El joven Eric
pisaba, un otoño más, las hojas que crepitaban a su paso. De
colores maduros, anaranjados cual atardecer y rojizos cual cabello
pelirrojo, éstas eran esparcidas por el niño que jugueteaba con
ellas desde el interior del adolescente. Eso le recordó una vez más
ese día a su eterna socia de aventuras en aquel paraje misterioso.
Amy, la niña pelirroja que tiempo atrás dejó de ver, había
llegado la noche anterior a Los Desech… No, mejor no, a su
residencia.
Tanto avanzó el
muchacho que fue a parar al borde de un lago donde se reflejaban
buena parte de los árboles que enriquecían la naturaleza de esa
zona. El sol se ponía en algún punto tras las montañas, lo cual no
dejaba de otorgar a Eric un generoso margen de tiempo para completar
su ritual personal. Más tarde lo efectuarían en Recta Derecha, como
llamaban y se hacía llamar su residencia, pero quería hacer el suyo
propio. Alzó ambas manos lo más alto que pudo, mientras asiendo
sendos pliegues de tela, desplegó por completo a lado y lado de su
cuerpo la práctica totalidad de una bandera bella, preciosa, a juego
con los colores de ese furioso atardecer.
Las suaves manos de
la bella chica jugueteaban con la corteza de cuantos árboles salían
a su paso en su avanzar. Cansada por el largo viaje que la había
conducido de nuevo hasta allí, bostezó, se estiró y se desperezó
recordándose una vez más que aquello que estaba ocurriendo, fuese
lo que fuese, era más que importante. Se le escapó un sonido, como
una especie de chasquido, de la comisura de sus labios al apretar
éstos y fijar su vista primero a sus costados, finalmente enfrente.
Ese paradisíaco lugar sabía bien que albergaba demonios en su
interior, cerca de ese infierno que solía rodear al alto mando de la
residencia Recta Derecha. No quería acabar mal de nuevo, pero
Dependencia Cero la había ataviado nada más llegar con ese trapo
gigante al que era imposible no amar. L’estelada era una bandera
con la que Amy en el transcurso de los últimos años de adolescencia
había ido empatizando más y más, hasta el punto de que… En ese
momento Amy se detuvo de repente. Tan solo veía una bandera
desplegada ocultando a una figura, pero le resultaba tan familiar que
no titubeó en gritarle: – Eh tú, escolta’m bé ruc!* – Tras
lo cual, al mismo tiempo que Eric se giraba atónito hacia su
posición, ella hizo lo que había reprimido ya por bastante tiempo
desde que llegó, besando su bandera y alzándola con un firme y
desafiante puñetazo al cielo donde tenía lugar el bello atardecer.
* ¡Eh tú,
escúchame bien burro!
Eric se agarraba la
inexistente barriga en un intento de calmar el dolor que le producía
la punzante risa. En un principio Amy y él habían discutido de lo
lindo. La pugna entre sus residencias en prácticamente todo
provocaba que, a menudo, Eric se olvidase de lo mucho que los había
unido desde que eran prácticamente unos críos. Pero siempre acababa
por regresar tras una buena sesión de Amy. Esta en concreto los
había conducido a un ocaso donde el tema a debatir era, sin lugar a
dudas, qué hacer si se encontraban con el tesoro en ese campamento.
Pues para eso habían y estaban
siendo entrenados
allí, para dar con la respuesta adecuada.
El tesoro.
Eric se preguntaba
casi de modo obsesivo de qué debía tratarse tamaño misterio, pues
no solo no había sido jamás hallado sino que muchos antes que su
promoción habían sido heridos en su búsqueda por los bosques
montañosos.
Amy por su parte
nunca se había planteado que habría de encaminarse por los boscosos
senderos de ese lugar en su busca y captura. Pero también era cierto
que las condiciones de Dependencia Cero se estaban haciendo del todo
insoportables y el ambiente estaba muy crispado. De dar con el
tesoro, debía saber actuar bien. Sin embargo, ¿Qué era bien? ¿Con
sabiduría? ¿Con valentía? ¿Con aplomo? ¿Con inteligencia? ¿Con
fiereza? Y así caía en un remolino de posibilidades que nublaban su
juicio hasta que…
– ¡Mira, Amy! –
Eric se levantó de un brinco del césped que rodeaba al lago y,
tendiendo la mano a su compañera, la alzó y la estiró sin pausa a
un ritmo cada vez más acelerado. Finalmente corrían.
Eric iba girando su
rostro, visiblemente excitado y lleno de ilusión.
Amy pudo ver a qué
se refería su compañero. A lo lejos, algo brillante se distinguía
entre los árboles.
– ¡Es el tesoro!
¡Al fin Amy, y al lado nuestro! – Eric jadeaba fruto del cansancio
asociado al ritmo que estaba imprimiendo a la carrera.
Finalmente,
llegaron.
Se trataba de una
urna, a cuyo lados, figuraban dos papeletas y un bolígrafo.
Eric y Amy quedaron
en silencio largo tiempo, en pie frente a la urna, meditando la
pregunta que figuraba en esas papeletas y madurando las consecuencias
de lo que responder conllevaría.
Amy fue la que, de
repente, cogió la mano de Eric, que respondió cariñosamente
mientras llevaba su mano hacia el bolígrafo.
Todo pasó muy
rápido en ese momento.
Cuerpos de seguridad
de Recta Derecha se abalanzaron contra Eric y Amy, proyectándolos al
suelo y aporreando de tal modo sus cabezas que, cuando sus cuerpos
comenzaron a convulsionar, el charco de sangre que manó de ellos
empapó sus ropajes.
Instantes antes,
cuando aún hubo libertad, dos jóvenes ataviados con banderas
enfrentadas votaban en paz si debían o no separarse.

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