domingo, 19 de marzo de 2017

Si él estuviese aquí





Tembloroso, abrumado por las circunstancias.
Decidido, no obstante, a recorrer una vez más ese filo de la navaja que en territorio maníacodepresivo se adentra en el laberinto de la psicosis.

Así me encontraba yo no hace mucho.
Un alud de acontecimientos se me echaban encima sin tiempo apenas para respirar.
Y pese a que cada vez es tan diferente, tan cercana a la tramposa luz que te ciega para después hacerte arder, una constante se mantuvo una vez más.

Si él estuviese aquí le daría las gracias por esas hogueras cuyo crepitar me acompañaba hasta bien entrada la madrugada.
Mi padre que, agotado por los duros vaivenes de una vida que no da tregua, encontraba el tiempo para acercarme al paraíso familiar. Que, espectador derrotado ante una locura en apogeo, apostaba por el calor de la leña prendida para tratar de explicarme la gravedad de la situación.

– Ahora estás en la cabaña. – Me decía.
Esa novela que tanto costó forjar, ese mapa que nunca más quise volver a otear.
Se habían acabado pues para él los tiempos de gloria en la lucha contra el alcohol. Los tiempos de promocionar alegremente a mi querida taberna, donde mi alter ego Joel buscaba en la pugna contra una inmensa anaconda el valor para seguir unos pasos más en dirección desconocida pero prometedora.
Ahora estaba de nuevo en la cabaña.
Mi casa así lo indicaba, y del mismo modo que escribiendo esa novela sentí el calor de unas llamaradas frente al rostro iluminado de un Anciano conciliador, en esta ocasión era mi propio padre quien trataba de rescatarme de una caída no por anunciada menos probable.
Me sentía a gusto, dentro del infierno de mi mente, en esas veladas de conversación.
Eran compases donde breves oasis aparecían en un desierto cada vez más cruel.

Un bipolar acaba por no tener demasiados pilares a los que sujetar una vida cuyos cimientos en ocasiones se tambalean tanto que hacen caer toda la estructura que sustentan.
Si él estuviese aquí le daría un abrazo, aquel que quedó a medias cuando ya todo estaba perdido.
Porqué sí, la psicosis ganó una batalla apuntándole un tanto al Monstruo que muchos dicen contener pero pocos conocen.
Pero en el transcurso de la aventura, en la ascensión que descarrila la vagoneta, hubo algo que tengo tanto o más que agradecer que esas hogueras que tanta calidez arrojaron al hielo de una mente confusa.
Lo sincero de una humanidad y personalidad fuertes y generosas afloraron en un seguimiento incondicional al reguero de tinta que mi pluma fue dejando a su paso durante muchos meses.

Fue en sus análisis donde encontré claves que incluso para mí habían pasado desapercibidas en una escritura rápida en continua conquista.
Si él estuviese aquí le diría que la caza de farolillos me condujo a la peligrosa luz artificial que enturbia el alma y la mente, si bien nació de buenas intenciones en tiempos de oscuridad.
Si estuviese aquí le sonreiría en el pantano de barro, la ciénaga de ofuscación, que va haciendo presa de mí desde que el desengaño ha sustituido a la ilusión.
De estar aquí le diría muchas cosas, pero dejaré que se levante tranquilo este domingo 19 de marzo, día de su santo, con la esperanza de que estas líneas le reporten algún tipo de regalo velado, y el firme deseo de que las cosas vayan a mejor.

De que, a parte de quitar el frío y crepitar con fuerza, las hogueras venideras sean acompañadas de unidad familiar y buen humor, de risas y tiempos de amaneceres que no vean como el sol se eclipsa cuando más se le necesita.
Eso hacen los míos.
Eso hace mi padre.
Que el cielo amanezca incluso cuando la noche ha durado demasiado tiempo.
Que el sol brille incluso cuando ha sido eclipsado por la gran sombra.
Que la hoguera se mantenga viva… Incluso cuando tu mente tira la toalla.




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