Esta serie pertenece a la obra 'La taberna: Una libreta para el recuerdo'
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Si estás leyendo
estas líneas y padeces trastorno bipolar o problemas de alcoholismo, conoces a
alguien en esa situación o simplemente deseas conocer cierta información sobre
ello, es posible que mi experiencia te resulte de utilidad.
Durante casi dos
décadas he estado consumiendo alcohol de algún modo.
Es durante la
última donde el consumo se disparó en lo que creía mi única herramienta para
tratar de estabilizar el trastorno bipolar que padezco.
Sumido en una
constante ida y venida de la euforia a la tristeza, había ciertos momentos al
día donde la embriaguez no sólo me reportaba un estado conocido al que
aferrarme, sino que también marcaba con ciertas pautas en mi actitud algo
parecido a una rutina diaria.
El caso es que ya
podía encontrarme eufórico vaciándome en largas jornadas laborales inyectadas
de cafeína o bien perpetrado en un lecho sintiendo como todo caía sobre mí, que
la rutina estaba clara: Acudir a mi fiel compañero de viaje para bien frenar mi
nivel de actividad, bien insuflar el ánimo adecuado para emerger de los pozos
personales.
Esa creencia me
tuvo bien aferrado al vicio incluso durante los años en que no solo se me
indicaba desde todas partes que existía un problema serio, sino que progresivamente
se iba perdiendo toda confianza en mí.
Si bien es cierto
que una enfermedad mental como el trastorno bipolar genera en ocasiones la
imperiosa necesidad de tratar estabilizarte por cualquier vía existente,
también lo es que quien se vuelve adicto al alcohol, provenga de donde provenga,
desarrolla síntomas y problemáticas comunes al resto de enganchados.
Puede que la
palabra más común sea alcohólico, pero voy a incluirla en el saco de enganchado
junto con aquellos grupos que beben con patrón de abuso, bebedores de fin de
semana y quienes simplemente, encuentran dificultad en pasar una jornada sin
consumir una sola cerveza.
Porque en todos
esos casos será común la ansiedad cuando el deseo o la necesidad aprietan, será
común la placentera sensación de desinhibición y por supuesto, también lo será
el bajón posterior.
Puede sonar
evidente que algo que hace oscilar tu estado de ánimo de forma súbita y
artificial no debe ser recomendable para alguien con un trastorno que
precisamente adolezca de esos cambios.
Sin embargo, cuando te encuentras dentro de fases que te
roban el sueño y mantienen en tensión una mente a la que no paran de llegar
ideas y proyectos, miras con otros ojos la posibilidad de administrarte esa
aspirina.
Del mismo modo,
cuando la desesperación llega a puntos en los que incluso quitarte de en medio
se convierte en una idea recurrente ante las sombras que te visitan en una
constante oscuridad, borrarlas con un manto tóxico que desvíe tu atención e
incluso te levante momentáneamente se antoja digno de consideración.
El caso es que,
transcurrido el tiempo que convierte en habitual lo novedoso, uno desarrolla la
ansiedad previa, la satisfacción del momento, así como el bajón posterior.
En mi caso
filtraba la ansiedad a través de jornadas cargadas de actividad mental,
constructiva o destructiva en función de lo que mi inestabilidad dictase.
Encontraba en la
satisfacción del momento una identidad perenne a la que aferrarme y desde la
cual existir.
Finalmente el bajón
me provocaba irritabilidad y un malestar que parecía menguar tan solo ante la
idea de repetir el proceso con la mayor brevedad posible.
Acabé bien
enganchado, y lo que empezaron siendo unas cervezas en la adolescencia con los
amigos del día a día pasaron a ser borracheras descomunales siempre en compañía
donde todo parecía ser divertido e inofensivo.
Pero un día te
tomas una cerveza en un bar de camino a algún lugar.
Otro día son dos
con un desconocido.
Finalmente acabas
por llevarte alcohol a tu casa donde, progresivamente, vas incrementando la
dosis mientras se asocia a diferentes actividades dentro de un abanico cada vez
más acaparador, más amplio en posibilidades.
Y de ese modo
generas algo así como una identidad, una actitud consolidada a la hora de
disfrutar y pensar, plantar cara y olvidar.
Mientras piensas
que estás sobreviviendo a una grave enfermedad crónica, en realidad todo cuanto
edificas lo haces sobre una base de madera infestada de carcomas.
No sólo eso,
aquello que derrumbará tu vida cíclicamente también irá robando tu verdadera
identidad, secuestrando todo cuanto es tuyo para solicitar su dosis a cambio de
un hipotético rescate.
Mi experiencia
está llena de ejemplos de cómo uno puede acabar enganchado al alcohol, en mi
caso partiendo de un trastorno bipolar.
Pero supongo que
así como la adicción presenta aspectos comunes a quienes la comparten, el hecho
de dejarlo debe presentar otros tantos.
Con este artículo,
primero de varios, pretendo exponer mi experiencia al abandonar de raíz el
alcohol en mi vida.
Puedo decir que
en más de dos meses las cosas han cambiado, y mucho, para bien.
No ha sido un
camino de rosas, y han existido muchos momentos que han ocupado jornadas
enteras de pura agonía, pero en general la escalera que he ido ascendiendo se
ha ido asemejando más y más al ‘camino de la vida’ que generalmente sentía al
avanzar hacia el futuro hace muchos años, antes de que mis problemas con el
trastorno y el alcohol se presentasen graves.
Pero el momento
para extenderme con ello será en la segunda parte.
Para leer la 'Parte II' sigue este enlace
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