Hay un autor en concreto que logra perturbarme con sus mundos de fantasía cargados de romance realista.
Para la mente curiosa no tengo problemas en revelar su nombre: Christopher Priest.
¿Por qué comienzo así esta reseña?
Bien, resulta que guardo en mis recuerdos, con especial cariño, una historia de auténtica locura que se enarbola en torno a ese amor utópico que tantos persiguen.
Perteneciente al libro ‘La afirmación’, dicha historia, abarcando mucho más, peina a la perfección lo peligroso que puede resultar lo utópico.
Pero ahora vamos con ‘Alas de Barro’.
Esta historia breve nos va a enseñar, y de ahí mi pequeña introducción, el inmenso valor con el que, en ocasiones, es premiada la mayor valentía. Y no me refiero a acudir rifle en mano a una guerra. De hecho, ni en las líneas de Óscar ni en mi reseña vais a dar con atisbo bélico alguno.
Vais a dar, de un modo progresivo, sutil, delicado, sugerente y bellísimo, con lo que podría considerarse una vida entera.
Así de simple, así de complicado.
En ocasiones se nos enturbia la mente con el sueño de turno. Ya sea el americano o el europeo, caemos en el grave error de caer en la maquinaria que trata de mover al mundo. Y digo trata, precisamente, porque siempre quedan un puñado de héroes capaces de dar con el verdadero oro de esta vida: El amor.
Óscar, el autor de esta historia, no va a dar ninguna clase desde ningún altar elevado. Nos va a meter, de tú a tú, en la piel de un par de jóvenes que van a construir algo tan inmortal y eterno como la misma esencia de lo que sienten.
Un regalo que va a sernos entregado envuelto de parajes abandonados, alejados de cualquier tipo de bullicio más allá que el de la pasión al lado de un puñado de castañas tan calientes como el chocolate que las acompaña.
Uno no debería sentir ni envidia ni impaciencia, ni melancolía ni nostalgia, al leer esta experiencia de vida en forma de valiosa lección.
Basta con saborear la delicada y cercana escritura de su autor, como quién contempla una bandada de pájaros en un atardecer otoñal.
Quién sabe. Quizá sus alas también estén hechas de barro.
Quizá el secreto para volar sea el reinventarse día a día, con brújula clara, pero amando con total naturalidad y espontaneidad.
Aunque todo nuestro amor tan solo sirva para encender una vela en la inmensa oscuridad.
Aunque las sombras acechen desde todos los ángulos a esa llamita.
El mero hecho de haberla hecho brillar ya habrá significado haber vivido.
Y de qué manera.
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