Echas un trago y a volar.
Un trago de oxígeno, que bastante se ha estancado el aire de la vida en los últimos tiempos.
Un trago de sol, que bastantes nubes han dirimido el destino de los cielos las últimas jornadas.
Un trago de amistad, directo de esa botella mágica que, medio vacía, parece siempre vender caro su final.
Echas un trago y a volar… Con las alas del amor. Un amor que, en cualquiera de sus formas, riega corazones, zurce caminos, favorece vidas y enriquece mundos.
Echas un trago y a volar… Con la brújula del convencimiento. Una convicción firme ante la tormenta e intolerante ante la frustración.
Vas a emborracharte a tragos de pura esperanza.
Hubo un tiempo en el que el epicentro del laberinto no era más que un magma furioso. Un explosivo cúmulo de ira que lanzaba rabiosas llamaradas al exterior. Pero ahora lleva tanto tiempo callado que roza una extinción con forma de primavera. El infierno se ha tornado en campos que peinan las laderas de las frondosas montañas de tu ilusión. Atrás dejas el purgatorio, ese territorio gris y pantanoso.
La morada de una anaconda gigantesca henchida en tu comportamiento reincidente.
Echas un trago con la vista muy puesta en la botella.
Vuelve a haber vida a simple vista.
Sin el filtro de su frío cristal inmisericorde.
Los horizontes recuperan colores olvidados mientras del triste recipiente se alejan vagos ecos de promesas incumplidas.
Querrías llorar a moco tendido, para bañar los pañuelos en el alcohol. Para prender fuego a todo ello y hacerlo estallar contra tu infame pasado.
Pero solo es eso ya.
Retazos de posibilidades calcinadas.
Cenizas de las hogueras del frío.
Ojalá fuese tan sencillo como echar un trago.
Ojalá no hubiese cadenas y poder volar.
Aunque aún queda oxígeno, sol y amistad.
Aún quedan esperanzas e ilusiones.
Aún late el amor… Pese a que la gran tormenta parezca querer emerger de la oscuridad, una vez más.
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