domingo, 5 de junio de 2022

La visita | Especial para la LC de 'La Cabaña' 2022

 



ESPECIAL LC 2022

LA CABAÑA

El oscuro laberinto de la psicosis



La visita



Verónica no sentía frío.

Años atrás, no demasiados, probablemente eso no hubiese sido así. Pero años atrás no estaríamos hablando de la misma persona.

Entereza, meditaba la joven. Y no es que se tratase de un nuevo ingrediente, una especie de as en la manga o la panacea a sus males... Más bien, se trataba de un aspecto, que potenciado, la había hecho rozar, si no alcanzar, el equilibrio.

 

Pese a no sentir frío en su cuerpo, no podía decir lo mismo de su psique. No creía que ningún mortal pudiese deambular por el paraje que la rodeaba sin sentir el pinchazo de la desolación. Caminos y caminos helados, con la vegetación tiesa por las bajas temperaturas, sin rastro alguno de vida salvo la suya propia. Paredes de hielo, altas como gigantes, que parecían escoltarla a un final de dudoso renombre.

 

¿Sería un sueño?

 

En ocasiones, los viajes oníricos contienen elementos de tal exagerada naturaleza que una se ve a las puertas del despertar. 

Verónica pellizcó su mejilla. Una, dos y hasta tres veces. El dolor que le fue devuelto no admitía lugar a dudas. Si aquello era un sueño, aún le quedaba camino por recorrer.

Un camino que se desarrolló por tiempo indefinido.

Pareciera como si el entorno juguetease con su presa, abriendo y cerrando senderos mientras el cansancio y el abatimiento comenzaban a danzar en la chica mental y físicamente.

Sin embargo, Verónica seguía sin sentir frío.

Tratando de controlar con la respiración un incipiente nerviosismo, la tenacidad en su avance le deparó una suerte de premio. Pues, frente a ella, erguida en medio de una gran llanura helada, la tenue luz de una cabaña iluminaba su entorno inmediato de forma tímida. Como si pelease con la inminente llegada de la noche a brazo partido.

 

Aquello arrancó una sonrisa a Verónica, que pronto se vio convertida en una mueca de asombro en cuanto alzó su vista a las cumbres que flanqueaban todos los ángulos de aquel lugar. Gigantescas e imponentes. Incluso, de algún modo, se atrevió a pensar la joven, le resultaban inmisericordes.

El languidecer del crepúsculo era ya tan evidente que la luz que irradiaba la cabaña suponía una invitación abrumadora. Invitación que Verónica, decidida, aceptó mientras terminaba de caminar por la espesa nieve en dirección a lo que sería su refugio.

Se detuvo nada más pisar el cobertizo, resuelta a echar un rápido vistazo y hacerse una idea del lugar al que acababa de llegar. 

Nada.

Ni el montón de trastos apilados, ni la omnipresente madera añeja arrojaron pistas válidas a la recién llegada, que, sin más dilación, empujó con el pie derecho la puerta parcialmente abierta de la cabaña.

 

El olor a leña quemada puede gustar o no gustar, pero sin duda alguna, resulta tan característico que todo el mundo lo conoce. Y Verónica no iba a ser la excepción.

No obstante, antes de girar la vista a la chimenea, la recién llegada paseó su mirada por el resto de la estancia.

Frunciendo el ceño, sopesó lo conveniente de la decoración minimalista en ciertos entornos. Desde luego, ella no la hubiese escogido para un lugar como ese. Que contase, allí no había más que tres o cuatro muebles, entre los que contaba una modesta silla, la pequeña mesa que la acompañaba, un grande y viejo armatoste que hacía las veces de mueble bar y biblioteca...  Y un mullido sillón.

Fue entonces cuando la vio.

Una gran chimenea, en la cual los restos de un fuego reciente aún humeaban generosamente.

 

—Más que el hecho de conocer el olor a leña quemada... Diría que lo importante radica en qué nos hace evocar. Qué experiencias, qué recuerdos. Qué tiempos.

 

Verónica se giró de inmediato hacia la voz que la había cogido por sorpresa por la espalda.

Cuando vio, a unos tres metros frente a ella, la figura de un anciano con una generosa copa de vino en la mano, lo último que pensó en si se había vuelto a meter en un buen lío.

Sin embargo, algo en aquel viejo la impulsaba a sentir que se encontraba a salvo. Probablemente, el hecho de que el hombre no parecía apenas tener fuerza ni para sostener aquella copa.

 

El viejo pareció adivinar el curso de sus pensamientos.

—Oh, maldita sea, qué maleducado. Aunque no sabía que hoy tendría una visita... Enseguida vuelvo. Puedes calentarte junto al fuego.

 

¿Junto al fuego?

 

Antes de que Verónica terminase de formular la pregunta en su cabeza, todo el interior de la cabaña pareció mutar de mil formas imperceptibles.

La que, desde luego, si percibió, fue el hecho de que la intensidad de la iluminación del salón se vio tan incrementada como la cálida temperatura en su interior.

Cuando se giró, la visión de una hoguera ardiendo con enérgica vitalidad la agarró por sorpresa.

Aunque lo más extraño de todo, era la información que golpeaba las puertas de su mente, con tanto o más ímpetu que el de la hoguera.

¿Aquel hombre le había leído la mente?

 

De repente, como saliendo de una hipnosis, Verónica sacudió la cabeza a lado y lado repetidas veces. Qué tonta. Seguro que había vuelto a pensar en voz alta al creerse a solas.






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