viernes, 1 de diciembre de 2017

Let the bipolar one in (Déjame entrar)





LET THE BIPOLAR ONE IN
(DÉJAME ENTRAR)







Tengo 12 años, pero he tenido 12 por mucho tiempo.


El frío es uno de los elementos característicos que siento al rememorar el film ‘Déjame entrar’. Pese a que me encuentro ahora mismo al lado de una hoguera, tan representativa en otros de mis textos de lo vital y lo enérgico, lo cierto es que me basta un vistazo por el ventanal para ser consciente de lo que acontece en el pequeño pueblo donde vivo. Frío, un intenso frio que habrá de tornarse gélido en las próximas horas y durante los próximos días.
Para Oskar, el joven protagonista humano de la película, la vida, ni es fácil, ni tiene pronóstico de serlo. Albergador de una ira que se manifiesta siempre en solitario, cuando cree que nadie le ve, se imagina venciendo a su propia inseguridad ante los árboles de su jardín, a los que personifica como a sus enemigos de escuela. Pero así es, el simplemente cree estar solo, cuando en realidad dista de estarlo.
En esta comparativa sería sencillo asociar a Oskar con la infancia de un bipolar. Pero quiero ir algo más allá, y voy a establecer una relación entre ese niño inseguro, pero a punto de estallar, y la personalidad desnuda de un bipolar adulto que de repente se priva de un tóxico que le ha servido de muleta largo tiempo. Conocedor personal como soy de esa tesitura, puedo ya afirmar que, al menos en mi caso, la extrema inseguridad de la infancia puede regresar con voracidad si se suprime el fuego de, por ejemplo, el alcohol.
Conocernos a nosotros mismos, no perder el norte de nuestros verdaderos objetivos en vida, saber hacernos llegar las preguntas adecuadas… Puede parecer tarea sencilla, pero en absoluto lo es. Puesto que… ¿Quién es en realidad, y con toda profundidad, uno mismo?
El terreno de lo vampírico juega una baza que, para comenzar, sitúa a esos seres con una ventaja sustancial en esta suerte de búsqueda, en esta especie de carrera. El tiempo. La otra protagonista de ‘Déjame entrar’, que brilla en su actuación junto a Oskar, es Eli, una niña que, como reza la cita que abre esta entrega de ‘El símil’, ha tenido doce años por mucho tiempo.




Oskar... ¿Te gusto? ¿Y si no fuera niña te gustaría?


Eli será en esta comparativa nuestro auténtico yo. Algo así como nuestra verdadera identidad, inmune a las adicciones y a las enfermedades mentales. Esa voz que en ocasiones nos habla nítida y otras nos susurra mediante un eco esquivo.
La pregunta aparece rauda. De vernos de repente ante nosotros mismos, tal y como en realidad somos, ¿Nos gustaríamos pese a no ser el reflejo de lo que nos muestran los espejos? Eso es lo que le ocurre a Oskar, que en uno de sus rutinarios ataques de ira a los árboles del parque de su edificio, es sorprendido por una Eli de la que ya difícilmente querrá separarse.
Es como si, de repente, toda la soledad acumulada que hubiese sentido el joven se disipase, permitiendo la entrada de una ola de calor desde un ser no precisamente cálido. Esta paradoja se puede extender al encuentro que, quienes buscan, acaban teniendo consigo mismos. Es lo único que puede permitir no solo estar a gusto con quien se es y con cómo se actúa, sino lo más importante, no temer a la soledad. Y es que, ¿Cómo uno no va a temer a la soledad si tiene miedo incluso de sí mismo, siendo pues la propia identidad una sombra en permanente persecución?
En la película Oskar no tiene miedo de su compañera, pues ésta procura no actuar más que como voz consejera, mientras por su cuenta trata de sobrevivir. Sin embargo, un desconcierto mezclado con pánico se dibuja en los ojos del joven cuando la chica revela su verdadera naturaleza.




Vamos a mezclarnos. No duele. Nada más te picas el dedo.


El momento de encararnos a nuestro propio yo y mirarlo a los ojos puede ser tan terrorífico que justificase, en cierto modo, el haber huido inconscientemente de él toda una vida. Hay que ser valiente, muy valiente, para conocerse y aceptarse sabiendo que, en el mejor de los casos, supondrá una ardua tarea de toda una vida.
Puesto que si, como se puede leer en la última cita, pretendemos mezclar lo que sea que hayamos construido de nosotros mismos en base a mentiras y miedos con la esencia de nuestro verdadero ser, estaremos aceptando mucho más que lo que considerábamos una “realidad segura” y una “rutina protectora”. Abriendo las puertas de par en par a los misterios que se esconden en lo onírico, a dudas existenciales tan jóvenes como éramos al nacer y tan viejas como el propio universo, y desencadenando seguramente un proceso evolutivo y de maduración sin vuelta atrás.
No obstante, hay que mantenerse con los pies en el suelo, siendo conscientes de que, en esta comparativa, existen ese trastorno y esa adicción que vendrían a ser la sed de sangre de la niña vampira. Aquello que maldice su existencia. Aquello que la hace, poco a poco, lograr acercarse a Oskar, esa parte insegura de nosotros mismos que brilla tenuemente, pero lo suficiente como para representar la promesa de un nuevo comienzo.
Pero primero deberán conocerse. Primero deberemos hablar con nosotros mismos, para encontrarnos y finalmente contemplarnos. Todo el tiempo que empleemos puede resultar tan frío y oscuro como puede llegar a serlo la película que nos ocupa. Con acercamientos tan tiernos como las caricias que brinda Eli a Oskar en su cama o tan dantescos como la visión de la verdadera edad (o profundidad) que esconde la vampira cuando sufre víctima de su sed.
Quizá algún día, como ocurre en el film, partamos plenos, junto a nosotros mismos, hacia un destino a veces tan borroso e intangible que roza la desazón. Nuestra propia felicidad.






Todas las imágenes están sacadas de Google
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

No hay comentarios:

Publicar un comentario