domingo, 12 de junio de 2022

El banquete | Segundo Especial para la LC de 'La Cabaña' 2022



ESPECIAL LC 2022

LA CABAÑA

El oscuro laberinto de la psicosis


Introducción


Llegamos al final del segundo tramo de esta apasionante lectura conjunta organizada por Arkana. Concretamente, a la mitad del laberinto. Y, muy posiblemente, a su naturaleza más cruda y compleja hasta el momento.

 

A vista de pájaro, resulta muy enriquecedor ver cómo este grupo de mentes inquietas toma diferentes caminos, extrayendo suculentas conclusiones. Afirmo este desde esa altura media que me permite otear las ramificaciones pasadas y futuras que los motivan como lectores.

Sin embargo, las montañas que rodean a la cabaña no pueden ser alcanzadas tan solo así.

De modo que, a vista de helicóptero blindado, me satisfacen dos cosas de la perspectiva más amplia. Primero, el hecho obvio de que soy capaz de ascender mentalmente ahí donde en otras ocasiones mis motores neuronales ardían. Segundo, que cierta ambivalencia parece regar el curso de opiniones de los participantes. Y no se trata de blanco o negro, de comprender o no enterarse. Tiene más que ver con los grises intermedios. 

Su avance por el laberinto es firme, y ahí donde uno no quiere llegar, quizá otro le facilita lecturas sorpresivas. Donde el segundo se ve bloqueado, el primero le ayuda con puntos de vista imprevistos.

 

Si fuese una máquina podría estar estudiando al respecto largo tiempo, pero el corazón que palpita en mi interior, café en mano, en esta calurosa tarde de domingo, saca a relucir el verdadero baluarte de los puntos de vista a emplear.

El mío propio.

No resulta fácil como artista verte nuevamente rodeado de una oscuridad resucitada.

Tampoco lo resulta como escritor, pues las viejas cicatrices que movieron tus dedos parecen, por momentos, doler con intensidad.

Como persona la cosa podría tildarse de masoquista.

Pero todo eso adquiriría gravedad si fuesen máquinas estas personas que me rodean dentro del laberinto. No es así. Este maravilloso grupo de seres humanos de asombrosas psiques y aún más grande condición humana me recuerda a cada paso, a cada palabra leída, que estamos aquí para leer con cariño una trama, en ocasiones, carente de él.

 

Para todo ellos va este segundo premio de la actividad.

Un relato titulado ‘El banquete’, continuación de ‘La visita’ de la semana pasada.



El banquete 



El miedo.

Una curiosa sensación de lo más caprichosa.

Una puede creer haberle dado esquinazo que, ¡Zas!, te agarra a la vuelta de la esquina. Y menuda variedad de formas puede llegar a adquirir...

 

El miedo es algo así como un lago al que, si no se le ponen ciertos límites, puede llegar a arrasarte, inundación de desgracias mediante. 

Qué bien lo sé yo misma.

Encerrada por años en una tumba en vida, siempre esperando el no se qué de turno que, al final, si no te mueves, nunca llega.

 

Aunque, como he dicho, el miedo es algo cambiante. Como un guante que se adapta a toda realidad. No solo puede retirarte del juego, sino que también puede lograr que lo juegues de forma acelerada y demasiada temeridad. Y no sé que es peor.

 

A estas alturas, sus sombras ya han formado ejército. 

Pero a mí no me falta ni luz, ni predisposición.

Si tiene que haber guerra, pues que venga. Yo seguiré tratando de ser feliz.

 

 


 

El viejo dobló el papel exactamente allí donde se encontraban sus pliegues previos.

Inhaló profundamente, sentado en su sillón frente a la hoguera, como si quisiera absorber no solo el aroma de la nueva carga de leña que ardía, sino también la misma esencia del momento en sí.

Los nervios hacían presa de Verónica, que, a su lado, en un nuevo sillón en el que no había reparado en un comienzo, maldecía el momento en el que rebuscando en su bolso se le había caído al suelo su diario. 

¿Cómo iba a negarle al viejo aquel su lectura? El interés por su intimidad había sido notable e instantáneo y, a fin de cuentas, perdidos en aquel remoto lugar, era imposible que hubiese peligro alguno en dejarle leer. 

Sin embargo, el creciente nerviosismo tenía raíces en la profunda inseguridad de la joven, herencia de un pasado demasiado oscuro. Raíces que el viejo, como quien poda con gran experiencia, cortó de raíz con un simple comentario distendido.

—El miedo. Ah, sí... El miedo... ¡Hay que ver la de alas que uno tiene que fabricar ante el empecinamiento de ese bribón por cortarlas!

 

Sin saber bien por qué, Verónica se echó a reír ante la divertida expresión de aquel sujeto. El viejo era, en gran medida, entrañable. No era de esas compañías que pueden resultar molestas de buenas a primeras.

—Aquí tienes.

El viejo extendió su arrugada mano, devolviéndole el diario a la joven.

—¿Por qué no sales a dar una vuelta? Es tarde, y no creo que tu estómago se resista a comer como es debido antes de emprender el regreso. Esta noche, además, precisamente vienen a verme unos invitados que, estoy seguro, te caerían pero que muy bien.

Verónica no supo muy bien qué decidir. Aunque, para cuando realmente se lo planteó, ya se encontraba caminando por el exterior de la cabaña, haciendo tiempo y con las tripas rugiendo de forma generosa.

 

 

Dejó pasar lo que consideró bastante tiempo.

Aunque, conociéndola, bien podrían haber pasado ni cinco minutos cuando, asomando desde una espesura cercana, vio el humo que manaba por la chimenea de la cabaña.

Avanzó, ya con su estómago tocando ópera, cuando de pronto, súbitamente, al acceder al cobertizo, salió despedida de él.

—¡Mira por dónde vas! — Aquel primer comentario tras el choque frontal encendió por dentro a Verónica.

El siguiente, la devolvió a su estado natural.

—Disculpa... ¿Te encuentras bien? 

Cuando alzó la vista, se encontró ante la presencia de dos perfectos desconocidos. Ahí se quedaron, los tres plantados, hasta que el viejo salió del interior de la cabaña, tan sorprendido como divertido.

—Menudo trompazo. Hay que ver... Entereza, Disciplina, ¿Es que no la vais a ayudar?

Poco después, el grupo entraba en la cabaña. 

 

¿Cómo diablos aquello era posible?

Entereza y Disciplina no eran los únicos invitados. Verónica contó hasta ocho cabezas sentadas en una gran mesa alargada. Una mesa que, estaba segura, era imposible que cupiese en el espacio original del lugar que había conocido no hacía mucho.

Iba a comentar algo al respecto cuando el tintineo de un cubierto chocando con una copa la silenció. A ella y, paulatinamente, al resto.

—Bienvenidos, mis queridos invitados. Esta noche es especial, por lo que estoy cocinando un estofado de auténtico rechupete. Tomad asiento mientras termina de hacerse. Conoceos. Si es que eso es necesario...

Aquellas últimas palabras por parte del viejo anfitrión encontraron su misterioso final en una especie de eco decadente.

Verónica, nerviosa como era ante esas situaciones, hizo gala de lo mismo que la había aupado a lo largo de los últimos años. Se lanzó. Sin miramientos.

 

Poco después, entre risas, brindaba con el delicioso vino blanco con la única chica que, a parte de ella, integraba a aquel grupo.

—Chica, ¡Eres la hostia!

—¡Y tú también, Soñadora! Tú también...

Aunque no todo eran sonrisas y buen ambiente.

Una de las esquinas de la mesa parecía incluso oscurecer la iluminación global. Como si de una sombra de creciente naturaleza se tratase.

Soñadora, una morena delgada, pero con enorme carácter, decidió entonces dirigirse en voz baja a su nueva amiga.

—Con Pánico y Ansiedad mejor no hablar. A Luto... A ese ni siquiera lo mires.

 

Decir a Verónica una orden directa tenía como principal efecto la aparición de su insaciable curiosidad. Quizá por eso desobedeció, inmediatamente y sin querer, a Soñadora.

No supo bien qué atenazó en primer lugar su corazón hasta el punto de privarla de su propia respiración.

Por un lado, la silla dónde se suponía que debía estar Luto estaba vacía.

Por otro, el anciano servía más vino en esa esquina de la mesa, clavándole una mirada que la hacía sentir desnuda. Desnuda hasta un punto que encogía todo su ser.





Continuará...


Para leer la parte anterior, 'La visita', haz click aquí



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