LET THE BIPOLAR ONE IN
(DÉJAME ENTRAR)
Tengo 12 años, pero he tenido 12 por mucho tiempo.
El frío es uno de los elementos característicos que siento
al rememorar el film ‘Déjame entrar’. Pese a que me encuentro ahora mismo al
lado de una hoguera, tan representativa en otros de mis textos de lo vital y lo
enérgico, lo cierto es que me basta un vistazo por el ventanal para ser
consciente de lo que acontece en el pequeño pueblo donde vivo. Frío, un intenso
frio que habrá de tornarse gélido en las próximas horas y durante los próximos
días.
Para Oskar, el joven protagonista humano de la película, la
vida, ni es fácil, ni tiene pronóstico de serlo. Albergador de una ira que se
manifiesta siempre en solitario, cuando cree que nadie le ve, se imagina
venciendo a su propia inseguridad ante los árboles de su jardín, a los que
personifica como a sus enemigos de escuela. Pero así es, el simplemente cree
estar solo, cuando en realidad dista de estarlo.
En esta comparativa sería sencillo asociar a Oskar con la
infancia de un bipolar. Pero quiero ir algo más allá, y voy a establecer una
relación entre ese niño inseguro, pero a punto de estallar, y la personalidad
desnuda de un bipolar adulto que de repente se priva de un tóxico que le ha
servido de muleta largo tiempo. Conocedor personal como soy de esa tesitura,
puedo ya afirmar que, al menos en mi caso, la extrema inseguridad de la
infancia puede regresar con voracidad si se suprime el fuego de, por ejemplo,
el alcohol.
Conocernos a nosotros mismos, no perder el norte de nuestros
verdaderos objetivos en vida, saber hacernos llegar las preguntas adecuadas…
Puede parecer tarea sencilla, pero en absoluto lo es. Puesto que… ¿Quién es en
realidad, y con toda profundidad, uno mismo?
El terreno de lo vampírico juega una baza que, para
comenzar, sitúa a esos seres con una ventaja sustancial en esta suerte de
búsqueda, en esta especie de carrera. El tiempo. La otra protagonista de ‘Déjame
entrar’, que brilla en su actuación junto a Oskar, es Eli, una niña que, como
reza la cita que abre esta entrega de ‘El símil’, ha tenido doce años por mucho
tiempo.
Oskar... ¿Te gusto? ¿Y si no fuera niña te gustaría?
Eli será en esta comparativa nuestro auténtico yo. Algo así
como nuestra verdadera identidad, inmune a las adicciones y a las enfermedades
mentales. Esa voz que en ocasiones nos habla nítida y otras nos susurra mediante
un eco esquivo.
La pregunta aparece rauda. De vernos de repente ante nosotros
mismos, tal y como en realidad somos, ¿Nos gustaríamos pese a no ser el reflejo
de lo que nos muestran los espejos? Eso es lo que le ocurre a Oskar, que en uno
de sus rutinarios ataques de ira a los árboles del parque de su edificio, es
sorprendido por una Eli de la que ya difícilmente querrá separarse.
Es como si, de repente, toda la soledad acumulada que
hubiese sentido el joven se disipase, permitiendo la entrada de una ola de
calor desde un ser no precisamente cálido. Esta paradoja se puede extender al
encuentro que, quienes buscan, acaban teniendo consigo mismos. Es lo único que
puede permitir no solo estar a gusto con quien se es y con cómo se actúa, sino
lo más importante, no temer a la soledad. Y es que, ¿Cómo uno no va a temer a la
soledad si tiene miedo incluso de sí mismo, siendo pues la propia identidad una
sombra en permanente persecución?
En la película Oskar no tiene miedo de su compañera, pues
ésta procura no actuar más que como voz consejera, mientras por su cuenta trata
de sobrevivir. Sin embargo, un desconcierto mezclado con pánico se dibuja en
los ojos del joven cuando la chica revela su verdadera naturaleza.
Vamos a mezclarnos. No duele. Nada más te picas el dedo.
El momento de encararnos a nuestro propio yo y mirarlo a los
ojos puede ser tan terrorífico que justificase, en cierto modo, el haber huido
inconscientemente de él toda una vida. Hay que ser valiente, muy valiente, para
conocerse y aceptarse sabiendo que, en el mejor de los casos, supondrá una
ardua tarea de toda una vida.
Puesto que si, como se puede leer en la última cita, pretendemos
mezclar lo que sea que hayamos construido de nosotros mismos en base a mentiras
y miedos con la esencia de nuestro verdadero ser, estaremos aceptando mucho más
que lo que considerábamos una “realidad segura” y una “rutina protectora”.
Abriendo las puertas de par en par a los misterios que se esconden en lo
onírico, a dudas existenciales tan jóvenes como éramos al nacer y tan viejas
como el propio universo, y desencadenando seguramente un proceso evolutivo y de
maduración sin vuelta atrás.
No obstante, hay que mantenerse con los pies en el suelo, siendo
conscientes de que, en esta comparativa, existen ese trastorno y esa adicción
que vendrían a ser la sed de sangre de la niña vampira. Aquello que maldice su
existencia. Aquello que la hace, poco a poco, lograr acercarse a Oskar, esa parte
insegura de nosotros mismos que brilla tenuemente, pero lo suficiente como para
representar la promesa de un nuevo comienzo.
Pero primero deberán conocerse. Primero deberemos hablar con
nosotros mismos, para encontrarnos y finalmente contemplarnos. Todo el tiempo
que empleemos puede resultar tan frío y oscuro como puede llegar a serlo la
película que nos ocupa. Con acercamientos tan tiernos como las caricias que
brinda Eli a Oskar en su cama o tan dantescos como la visión de la verdadera
edad (o profundidad) que esconde la vampira cuando sufre víctima de su sed.
Quizá algún día, como ocurre en el film, partamos plenos,
junto a nosotros mismos, hacia un destino a veces tan borroso e intangible que roza
la desazón. Nuestra propia felicidad.
Todas las imágenes están sacadas de Google
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