Oda por la Estabilidad Bipolar
Parte XIV
Suenan Fito & Fitipaldis.
Se avecinan tiempos de cambio, querido lector.
Así lo siento, y aunque el cambio de registro musical sea una vaga prueba, lo cierto es que es uno de tantos pilares que sostienen mi afirmación.
Calculaba para este proyecto unas quince o veinte partes, de las cuales ya estamos en la antesala. Ahora mismo no sabría decir hasta dónde llegaré.
Está siendo para mí un viaje emocionante.
Está siendo un periplo que, aunque a ti te resulte depresivo, a mí me está sirviendo de remo y bastón. De remo para navegar hasta aguas más amables. De bastón para apoyarme cuando ya no me quedan fuerzas.
Es bonita la simbiosis que hemos fraguado.
Tú lees, dejando o no rastro, mientras yo expongo.
Una relación en toda regla en la cual va siendo hora de sentarse a hablar un poco de todo.
Me siento cada vez más depresivo, aunque sin perder la sonrisa.
¿Cómo puede eso ser posible?
Ya en mis inicios como escritor me lancé a por la novela ‘La cabaña’. Aquel fue un ejercicio de desesperación ante la psicosis incipiente que habría de volatilizar mi vida. Uno de mis personajes más queridos siempre será Anciano.
Tanto es así, que en días como hoy no me siento sino igual a él.
Quizá me falten los elementos más pintorescos, como una buena hoguera, un generoso whisky y un paraje indómito que me rodee. Pero en cualquier personaje, así como en cualquier ser humano, ya sabemos que lo importante está en su interior.
En el interior de su mente. De su corazón. De su alma.
Yo me siento agotado.
Pero no en el sentido lánguido de la palabra.
Me siento exhausto de pelear como se podría sentir harto un soldado convencido de la victoria.
Me encuentro en ese momento en el que hay que echar el resto, sin importar demasiado uno mismo.
La propia supervivencia está sobrevalorada.
¿Cuántos mequetrefes se han quedado a medio camino por ser demasiado cautos?
A tomar por saco. Una de las ventajas de la depresión mayor es perder el sentido del riesgo. La desesperación alcanza tales cotas que tanto da quemar todos los cartuchos restantes en una última jugada ganadora.
Anciano y yo compartimos gran parte del pasado.
Quizá me falten un puñado de primaveras para alcanzarle, pero no demasiadas.
Eso debería implicar que está cerca el momento de romper con todo.
No obstante, creo que en mis veinte cometí un fallo de cálculo.
No contaba con mis ganas de vivir y de exprimir el tiempo que se me ha dado.
Hoy en día no abandonaría todo para perderme en una cabaña donde reflexionar sobre lo existente, lo pasado y lo venidero.
Hoy en día, en verdad, me encuentro tecleando estas palabras para ti, querido lector.
Unas palabras que versan sobre la estabilidad bipolar.
Algo así como una conquista imposible. A la que te puedes acercar e incluso puedes besar desprevenida, pero siempre viendo como parte de tu lado, escurriéndosete de los brazos.
Si no soy capaz de capturar mi meta, ¿Podrá alguien lograrlo en niveles más sencillos de estado de ánimo?
Mucho me temo que la respuesta es no.
Podemos intentar luchar por nuestra estabilidad emocional hasta el punto de generar el más favorable de los escenarios. Pero eso no será algo que nos inmunice contra los continuos terremotos silenciosos que nos sacuden a todos por igual.
Tratamos de agarrar algo en estado líquido con manos torpes.
La estabilidad es una sensación que puede antojarse sujeta a la famosa zona de confort. Sin embargo, en verdad es como un kit de supervivencia.
A veces, estaremos más estables sintiéndonos vivos que en la seguridad de la caja fuerte de nuestro hogar.
Habrá para quién hogar signifique escalar el monte Everest.
Habrá para quién hogar implique entregarse al prójimo.
Habrá para quién hogar requiera rutina.
Para todos los gustos, el plato estará servido.
La cuestión es que no siempre estará en buen estado.
A todos por igual les serán repartidas las agrias tormentas, que de no superar nos dejarán en la estocada teniendo que hacer uso de la mejor de las hipocresías para seguir sonriendo.
Hay que llevar puesta la estabilidad como traje de gala. Como mono de trabajo. Como prenda de baile. Hay que llevarla encima como el mayor de los tesoros.
Ahora que se avecina un cambio de tercio en mi vida, con la fase baja de lo maníaco depresivo llamando a mi puerta, lo veo más claro que nunca.
Curiosamente quizá sea algo que salpique a estos escritos con una positividad inusitada. Un paradójico giro en los acontecimientos.
La caída en desgracia del autor, que dispara bengalas al arcoíris para disimular.
Por lo que se, mi vida lleva atrapada en el ciclo bipolar por más de una década. Un ciclo de lo más autodestructivo que no admite variaciones en sus tiempos.
Que ahora toque depresión implica que vengo de una fase alta.
Que ahora tenga lugar una caída me ata a una escalada posterior.
Ya basta.
He sido incapaz de dar con la estabilidad en lo que llevamos de viaje.
Ni un ápice de su rastro he sido capaz de encontrar.
Ahora que el terreno se llena de lagunas y arenas movedizas, y el calor promete antojarse insoportable, espero que cambie mi suerte.
Como he dicho, no hay miedo a nada a mayor dolor.
Solo fe en mejores días.
Esperanza en un futuro más halagüeño.
Oda
Tu mejor canción
Cambio de escena
Muta el escenario
Cambio de actor
Mismo rostro.
Los focos se apagan
No hay velas encendidas
El público, atento,
A la caza de tu sonrisa.
La música se detiene
Llega un impass a la canción
Apunta alto de repente
A lomos de un tambor atronador.
El pulso se gradúa a juego
Sientes latir tu corazón
Como un espartano de la tropa
Un guerrero en formación.
Flechas a mansalva
Buscan tu aniquilación
Y sonríes a lo eterno e infinito
Mientras, de fondo,
Suena tu mejor canción.

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