo, por el revolucionario movimiento de ‘Los  locos’. Bajo ese nombre, una cúpula de inteligencia estratégica planificó meticulosamente todos los pasos a seguir durante años. 

Ahora, el mundo luce el naranja fuego de las llamaradas en las que prenden los profesionales de la salud mental. Su sangre corre, fabricando ríos rojos en el pavimento de pueblos y ciudades. 

Los locos, sueltos y liberados, se permiten un segundo de reflexión antes de otear el nuevo horizonte lleno de posibilidades. De arte sin contención. De inspiración sin final.
Es en esa reflexión donde décadas de sufrir la política del miedo, de sentir la amenaza de un ingreso que se acaba tornando realidad, de babosear sedados para colaborar en el circo de la sociedad… Provocan el estallido interior. 

Un niño apenas cercano a la adolescencia se acerca a su antigua psiquiatra. Ésta, con los ojos desencajados, escupe algo tratando de articular sus últimas palabras, pero una bola de billar ha destruido parte de su dentadura y le bloquea el habla. El niño sonríe, machete en mano, mientras paso a paso se acerca a su antiguo verdugo…








No tenía planificado hacer un tercer alto en el camino hasta conquistar mi tercera semana sin beber. Sin embargo, algo ha ocurrido. Algo destacable que ha removido los antiguos canales de mi interior por donde la ira, el odio y el miedo se comunican con mi psique.

Este pequeño texto introductorio es solo una muestra de lo que pudrió mi mente a lo largo de toda una fatídica jornada.
No debería resultar sorpresa alguna para el lector, a estas alturas, el ser consciente de que el circuito de la salud mental no es santo de mi devoción.
Tampoco la prepotencia, en general. Ni la tiranía.
Son aspectos que se aúnan, habitualmente, en la figura del psiquiatra.

La batalla personal y el pulso que mantuve durante años contra ellos me condujo a adquirir un rol más de espionaje que de guerrilla. El dolor prolongado por el malestar maníaco depresivo se dio la mano, demasiadas veces, con ingresos crueles e involuntarios.
Eso activó desde mi subconsciente la habilidad de interpretar a la perfección lo que sea que el psiquiatra desea tener ante sí para quedarse tranquilo.
Valiosos días para poder hacer uno su propia vida, libre de estúpidas imposiciones que solo buscan normalizar según criterios absurdos.

En un acto de ilusa naturaleza, pensé que Barcelona me iba a deparar un cambio al respecto.
Pues bien, el bofetón ha sido contundente.
Los psiquiatras son una especie que se protege a sí misma con el escudo de la sociedad. Se alimenta de ostentosos sueldos mientras juega a disfrazarse de Robin Hood. Con la misma facilidad sonríe y confraterniza con el equipo al que manipula, que te sentencia a vivir un infierno de meses.
¿Por tu bien?
¿O por el bien de una sociedad que debe respirar tranquila, sin inquietudes que puedan ir más allá de que un equipo de fútbol haya caído de una competición?

Esta explosión de ira, esta irrupción de rabia en esta serie de ensayos, no se debe a que me hayan sentenciado de nuevo.
Se debe a la frustración. A no entender por qué un centro de desintoxicación, en vez de apremiar la mayoría de edad en mis días consecutivos sin beber, se decide a poner palos en la rueda de mi mente.








Ahora es momento de hacer una pausa y respirar.
He plasmado esta primera parte del ensayo de este modo para que el lector sea consciente de que no todo es de color de rosas.
Que puede parecer bonito el ir sembrando semillas de brillante ilusión por el camino de la desintoxicación, pero que la necesidad de hacerlo principalmente nace de la certeza de uno mismo de estar lleno de mierda hasta el cuello.

¿Tan difícil es entender que he logrado lo más difícil en la desintoxicación por mí mismo?
¿Tan tentador para el psiquiatra resulta el imponer su ego y sus conocimientos en la vida del paciente?
¿Tan obtusa es la psiquiatría, que no entiende que, con la amenaza, la burla y la imposición solo se obtiene un aumento en el deseo de consumir tóxicos?

Podría hablar maravillas del equipo que trabaja para el tirano.
No obstante, es tal mi estado de ceguera por la ira, que instantáneamente brotan en mi mente símiles que argumentan que no deja de ser una estrategia para hacer hablar al paciente. Para desnudarlo. Y entonces, machacarlo hasta que responda al patrón de enfermo mental que la sociedad tanto conoce.

De modo que dejo este tercer ensayo aquí.
Como quien golpea un saco de boxeo.
Como quien grita con un cojín sobre la boca.
Como quien, por un instante, comprende con qué luchaban los espartanos que dieron su vida en las Termópilas.
Con toda su ira contenida.
Con todas sus fuerzas.
Con todo su corazón.




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Segunda Experiencia Bipolar Sin Alcohol: Índice




Las SEBSA (Segunda Experiencia Bipolar Sin Alcohol) se tratan de una serie de ensayos que habrán de acompañarme por el camino de la desintoxicación alcohólica en la búsqueda de la estabilidad maníaco depresiva.



Puedes acceder a sus diferentes partes clickando en los enlaces que figuran a continuación:







ÍNDICE


-   Parte I

-   Parte II

-   Parte III

-   Parte IV

-   Parte V

-   Parte VI


-   Parte VII

-   Continuará...



Cualquier impresión o comentario, a parte de hacerme gran ilusión, me ayudará enormemente de cara a continuar con buena energía en este proyecto.



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martes, 28 de mayo de 2019

Relanzamiento de La cabaña: Una segunda aproximación





La cabaña plantea un vaivén de escenarios de muy variada naturaleza, además de presentar un amplio elenco de personajes. Del cruce entre estos dos factores emerge un mundo de posibilidades en el campo de la ilustración.
Dicho campo va a actuar de cimientos y pilar base para este segundo acercamiento al relanzamiento de la novela.

¿Quién mejor que la propia ilustradora para exponer su experiencia y motivaciones a la hora de hacerse cargo de tal labor?

Vlad Strange, también colega en lo literario, es, además de dibujante, una de las personitas más especiales con las que me he topado en toda mi vida.
Así pues, os dejo con una entrevista rápida a Vlad.







Buenas tardes, señorita Strange. Buenos días en verdad allí en México.
Háblanos un poco de ti, para que el lector pueda hacerse una idea de tus intereses, además de haberte podido poner rostro.


¡Hey! Pues yo soy Vlad Strange, escritora underground, ilustradora y diseñadora. He publicado un par de libros en Amazon (El rompecabezas de los gatos blancos y INTERZONE), y otros cuantos se encuentran gratuitos en Inkspired.          
Mis intereses… emm… En el momento son los cuentos ilustrados, la literatura juvenil, los temas místicos de la mitología azteca y mexica… y, gracias a Víctor, los videojuegos.      
       

¿Qué fue lo que te condujo a descubrir La cabaña?

Víctor me invitó a participar en un proyecto literario con otros escritores de plataformas literarias, y como parte del trabajo debía conocer las obras de mis compañeros. Así fue como descubrí la Cabaña y tras leer unos cuantos capítulos, me atrapó y terminó siendo uno de los libros más significativos que he leído hasta ahora.


De tus dibujos se desprende mucho buen hacer.
¿Equipararías tu pasión por el pincel con tu pasión por las letras?

Creo que sí. Las acuarelas ocupan un lugar bastante importante en mi corazón, justo a un lado de la escritura. Aunque claro, hay más experiencia escribiendo que dibujando para un público más amplio. De hecho, hace tiempo he pensado en hacer ilustraciones para ciertas novelas mías como Espejo de Humo y Ceniza, pero nunca llegó a la acción. Así que La Cabaña es el primer libro en que participo como ilustradora.
Definitivamente no se quedará ahí. Y ya hay más que planes para la siguiente colaboración Victor-Vlad.


¿Por qué te decidiste a emplear la técnica de acuarela con tonos de grises para este libro?

La Cabaña presenta un ambiente misterioso, frío y lúgubre. Los escritos de Adolescente y Hombre inmediatamente remontan a una película en blanco y negro.
Todo el texto grita escala de grises y es genial, porque lo dota de un sentimiento más profundo y real. También, quise acentuar los contrastes de la fuerte personalidad de Víctor, elemento básico del libro entero, reflejado en tonos negros y la esperanza a trocitos en los blancos.
Aparte, cuando tengan la versión en físico en su mano, notarán que únicamente la mítica hoguera posee color.


Ya por último… Como lectora e ilustradora de La cabaña, ¿Qué les dirías a aquellos que andan dudosos, pero albergan interés por adquirir esta novela?

Mi género de novelas preferidas es el romance sobrenatural, fantasía y ciencia ficción. Soy de esas personas que difícilmente se salen de lo cotidiano para probar algo más y, cuando conocí La Cabaña, no tenía ni la más mínima pista de qué era.
Lo único que puedo decir es que esta novela atrapa desde las primeras páginas, sus personajes se plantean tan reales y todo está narrado de forma que sientes que el autor te cuenta su historia durante una tarde lluviosa (en blanco y negro) mientras compartes un café humeante y pan dulce.
Es un libro que, si te dejas llevar por sus letras, te hace llorar, a veces de tristeza o desesperación, frustración… hasta que terminas deseando más que nada en el mundo que sus personajes encuentren la felicidad.








Como guinda a la presentación de Vlad, adjunto su reseña de la primera edición de La cabaña, antes de que el torbellino de novedades rodease la obra para ir dando forma al relanzamiento que nos ocupa.

“La cabaña es una historia realmente interesante y compleja, tanto como la misma naturaleza humana.
Me ha encantado la sinceridad y transparencia con la que el autor narra esta obra cargada de un torbellino de emociones y pensamientos, ideas, teorías... y un análisis profundo sobre el mundo exterior desde una percepción inherente a la propia situación personal mezclada con los efectos del trastorno bipolar y el impacto que este tiene en sus relaciones con su ambiente y con su propia identidad.
El lenguaje me ha parecido un poco recargado al inicio, el uso de figuras retóricas sube la complejidad de la narración, haciendo la lectura más tardada, pero rápidamente comienzas a entender y asimilar el estilo del autor. 
La cabaña es una novela altamente recomendada, sin embargo, creo que no es una lectura para todo público dado el tema y la importancia de cada aspecto tratado en ella.”


Eso es todo por ahora en cuanto a esta segunda aproximación al relanzamiento.
Recordad que en el mes de Junio la novela verá la luz, tanto en digital como en papel.
Aunque no estaréis solos en el camino.

Un universo en palabras seguirá acercándoos a esta revisión de La cabaña, con todas las muchas curiosidades que queden en el tintero.




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Segunda experiencia bipolar sin alcohol (Parte II)





La música, ese gran aliado para canalizar las emociones, ha encontrado últimamente todo un bastión para mí en largas piezas orquestadas de bandas sonoras relajantes.
Tanto da que la reproducción de cada pieza dure una hora.
Se suceden, una tras otra, mientras mi mente elucubra y mis dedos teclean. El trabajo fluye, y cuanto más se genera más ideas se amontonan.
De fondo, la retaguardia queda cubierta por paisajes que evocan al frío. Nieve e invierno se alían en montajes realizados con mimo, que, en conjunción con la sedante melodía a la que acompañan, logran que de un simple vistazo mi mente se serene.

Este escenario tiene dos lecturas inmediatas.
La primera, la “negativa”, es que se trata de una situación claramente hipomaníaca.
Si bien es cierto que la toma regular de la medicación me permite dormir una cantidad aceptable de horas diarias, no resulta menos certero percatarse de que éstas se distribuyen a ráfagas cortas y en horarios intempestivos.
Ese factor, unido a otros como una creciente e ininterrumpida inspiración, me conducen a meditar acerca del abrupto y prematuro fin de los meses depresivos.
Pero antes, veamos la lectura positiva que ha quedado pendiente.
He escrito un buen montón de líneas sin pronunciar la palabra clave de esta serie de ensayos.
Alcohol.
Aquí está, y la lectura positiva del escenario en el que me encuentro es, sin duda alguna, que ya no está tan presente en mi mente.

Rebasado el medio mes sin beber, las bondades de los momentos etílicos comienzan a difuminarse como si de un fantasma en medio de un exorcismo se tratasen.
Evidentemente hay momentos en los que te das cuenta de lo mucho que te apetece un buen trago. De esa espalda tensa a más no poder. De la cabeza acelerada rogando por una frenada paulatina. De esas que te sacan sonrisas artificiales donde debería reinar la concentración. De esas que te vacían los depósitos de lágrimas sin explicación aparente.
No obstante, lo que reina es un control, si no férreo, sí tenaz, sobre las emociones de uno mismo.






Más de medio mes sin beber, concretamente combatiendo por la conquista del dieciseisavo día, hacen que uno pueda permitirse el lujo de cuidar otros frentes de la batalla.
La hipomanía que he nombrado, ya una realidad incontestable, puede y de qué modo, derivar en una manía que incinere todo el periplo que he recorrido desde hace ya un tiempo generoso.
Es sumamente agradable reencontrarme con mi querido teclado. Sentir la alianza entre mi cerebro y mis manos para enarbolar esta serie de textos.
El elemento más desagradable para mi estado de ánimo, el calor, puja fuerte por instaurarse en lo que se avecina como el inicio de todo un verano.
Sin embargo, el “superpoder” bipolar, unas llamaradas que nos hacen sentir como nuestra oscuridad se ilumina por completo, me hace ser positivo y ver las cosas cargado de optimismo.

Es en este punto donde quisiera sacar de la chistera uno de los puntos clave del anterior ensayo de esta serie, con el que arrancaba todo.
El control médico de múltiples especialistas.
Tengo reputación de mostrar u ocultar con maestría a mi conveniencia.
Antes de mi partida a Barcelona, se me rogó no solo sinceridad y honestidad ante cualquier psiquiatra, sino también advertir en mayúsculas del peligro que acarrea el que yo me encuentre en la rampa de salida de las fases altas bipolares.
Es algo que está hecho.
De modo que, muy probablemente, se ataque de raíz al momento en el que me encuentro con un ejército en forma de pastillas.

Así de triste es, tan cruel como suena.






Pienso, mientras desvío mi mirada a la televisión y contemplo cascadas en escenarios de fantasía absolutamente evocadores, en la naturaleza de mi propia esencia.
Hace muchos años, remando por los mares de la memoria dos décadas atrás, que yo recuerde, no resultaba un tipo en absoluto depresivo o derrotista.
¿Cuánto hay de hipomanía y cuánto hay de mí en la mezcla?
Pregunta directa para la psiquiatra.
Directa para la familia.
Para mi núcleo.
Sin embargo, quién la ha de responder, junto a tantas otras, soy yo mismo.
Quizá mediante estos ensayos no solo encuentre puntos de control para mi desintoxicación.
Quizá mediante este método, pueda ejercer un nuevo vuelo raso por los recónditos parajes de mi interior, que tantas veces he tratado de peinar con anterioridad, sorprendiéndome, emocionándome… Y asustándome.
Como el constante sonido de un riachuelo que surca el bosque, el eco de mis pesadillas diarias me acompaña, posando en mi alma el amargo sabor de la desolación.
Hacer caso omiso de ellas me empuja inconscientemente a acelerarme para huir en el día de lo que me aguarda en la noche.
Empecinarme en descifrarlas solo logra que el rugido de mi alter ego mental se vea reforzado con el grito desgarrado del maldito Monstruo que me sigue.
Así pues, solo queda encontrar y hacer malabarismos en un término medio.
La escala de grises a la que tantas veces he despreciado, infravalorado, insultado y omitido.

La estabilidad, de la que intuyo aún me encuentro lejos, en ningún caso me resulta hoy por hoy algo absolutista.
Más bien una danza de matices, una pelea día a día, minuto a minuto. Un plasmar nuestra voluntad en cada instante para acabar coleccionando años enteros de coherencia y buen hacer, independientemente de nuestra suerte.

Por ahora, el camino no deja de ser el inicio de una larga travesía.
Sobriedad y eutimia, los objetivos entre ceja y ceja de estos textos, necesitarán de cuanta más estabilidad mejor para ser consolidadas.
Del mismo modo, para dar con la estabilidad requeriré de trabajar en esos campos.
Es el pez que se muerde la cola.
El ciclo sin fin.
La lucha por la supervivencia, por el bienestar y por la misma vida.






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lunes, 27 de mayo de 2019

Relanzamiento de La cabaña: Una primera aproximación





La cabaña ha sido profundamente revisada.

Ediciones Litmouse Aeternal ha maquetado, con mucho mimo, las páginas de un libro que representó mi primera parada en la gestación de novelas.
La nueva edición, que saldrá a la venta a lo largo de Junio de 2019, contará con ilustraciones variopintas mediante acuarelas aplicadas en tonos de grises.
Desde mi punto de vista, el resultado de la reorganización, corrección, maquetación e ilustración del libro resulta del todo mágico.

Es momento, no obstante, de introducir la novela para aquellos que, o bien no la conozcan, o bien su lectura les queda algo atrás.
La sinopsis plantea, desde buen comienzo, un viaje por un laberinto.
Acompañaremos a un niño, un adolescente y un hombre a la alejada cabaña de un anciano que convive con una misteriosa niña.
Las capas del laberinto nos conducirán a toparnos con personajes cuyos nombres albergarán sólidas pistas acerca de su naturaleza. Así pues, en un desfile por el que pasarán Experiencia, Resolución, Rectitud, Esperanza, Ilusión y muchos más, acabaremos por ir de la mano de Tylerskar, un decidido joven que pugna contra la adversidad sin saber bien si es la pena o la gloria quien le acompaña en su devenir.

La cabaña plantea la resolución de sus enigmas mediante un acompañamiento en forma textos anexados a su historia principal.

Hasta este punto pudiera parecer que se trata de un libro con altas dosis de suspense, algo que de hecho traté de imprimir a la obra.
Sin embargo, el pilar más característico de esta obra bien podría ser el acercamiento a la salud mental que propone. Mediante mis profundos conocimientos sobre trastorno bipolar, desde el mismísimo punto de vista de quien lo padece en primera persona, trato de extrapolar a los mundos de La cabaña los diferentes estados por los que pasa esta enfermedad.
La patología maníaco depresiva abarca la oscuridad de las fases bajas del estado de ánimo, al tiempo que lo eleva a cotas que desgastan la mente hasta hacerla patinar y adentrarse en la psicosis.
Precisamente este es el término que se incluye en el subtítulo de esta revisión.
‘El oscuro laberinto de la psicosis’ trata de aunar en un solo título cuanto he expuesto hasta ahora.








Recorriendo el sendero de La cabaña, el lector podrá experimentar en primera persona cómo una mente puede lanzarse a la persecución de metas que a priori resultarían descabelladas, y del todo ilógicas, para cualquier sujeto racional.
Podrá conocer las señales que activan caídas a los abismos infernales o hacen que unas alas se desplieguen para invitarnos a conquistar los cielos.
Pero, sobre todo, podrá emocionarse al lado de unos protagonistas a los que llegará a conocer de un modo sumamente profundo. Luchar a su lado en primera línea de una batalla que parece no conocer final alguno.

¿Tenéis curiosidad por esta obra?
¿Os llama la atención la magnífica revisión a la que se la ha sometido?

Estad atentos a este blog, porque regularmente iré publicando más y más detalles, hasta que el libro finalmente salga a la venta.
Pese a que el mes de Junio está a la vuelta de la esquina, será un placer tratar de amenizar la espera.

¡Nos vemos en la segunda aproximación!



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sábado, 25 de mayo de 2019

En busca de la inspiración perdida: Los jardines de Chi







Cuando hablamos de caer en la espesura, ni mucho menos se debe padecer una patología mental para comprender los entresijos de tan lamentable estado.
Lentitud de pensamiento, agotamiento físico, exceso de horas de sueño… Bien podría corresponderse a un cuadro depresivo de cualquier intensidad. Lo cierto es que, a la hora de tomar medidas, importa bien poco la gravedad del episodio, recalando en nuestra actitud lo verdaderamente relevante del asunto.

Porque se trata de eso, de una actitud ante una o varias rutinas. Si éstas resultan sanas, nunca va a estar de más llevarlas a cabo, una y otra vez.
Este texto lleva por título una mención a uno de los espacios mas mágicos con lo que jamás me he topado: Els jardins de la Maternitat de Barcelona.
Se trata de un lugar al que rara vez voy solo, puesto que mi gatita ha desarrollado desde buen comienzo una fijación por vivir sus particulares aventuras en ese espacio.








¿Qué mejor manera de conocerlo que dando un paseo?
Apurando el último cigarrillo que vas a fumar en un buen rato, te detienes ante altos edificios que presiden un arco que separa la urbe del gran espacio verde. Cruzas, en dirección a él, la entrada vallada. Ya desde buen principio, a lo lejos, respiras la tranquilidad que, en pocos pasos, va a detener todos los relojes de los allí presentes.
Las primeras esculturas custodian la entrada sur del parque, por la que asciendes dando lentos y resueltos pasos hacia una bifurcación ante la que debes tomar una de las primeras elecciones del paseo.
Chihiro se muestra alerta pero relajada, curioseando la fauna del lugar, cuyos sonidos impregnan tus sentidos mientras sientes cómo la brisa te acaricia el rostro disipando una primera capa de negatividad. La gata va dentro de su cápsula espacial, una mochila muy práctica.








Al alcanzar la bifurcación, te decides por el tranquilo camino izquierdo, donde, a la sombra de los primeros árboles frondosos, peinas la senda que rodea un pequeño parque infantil.
Chi comienza a situarse y a exigir algo de libertad.
De modo que rebasas ese primer núcleo para acceder al segundo.
Un inmenso páramo de verde césped se extiende de pronto ante ti, con algunos árboles de largos años en sus raíces dispersados aquí y allá.
Es el momento.
Posas la mochila en suelo, haciendo aterrizar la cápsula espacial.
Podría ser una metáfora de lo que estás experimentando. En tu casa, dentro del planeta de tu mente, el tramposo hervidero de pensamientos pesados lleva demasiado tiempo efectuando su labor erosiva. Pero tras el viaje que acabas de efectuar, el escenario ha cambiado. Es imposible resistirse a admitir que el tiempo primaveral, aliado con el escenario pertinente, despeja y sana.
Sumido en esos pensamientos despliegas la tienda de campaña de la mochila.
Chi te mira, sorprendida, e inicia su investigación particular de cuanto la rodea y cuanto percibe.








Establecer como habitual este sencillo paseo ha logrado que, ante el acorralamiento contra la esquina del ring que he experimentado combatiendo últimamente contra la vida, mi mente haya dado con un espacio de descanso.
Con un pequeño oasis en el desierto de la inspiración.
De modo que, sin dudarlo, señalo esta práctica como primer gran baluarte en la siempre difícil tarea de mantenernos creativos.
Aunque el martillo de una patología o simplemente un mal día nos castigue repetidamente.
Aunque el magnetismo de la negatividad quiera darle permanentemente la vuelta a la tortilla.

En ocasiones, una simple puesta de sol puede resultar una completa odisea de emociones para nuestra percepción.
Y no hace falta ir muy lejos para encontrarla, vivirla y tratar de exprimir de ella lo que sea que necesitemos para así canalizar nuestras emociones.

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