domingo, 15 de mayo de 2022

Motivos para escribir


 


Supongo que a todos los escritores nos seduce la idea de sentarnos a escribir acariciados por la brisa de un agradable atardecer. Supongo que, si el sonido de un tímido oleaje acompaña la estampa, mejor que mejor. 

Ya en la memoria queda lo oscuro de la vida. Ese tránsito cíclico e inevitable por terrenos áridos y tormentosos. Una base de datos implementada en la fría negrura, de la que picotear o abrir el grifo al máximo.








 

Los momentos para escribir suelen ser audaces robos al tiempo, el ánimo y las circunstancias. Tres villanos de gran talla ante los que debemos hacer vencer a un simple lápiz.

Una batalla muy desigual la mayoría de las veces, aunque ello no impida que, como héroes, un buen puñado de inspirados artistas se abran paso por el espeso follaje de la jungla de la creatividad. Día sí, día también, se sientan y, llueva o abrase, activan el bendito canal que convierte en palabras pensamientos, sentimientos y emociones.

 

Un motivo para llevar a cabo la tarea de la escritura podría ser la necesidad de comunicar. De vaciar el peso del saco y soltar algunas cadenas. Un clásico para almas torturadas en continuo jaque social. Toda una hoguera para las gélidas temperaturas de la depresión, y a su vez, una afilada lanza con la que tratar de hacer algo de justicia.

Otro motivo vendría a ser la imperiosa necesidad por retratar, en un claro homenaje a la belleza intrínseca a cualquier situación imaginable. Porque incluso en las cloacas de la psique humana el lenguaje es libre, e infinitas son sus posibilidades de asociación. Poco importa que del cielo caiga mierda si se maneja con delicadeza su descriptiva.

Un tercer motivo quedaría fielmente representado por el mero ejercicio imaginativo. Como si de repente unas enérgicas alas llevasen nuestra mente lejos, muy lejos, de la realidad conocida. Como si planos invisibles de edificios por construir llegasen a nuestras manos, y de algún modo pudiésemos leer hasta el más ínfimo secreto en ellos.

 





 

Como he comentado, del recuerdo de los peores antros vitales se puede extraer un bello contenido. Pero primero hay que caminar esos senderos y adentrarse en el cenagal de la miseria. Cómo canalizar las dosis de ira y negatividad que la vida proponga y nuestra personalidad digiera será parte de la labor creativa. 

Sin embargo, el poso más amargo de algunas vivencias puede corromper, monopolizar, cegar, nublar y, la posibilidad más temida, anular por completo. Como si el síndrome de la página en blanco se irguiese crónico, abrazándose a nuestro ímpetu hasta derrocarlo. 

Más de uno sabrá de lo que hablo, teniendo en cuenta el ahínco con el que, por largas rachas, muchos nos vemos abrumados por sentimientos que prácticamente convierten en un sinsentido cualquier intento por teclear.

 

Si bien de episodios lacrimógenos, experimentados por nosotros mismos o captados alrededor, se pueden extraer multitud de lecturas, no parece ocurrir así cuando la metralla alcanza nuestras motivación, hábito, convicción y perseverancia.









Este breve texto lleva por título ‘Motivos para escribir’, pero fácilmente uno podría deshilvanarle una rápida metáfora. Si escribir es componer una oda a la misma existencia... ¿Dejar de hacerlo deja un sabor a muerte en el paladar de las musas?

Como aquello de que un hada fallece cada vez que alguien las niega a voz en grito.

 

Lo dudo mucho.

La escritura, sin duda, como cualquier forma de arte, tiene mucho de mágico, pero desde luego no considero que haya ningún contrato a firmar, ni cláusula que respetar, ni mucho menos repercusiones a temer, por el mero hecho de escribir. Así pues, el escritor puede retirarse si así lo desea. Y por el tiempo que crea necesario. Aunque también es cierto que dilatar esos lapsos puede convertir la amargura del retiro en un arma de doble filo. Algo que termine por decapitar nuestra voz en las letras.

 

Sin embargo, no mucho antes, he mencionado la metáfora codificada en el título de cuanto estás leyendo. Imagina por un momento que las letras son el oxígeno del escritor. ¿Qué motivos tendría entonces para escribir? 

¿Seguiríamos hablando de comunicar, retratar e imaginar?

Creo que, en tal caso, la realidad se tornaría algo más complicada. Competitiva, con lo sucio y lo necio que suele conllevar esa palabra al ser trasladada a las masas.









Me serviría para repartir unos cuantos bofetones, por aquello de soltar algo de lastre y desprender algunas cadenas. 

No obstante, creo que, en esta sofocante tarde de domingo, con mis gatos tirados sobre mesitas y baldosas en busca de un poco de frescor, hay un uso mucho más práctico para darle a este abanico de posibilidades que llevo un rato desplegando.

 

No debe ser otro que remarcar mis motivos para escribir.

Esperanza, ilusión y rebeldía.

Hay que ver cuánto se parecen a mis motivos para respirar. Para luchar un poco más.

Espero que a todo aquel que lleve arraigado al máximo este arte sepa localizar tan bien sus propios motivos. Así, si nos apagan las luces, nos iluminarán nuestras cerillas. Si nos atacan con hielo, nuestra propia hoguera nos dará cobijo. Y si deciden incendiar lo que queda de nosotros...

Entonces la pluma contraatacará.







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