DRAGONES
Miro la hora y me sorprendo de lo rápido que ha avanzado el tiempo.
Dicen que pasa más lento cuando uno lo pasa mal.
¿Acaso me gusta acariciar el suelo pedregoso de la depresión?
¿Alienta mi ánimo asomarme a los miradores que dan acceso al gran abismo?
Mi vida ha dado un giro inesperado. Como cada primavera, su cénit me trae bajo el brazo los panes de la anarquía. Porque ya no sujeto nada, ni comando flota alguna. Lo importante, lo que siempre goza de relevancia, cede el puesto. Miedos, anhelos, recuerdos y sueños parecen transformarse en simples golosinas que te hacen apretar los dientes ante una expectativa mucho mayor.
¿En esto se ha quedado?
¿En esto se ha quedado todo?
No te engañes, querido lector, pues lo más importante sigue regando el jardín que conforman mis días. Tengo tanto amor, tanta vida, que por poco siento la imperiosa necesidad de ser yo el eco de la gran carcajada que la oscuridad me devolvía hace años.
Sin embargo, como siempre, quiero más.
Ahora que las puertas empiezan a caer, ahora que los cabezazos a sangre fría gozan de armamento pesado para tumbar mayores estructuras, me pregunto qué diablos hacen los dragones llegando a mi vida.
Desde frentes múltiples, siempre con la raíz donde importa, lucen una imponente planta que ocasiona de todo menos impacto en mi alma.
¿O quizá es que no hay mayor impacto en esa zona que la del brotar insensible de un llanto incomprendido?
Llegan tarde.
Cuando ya casi todos los héroes han caído y los párpados lucen ajados ante espejos desagradecidos. Cuando la esperanza ha dado paso a un instinto de supervivencia global inmisericorde. Cuando los lazos se han roto o comienzan a deshilachar.
Sin embargo, algo acompasa mi teclear.
La vista nublada por las lágrimas no trasciende demasiado. Quiere, un día más, plegar velas para lanzar el ancla al colchón maldito. Pero el fuego no lo permite. Un corazón en llamas en busca de la voz que le haga gritar para emerger de la parálisis.
Pasaría cientos de miles de vidas peleando contra las sombras si no sintiese tan claro que nos la jugamos a una.
Una partida que no he luchado demasiado bien. Que me ha tenido entretenido a medias con mi ombligo y el hallazgo de aquello que taponaría la herida principal. Un extraño ejercicio de supervivencia que carga con el trágico y amargo peso de toda guerra.
Dragones.
Ahora.
Saben bien que volveré a hincar la rodilla mientras alzo el filo de mi fe.
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