Dejemos
a un lado las cosas materiales… Sin perderlas del todo de vista
hasta dentro de un rato.
Si solo
pudiese juzgar los hechos que me han conducido a escribir estas
líneas bajo un prisma de egoísmo, también ella saldría ganando.
Eso se debe a que, como bien dice, nunca ha pedido, pide ni pedirá
nada para sí misma.
Si yo
fuese un bala perdida y fuese feliz con ello no habría lugar a
ningún texto, más bien ni a reflexión alguna.
Pero
hay que tener en cuenta, de entre los múltiples factores, que
padezco un trastorno bipolar. Con eso no se puede jugar, pues en sus
fases maníacas y psicóticas uno pierde en buena medida el control
generando altas cotas de sufrimiento propio y ajeno.
De eso,
lamentablemente, ella también ostenta un saco generoso.
Si ella
estuviese aquí.
¿Por
qué este título?
Porque muchas veces, perdidos en el huracán
de unas vidas siempre en movimiento, cuesta encontrar el momento de
pausa adecuado, el instante pertinente, para decir todas las verdades
intentando que ninguna mentira se cuele.
¿Y qué
necesidad tendría uno de mentirle a ella?
Cuando
los conflictos se han recrudecido hasta el punto de generar un
verdadera guerra, cuando las posiciones, firmes y opuestas, dan lugar
a la batalla campal, entonces la mentira sube a la palestra.
Pero
ahora no hay lugar para ello.
Hoy le
escribo como si ella estuviese aquí, con esa risa inocente y
contagiosa que tanto se merecería que yo le facilitase, y que tanto
me he esforzado por arrebatarle.
Ella es
mi madre.
Hoy es
su cumpleaños.
Y
pensando muy bien el regalo, acompaño estas líneas con un
recordatorio y una pistola.
El
recordatorio es el de unos tiempos en los que, cargado de buenas
intenciones y una mochila ligera, caminé durante meses libre de
alcohol hacia un destino incierto.
No
sabíamos a dónde conduciría ese camino, pero los míos y yo
encontramos más luz en esa senda de la que habíamos podido soñar
en unos últimos años de dolor y desesperanza.
El
trastorno bipolar hizo añicos esa nueva senda.
El
desprendimiento de una vida desestabilizada llenó de las rocas de la
locura todo, bloqueando el avance y haciéndome, entre otras cosas,
volver atrás y regresar a cuanto me era conocido.
La
furia, la frustración, la ira y después la impotencia que he
sentido representan la munición con la que libro mis batallas con
mis seres queridos.
Ella se
lleva siempre buena parte de la metralla.
Por eso
acompaño también estas líneas de la pistola que he mencionado.
No es
para liarme a tiros maldiciendo y lamentándome, como suelo hacer
cuando la música triste me asalta a diario, puntual cada anochecer,
o cuando el fuego del alcohol ya prende en mis venas.
La
pistola es para que, sacando una pequeña bandera blanca a modo de
tregua, me permita en un pistoletazo de salida simbólico lanzarme de
nuevo a caminar la senda que en mayo de 2016 me llevó a vivir
momentos maravillosos que deben repetirse.
Dejo el
alcohol atrás y lo vuelvo a intentar.
Eso
significa que lo hago por mí, al menos en parte.
Y es
que, entre otras cosas, ver a mi madre pudiendo relajarse confiando
en que no me lesionaré interfiriendo el proceso de la medicación
con un tóxico prohibido, genera un mar de posibles situaciones.
No se
si esa sonrisa, que tantas ganas tiene mostrar y que le nace del alma, está aún esperando a zambullirse en el océano de posibilidades
para emerger cobrando la forma real de cierta medida de felicidad.
Pero desde luego no lo descubriré quedándome en un lugar de sobra
conocido por todos, y que tan solo proporciona latigazos con los que
fustigo mi presente y alejo a los demás.
Si ella
estuviese aquí le diría todo esto y mucho más.
Le
diría que la quiero, que quiero celebrar muchos más cumpleaños y
que quiero seguir luchando en todos y cada uno de ellos.
Que
siempre hemos creído en mí frente al trastorno, y que quiero quemar
ese tiempo que ya se nos escapa juntos en una ofensiva más, de nuevo
cargada de energía y sentido.
Que
odio estos tiempos que vivimos, que añoro buena parte de mi pasado,
y que eso se debe, inequívocamente, a su buen hacer como madre.
Que
pienso en tiendas de campaña, el frío de la mañana en la montaña
y en termos de café con leche.
Que
pienso en una casa de verano llena de vida y diversión.
Que,
como si ella estuviese aquí, la veo cuidando de los suyos y
sintiendo el amor que le profesan.
Que no
he desaparecido y, maldita sea, echo de menos cosas que solo la
lejanía de mi camino puede hacer revivir transformadas y adaptadas.
Por el
momento la sorpresa está preparada.
Porque
ella sí está aquí.
En esta
solitaria madrugada le tecleo esperando perdone mis horarios y
últimas gamberradas irresponsables.
No se
con que te quedarás de todo esto, Mamá Catwoman, pero espero que al
menos la porción de cariño que te tengo y le he puesto te llegue en
forma de beso matutino de buenos días… ¡¡¡Y feliz cumpleaños!!!
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