martes, 11 de junio de 2024

Maldita ignición

 

 

El letargo ha drenado el espíritu espartano.

 

 

Porque el yelmo le asfixia.

Las crisis de ansiedad, tan temidas como parodiadas, menospreciadas y finalmente negadas, se reproducen en nuestro sistema nervioso como un virus caprichoso. Sí, un virus. Curiosa forma de arrebatar la victoria de nuestra falange. Un ente minúsculo, pero tan poderoso que hasta el más recio termina por derramar alguna que otra lágrima.

 

Porque el escudo le pesa.

La actuación pierde enteros. Las capas de cebolla se desprenden.

Todo el proyecto se desmorona ante la imperiosa necesidad de dar con nuestra identidad en unos tiempos que pujan fuerte por arrebatárnosla.

Rodeados de una hipocresía y necedad cada vez mayores, vemos con impotencia como los comportamientos radicales son ensalzados sin importar su esencia. Son alabados sin reparar en procedencias. Halagos con forma de punta de rifle, flores atómicas para un afecto mayormente radioactivo.

 

Leónidas. ¡Tu lanza!

El rey deja caer la única parte de sí mismo capaz de derrocar la pantomima general.

Los cobardes persas contienen la respiración. Pues, ¿Realmente se ha acabado la matanza perpetrada por esos tozudos guerreros?

Arrodillado, nuestro rey cierra los ojos.

Proyecta todo.

Su infancia, juventud, primera y posterior madurez.

Los latidos de su corazón se tornan tan fuertes que trascienden cualquier afección. No, esos tambores internos resuenan con una fuerza tan atronadora que, de lejos, parecen venir secundados por una suerte de instrumentos musicales.

Sonreiría, de no ser porque la concentración tiene agarrada a la ansiedad. La estrangula, de forma lenta y poderosa, pues no es momento de distraerse con nada.

 

¡¡¡Stelios!!!

 

Al grito de nuestro rey, la última de nuestras formaciones se abre.

Un rayo espartano emerge, descargando la furia de una tormenta de frustración sobre el primer enemigo que ronda la zona. Depresión leve o mayor, trastornos de diferente índole, recuerdos de pesada carga… Culpa, luto, dolor.

¿Vacua existencia?

Ni en broma.

El yelmo nos asfixiaba porque no nos dejaba ver. Y debemos ver bien.

El escudo nos pesaba. Nos hacía desequilibrarnos. Y el objetivo está lejos.

Concretamente, en los tiempos venideros, en los que el alma espartana habrá de dirimir si finalmente resucita, si decide que merece la pena volver a respirar.




Como dijo el bueno de Marv en Sin City:

Vale la pena morir, matar, e ir al infierno. Amén.

 

 

 

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