miércoles, 27 de agosto de 2025

Viento


 

No se puede comenzar un texto como este con una incógnita. Tampoco desarrollarlo en torno a cuestión alguna. Mucho menos rubricarlo con una pregunta al aire.
Porque en el aire estás tú.
Lo supe desde ese día en las afueras del tanatorio. 
Lo sentí en cada golpe amable al hombro que me diste de forma invisible. A mí, y a ese otro puñado de seres queridos que aún te lloran. Sin prisa, teatro, plan u objetivo.
Desde entonces, te apareces como quien solías ser. Un conversador distendido de profundidad abismal y sueños brillantes como los cielos que tanto contemplabas.

Mientras escribo, engullo el puño en la garganta a nuestra manera habitual. Tragos amargos, fuertes, duros... Que hacen de tripas corazón. Ya que, si está siendo un año duro, que te lo digan a ti.

Siento enormes ganas de que el calor dé paso al furioso oleaje que anuncia las inclemencias.
Quiero llorarte de forma que mis lágrimas se confundan con la brisa marina desatada. Sin que nadie more alrededor. Como en los viejos tiempos, los malos tiempos, en los que la soledad nos anclaba al infierno mientras las alianzas tan solo eran el señuelo para la destructiva autolesión.

Qué diferente es todo ahora.
Qué brillante cada amanecer.
Qué esperanzador horizonte.
Aunque, si te soy sincero, la carga no ha dejado de pesar, la herida no ha dejado de doler y la locura prosigue su búsqueda arqueológica del núcleo a detonar.

Lo que más valorabas era el tono grave y calmo con el que parecía lograr anular el espacio tiempo común.
No eras como los que vaticinaban posibles incendios por mi parte, ni griteríos de furia contenida. 
No.

Tú sabías cosas que te has llevado para comunicarlas de la mejor de las maneras.
Llegando con el viento.
Marchándote con él.
Yendo paso a paso, como el crepitar de esa amistad que compartimos y que, según sé, aún tiene que dar muchas palabras por escribir.


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