martes, 14 de junio de 2022

Tercera Experiencia Bipolar Sin Alcohol (Parte II)

 



Parte II



Día 20.

Aquí cada dígito que se mueve es importante.

Aunque tampoco es que deba resultar de vital importancia.

 

Dado que me encuentro escribiendo la tercera tentativa por dejar atrás un tóxico como el alcohol de forma exitosa, sería una estupidez no beber, valga la redundancia, de enseñanzas pasadas.

En este territorio, más que nunca, hay que equilibrar las cartas. Acontecimientos, emociones, sentimientos... Todo juntándose en una amalgama de la cual un simple detalle puede desencadenar avalancha. Un fenómeno fatal en una batalla que se renueva a cada salida de sol y se recrudece cuando menos lo esperas.

Hablar de equilibrar algo en concreto cuando el mapa general es un caos no supone un imposible. Al menos, no a medio plazo. Yo mismo me lo demostré en la primera serie de EBSA, cuando peleando contra todo pronóstico sumé la nada desdeñable cifra de 7 meses. El problema, el principal talón de Aquiles, fue desarrollándose, en silencio y a fuego lento, como una víbora. 

Se trataba del estado de total concentración en el que imbuí mi mente.

Ya se sabe que cuando se fuerza algo demasiadas veces el objeto tiende a romperse. Supongo que, en este caso, las circunstancias operan igual. Forzar la mente a ver la luz sí o sí, bajo amenaza de apagarla yéndose a dormir en caso contrario, tiene un hándicap tan grande como las sombras que genera y pone en juego. Si los claroscuros de una lucha sin descanso son demasiado abruptos, el cansancio y el desgaste se verán acentuados.

Tan solo hará falta ese pequeño copo de nieve rebelde, ese ‘algo’ que suele colmar vasos, y la avalancha barrerá sin oposición cualquier intento de resistencia. 

El resto, como se dice, es historia. Una historia a la que nuestra mente regresará con solo UN trago. Una pequeña dosis y los circuitos neuronales se reconectarán a tiempos previos a tanto esfuerzo, sacrificio, dolor y lucha.










 

Por suerte, el mapa de mi vida aparece bastante más presentable en esta ocasión.

Las peripecias de mi yo loco de remate se fechan años atrás, incluso antes de la pandemia. Años en los que he intentado construir con mi mejor fe, aprendiendo a dejar a un lado la ira y la venganza, y bajando del caballo de la frustración mal tolerada. 

Con un equilibrio, al parecer, han llegado otros.

Porque no es que me esté esforzando en demasía en esta empresa. No, al menos, hasta puntos de presentar escritos que encojan el alma, ni atenacen el corazón, ni sobrecojan el interior. 

Es algo que resulta de gran valor, casi de vital importancia, para el proyecto de desintoxicación que me ocupa. Ni me rebozo en el lodo de mis miserias, ni sobrevuelo los cielos imaginarios a los que mi ansiolítico por excelencia me propulsa. ¿El resultado? Equilibro, querido lector, un término al que maldije por décadas y que ahora parece brillar como un diamante en bruto.

Aunque, como a todo diamante en ese estado, hay que pulirlo hasta incluso mutar su forma.

En los últimos años no solo he dejado atrás a personas que consideraba esenciales en mi vida, sino que también he visto caer, o he derribado, auténticos pilares de esta.

Algunas lágrimas y mil pesadillas después... ¿Sabes qué?, ni ha llegado el apocalipsis ni la noche se ha hecho eterna. El sol sale exactamente igual, aunque esta vez, lo hace para mí y mis seres queridos. Un grupo de personas a las que no les tiembla el pulso a la hora de aconsejar o corregir, pero que al menos no se alimentan de mi energía, recursos y ánimo con fines pérfidos o egoístas. 

 

Todo esto me sirve para lanzar un aviso a navegantes. 

A modo de boya de advertencia, me basta con afirmar que nunca existirá el momento perfecto, ni para dejar un tóxico, ni para nada en particular. La vida, si uno no es un ermitaño tan solitario que ni siquiera la fauna o la flora le afecte, está compuesta de altibajos subidos al columpio de nuestro entorno, en el parque de atracciones de la sociedad.

A modo de faro, no obstante, puede encender la luz guía que te ahora mismo te encuentras leyendo por segunda vez.

Porque si un maníaco depresivo rozando los cuarenta puede plantearse, y con buenas sensaciones, el dejar lo que ha sido el bastón en su camino... Entonces no veo límites en esta empresa para nadie en concreto.









Aunque también es cierto que yo venía aquí hoy a romantizar. 

Visualicemos esa copa helada.

Enfoquemos la botella de cerveza.

Cómo caen las gotas mientras tragas saliva imaginando esos preciados instantes de echar los primeros tragos. Cómo tu mente se asienta, relajada y sosegada, en un mar calmo que las pastillas médicas tan solo logran picar. Adrenalina y optimismo entrechocando su oleaje, contigo en medio, agarrado a la copa. Subido a la tabla de surf.

¿Qué diría un psicólogo a un paciente atado a algo extinto?

Que el luto va a ser necesario si se quiere pasar página. 

Y el luto, como la adicción, como la estabilidad... Es labor diaria, de cocción lenta y resultados a largo plazo. No apto para aquellos que buscan cualquier tipo de enajenación del mal que les corroe. Porque si en fase de luto te torturas visualizando y sintiendo lo que más anhelas, te estás colocando en la mismita esquina del ring. Carnaza para el rival. La avalancha que se cierne sobre ti.

 

También acudía al teclado y la página en blanco en busca de algo de compañía. Como la tuya, querido lector, pues una vez más, de algún modo, te siento junto a mí mientras tus ojos navegan por este montón de líneas.

La banda sonora del Código DaVinci fluye poderosa a través del altavoz que me hace las veces de escudero en esta nublada y calurosa tarde de martes. Mi cabello aún gotea por la ducha reciente y siento algo así como crecientes buenas vibraciones a cada tecla que voy pulsando.

Parece que hemos resistido un día más. 

Una jornada difícil que ha coronado una batalla tan invisible como colosal en el día anterior.

 

Es bueno que los grises se vayan encontrando con manchurrones y garabatos. 

Así no se nos olvida que nuestro enemigo mora en un lago sumido entre espesa niebla.

Así recordamos el reflejo de sus ojos, la intensidad de una mirada clavada en nuestras entrañas y que, de algún modo, ruge desde nosotros mismos.

Esa anaconda gigante debe morir. Pero para que pueda pasar el luto de algo tan ambicioso... Aún queda mucho camino por recorrer.

 

Espero que sea a tu lado, una vez más, mi querido lector.





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