Según mi propio criterio es una verdad universal que, a lo largo de los siglos, la influencia del arte en el ser humano ha permitido nuestra evolución casi con la misma intensidad que lo han hecho la explotación de los recursos, las guerras entre clanes o la revolución tecnológica.
Hay muchos escépticos que por desgracia siguen creyendo que el arte no es más que un divertimento, la parada técnica que hemos creado para poder sobrellevar nuestra existencia cargada de retos, frustraciones e incertidumbre.
Se equivocan.
Lo cierto es que existen millones de ejemplos, tantos como personas habitan este planeta, que demuestran que el arte nos ha ayudado a crecer, a mejorar como especie y a asegurarnos un futuro como sociedad.
Cada vez son más los estudios que demuestran que el arte tiene fines terapéuticos mucho más allá de lo que nos imaginamos: clases de escritura para personas con enfermedades terminales, talleres de pintura para niños hiperactivos, escuelas de danza creadas para mejorar la comunicación con personas autistas, y un sin fin de proyectos más destinados a mejorar la comunicación y la inteligencia emocional que tanta falta hacen en las instituciones y en los centros educativos de nuestros país.
Cuando Víctor me pidió que escribiera este prólogo yo ya conocía parte de su obra e incluso había participado en algún proyecto que había llevado a cabo con otros escritores.
Sabía de la existencia de Tylerskar y de sus eternos acompañantes que, de una forma más o menos fiel, habían seguido al protagonista hasta las mismísimas fauces del Monstruo.
Al conocer personalmente a Víctor era consciente de que él mismo, como individuo, había acabado en más de una ocasión en ése paraje indómito al que no todos accedemos y me hizo mucha ilusión que, precisamente, me escogiera a mí para el prólogo de este libro tan especial y diferente.
Porque sí, este no es un libro como los demás.
En este libro el propio autor es el claro ejemplo de que el arte redime, el arte cura y nos enseña a canalizar nuestros deseos y miserias más profundos y convertirlos en algo que podamos compartir con nuestros semejantes.
En este libro descubrimos que en ocasiones la mente humana puede dejar de ser ella misma por un instante y aprovechar lo que otros han creado para sanar, para expresarse y para fluir.
En este libro, plagado de homenajes sinceros a grandes obras del mundo cinematográfico, el lector descubre conforme avanza en los relatos que no está solo, que existen otras personas que han utilizado todas esas referencias para subir de los infiernos en momentos clave de su vida.
Víctor ha creado pequeños universos inspirado por las películas que nos han rodeado desde niños buscando respuestas, adentrándose una vez más en ésa mente suya plagada de un conocimiento al que no todos podemos acceder, y nos ha dejado entrar en ellos para entender un poco mejor el origen y las fatalidades de las enfermedades como la suya.
No importa si eres bipolar, depresivo o simplemente tienes un mal día.
No importa cuán identificado te sientas con Tylerskar y sus amigos que tanto bien (o mal) le quieren.
No importa si has llegado a este libro por casualidad, porque leíste el argumento y creíste que podía ser bueno para ti o porque alguien te lo regaló para ofrecerte una experiencia distinta y emocionante.
Lo importante es Rebeldía, ese nuevo personaje que aparece y que no está dispuesta a dejarse vencer.
Lo importante es la maduración de Tylerskar y, por consiguiente, del autor en su relato.
Lo importante es entender, al final, que el arte no sólo tiene el poder de curar al individuo si no que también nos ofrece la posibilidad a nosotros, los hombres y mujeres de a pie, de curar a los demás.
Le auguro muchos éxitos a Víctor con este nuevo hijo que es, a mi entender, el más maduro, fantástico y sanador de todos.
Por Beatriz Peñas.
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