La cantante agarra el micrófono con delicadeza.
La voz que va a fluir de su garganta la sabe desgarrada. La sabe triste.
Va a estar rota por la raíz del despecho, esa herida común a todos y que unos ocultan, otros esgrimen y muchos simplemente intentan dejar sanar.
La canción es preciosa. También quién la canta, una imagen generada a partir de todo lo que fue, lo que pudo ser y lo que ya nunca será.
Cuando, de repente, el pianista aporrea los graves de su teclado, lo macabro de la canción hace que broten las lágrimas del juglar que escribe estas líneas.
¿Quién es ese teclista?
¿Es un hombre del piano más? ¿Otro proyecto fallido amarrado al fracaso?
No lo sé. Por eso me acerco.
Paso cerca de la vocalista.
Me mira y siento como si mil puños oprimiesen de repente mi garganta.
Solo dice una cosa.
Me soltaste.
Lo repite una y otra vez, con la dulzura única que albergan las primaveras pasadas. Con el peso del eco de los lúgubres lugares cuya oscuridad no queremos volver a ver ni en pintura.
Sin embargo, hago de tripas corazón y avanzo hacia el pianista.
Nos encontramos en lo alto de un acantilado. El océano está bravo, sacudido por vientos de aleatoria carga, mediante la cual mecen las hierbas sin color de un escenario sumido en la desesperanza.
Cuando desde las teclas ese desconocido me devuelve la mirada, me doy por satisfecho. Su identidad no me es precisamente esquiva, y en cierto modo serena mi alma y reconforta mi interior.
Soy yo.
Tras mi reflejo, la cantante continúa desgarrando el horizonte invisible con su voz angelical.
Tantas promesas, tantos deseos y buena fe; levantando el vuelo con tal de forjar una longeva emigración.
Agarro un puñado de tierra fresca y se me escurre entre los dedos. Justo como el tiempo.
Al menos, me digo, ese reflejo de mi corazón sigue tocando.
Necesito, para seguir avanzando, que el pasado cerrado e inmutable siga recibiendo toda la luz posible. Necesito que respire el oxígeno de árboles que nunca fueron plantados.
Curar la herida mortal. En retrospectiva. Mirando atrás.
Sanar el dolor.
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