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sábado, 16 de abril de 2022

Mis reseñas: 'Sencillamente... Yo' (Rocío Laverde)

 



MIS RESEÑAS

SENCILLAMENTE... YO

por Rocío Laverde


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RESEÑA


Imagina por un momento que puedes sostener el amor en la palma de tu mano.

Apuesto a que unas veces lo encontrarías pesado. Otras, ligero.

En ocasiones te quemaría y otras lo sentirías sombrío.

Dolería y calmaría, casi a partes iguales, si lograses sostenerlo suficiente tiempo.

Sin embargo, no es una fuerza que nos haya sido entregada para ser sostenida. No. Es algo que debemos aprender a sentir.

 

Ahora, imagina durante otro rato que los días no estuviesen organizados por las inclementes agujas del reloj.

Que a un bello atardecer pudiese seguirle un amanecer tormentoso. Así, sin más, por arte de una magia capaz de torturarte en las sombras de la duda, el rechazo y la pérdida para luego mostrarte el arcoíris sin parangón de una pasión henchida en su esperanza.

 

Yo dibujaría así la etérea aura del amor.

Y, pese a que sé que no estoy solo en mi concepción y punto de vista, siempre es un inmenso placer y supone una radiante alegría encontrarme con aliados en el camino.

Además, si esos aliados atesoran la bonita valentía de Rocío y su amor por las letras, el resultado no puede ser otro que el que me ha ocupado buena parte de esta soleada mañana de primavera: Una lectura de lo más especial.

 

Así entiendo el recuerdo que me ha dejado ‘Sencillamente... Yo’ de Rocío Laverde.

Como si en un lapso concreto hubiese sostenido los diferentes prismas con los que se manifiesta el amor, mientras la climatología de mis emociones iba mutando de escenario, recuerdo, alegría, paz, dolor y anhelo.

Porque supongo que de eso se trata cuando uno se focaliza en esta poderosa fuerza.

Hay que vivir al máximo y exprimir cada momento para poder escribir un poemario como el de mi querida Rochi. 

 

Supongo que el don de la escritura que la acompaña, que le susurra para que cree magia con palabras, le debe exigir una buena dosis de introspección, observación, madurez emocional y, al mismo tiempo, perenne e inocente ilusión. 

Siento que Rocío dispone de todo ello, tanto como para lograr que el lector viaje a su lado y sienta el clima desordenado y variable, intenso y sincero, de una travesía inolvidable.

 

De algún modo, tras varias de las tormentas experimentadas en la lectura, tras los días soleados y el paso de algunos fantasmas y multitud de sueños, me siento feliz. Feliz por la autora, a la que de algún modo siento en un dulce momento creativo que espero fluya y perdure por largo tiempo.

 

Enhorabuena, Rochi.



Áspero ahogo


 


Poco a poco, la arena desciende por tu garganta.

Casi podrías jurar que esto no va a ir de Mesías ni de movimientos revolucionarios. 

 

Qué ironía del destino el que te estés ahogando en el desierto. Mientras esculpías un furibundo oleaje en los paisajes del futuro venidero, él tejía granito a granito la debacle. Y tú, más que caer, has efectuado un peregrinaje tan constante a las dunas, que ahora solo puedes contemplar como, gigantescas desde su base, parecen devolverte una mirada gélida.

Ese hielo es lo único que va a mostrarse congelado en este paraje tan desolador como aplastado por un sol de justicia. 

 

Casi podrías jurar que aquí no hay nada que hacer.

La energía, esquiva, drena en su fuga las pocas fuerzas que te quedan.

El aire quema tanto que las cuerdas vocales se sienten en llamas cuando, tratando de gritar, solo logras escupir barro.

¿No afirman que los espejismos nacen en estas circunstancias? 

 

Por un momento, desde posición elevada, logras hacerte una idea de la inmensidad yerma que te rodea. Te recuerda al mar, tu viejo aliado.

Víctima de un secuestro sin más testigos que el frío desaparecido.

Un cruel espejismo, fabricado por una mente con contraataque claro pero blanco confuso. 

 

Tigre herido.

Esto no va a ir de Mesías.

No va a suponer revoluciones inmortales. 

 

Te agachas y clavas la mirada en el horizonte. Un puñado de arena basta para acariciar tus manos. Como si fueses un Dios del Tiempo balanceando posibilidades. Como si fueses un gladiador ante una nueva batalla amañada. 

 

Mira cuánta arena, te dices casi en voz alta.

Solo estamos en la parte superior del reloj.

Hasta que la última esperanza caiga, a esto aún le falta tiempo de sobra.



El velo secreto

 



A través del velo de no sabes qué, miras atrás.

 

Todo se ha congelado.

Como si de tus manos emergiesen tijeras y escuchases, atronadora, una melodía helada, de pronto parece como si el mundo fuese un lugar puramente mágico.

Un lugar donde las guerras entre individuos o clanes pareciera que pertenecen a otra realidad. Y no lo afirmo por falta de empatía o inconsciencia psicótica.

Lo afirmo porque siento una pena y un dolor que me están desbordando.

No es porque no sienta que la brutal tormenta que a todos nos ocupa me resbale, sino porque lo que están resbalando ahora mismo son gigantescas olas sobre mi pequeña flota de embarcaciones.

Recuerdo los días en los que navegaba solo. Apenas una barquita, en ocasiones lancha y, en otras, barcaza, que buscaban dar con esa ansiada isla perdida que representa el huraño epílogo a esta vida.

 

Miras a través de ese velo desconocido.

 

Atinas a discernir en el horizonte la gran tormenta a la que todos hacen referencia.

Esa especie de necesario protagonismo en la identidad de plebe y realeza, desesperada pobreza y avara opulencia... Escoria camuflada y criminal ventaja.

Un comunismo despiadado que avanza filas, moviendo tormentas mientras gesta huracanes, sin mostrar piedad alguna por los verdaderamente necesitados.

 

¿Necesita ayuda aquél que desea la muerte?

 

Miro a través del velo para descubrirme a mí mismo.

Tal cual, sin capas de cebolla, me parezco a una cascada. 

Despersonalización típica de enfermos sin estabilidad, dicen.

Pero lo cierto es que el agua de mis lágrimas fluye como si se tratase de un inclemente reloj de arena. Contando recuerdos, aflicciones y heridas mientras siente los latigazos.

 

Ahora toca hablar de futuro para contentar al lector.

Toca ensalzar el momento presente.

Aunque el nudo de tu garganta ahogue tus manos.

Aunque solo tengas ojos para la ola gigante que se aproxima desde no tan lejos.

 

No lo haré. No hablaré más que de lo mucho que me duele. De la aflicción inmensa que me arroja la perspectiva.

El velo son las lágrimas. 

¿Es que no lo veis, inconscientes?

 

Las lágrimas del vecino, del familiar, del amigo o el compañero que ya no sabe cómo gritar desde la imposición del distópico silencio.



Tragos a bordo

 



Echas un trago y a volar.

 

Un trago de oxígeno, que bastante se ha estancado el aire de la vida en los últimos tiempos.

Un trago de sol, que bastantes nubes han dirimido el destino de los cielos las últimas jornadas.

Un trago de amistad, directo de esa botella mágica que, medio vacía, parece siempre vender caro su final.

 

Echas un trago y a volar… Con las alas del amor. Un amor que, en cualquiera de sus formas, riega corazones, zurce caminos, favorece vidas y enriquece mundos.

 

Echas un trago y a volar… Con la brújula del convencimiento. Una convicción firme ante la tormenta e intolerante ante la frustración.

 

Vas a emborracharte a tragos de pura esperanza.

Hubo un tiempo en el que el epicentro del laberinto no era más que un magma furioso. Un explosivo cúmulo de ira que lanzaba rabiosas llamaradas al exterior. Pero ahora lleva tanto tiempo callado que roza una extinción con forma de primavera. El infierno se ha tornado en campos que peinan las laderas de las frondosas montañas de tu ilusión. Atrás dejas el purgatorio, ese territorio gris y pantanoso.

La morada de una anaconda gigantesca henchida en tu comportamiento reincidente.

 

Echas un trago con la vista muy puesta en la botella.

 

Vuelve a haber vida a simple vista. 

Sin el filtro de su frío cristal inmisericorde.

Los horizontes recuperan colores olvidados mientras del triste recipiente se alejan vagos ecos de promesas incumplidas.

 

Querrías llorar a moco tendido, para bañar los pañuelos en el alcohol. Para prender fuego a todo ello y hacerlo estallar contra tu infame pasado.

Pero solo es eso ya. 

Retazos de posibilidades calcinadas.

Cenizas de las hogueras del frío.

Ojalá fuese tan sencillo como echar un trago.

Ojalá no hubiese cadenas y poder volar.

 

Aunque aún queda oxígeno, sol y amistad.

Aún quedan esperanzas e ilusiones.

Aún late el amor… Pese a que la gran tormenta parezca querer emerger de la oscuridad, una vez más.



Cansancio

 



¿No estáis cansados? 

 

Las aguas tranquilas de este lunes esconden todo aquello que no se desea ver. Pero la verdad es que ni es cosa del lunes ni del año, ni de las circunstancias puntuales ni de la época.

Me decía una gran amiga que todo suele fluctuar cual marea. Incluida la misma amistad.

Yo creo que lo que en verdad ocurre es que rezamos por que suba la marea. Por cubrir rápidamente el iceberg de nuestras miserias para poder adular la vida mediocre que, irónicamente, tanto criticamos.

Un pozo de mierda recubierta por los bien sabidos escudos. Que si solo son redes por aquí... Que si la vida es dura para todos por allá...

Al final, solo importa ese núcleo del que es eje uno mismo. Es tal el estado de terror, tal el abuso de maquillaje matutino, que toda la base de pesadillas, confesiones, vulnerabilidad y necesidad queda relegada a la base del iceberg de quien en verdad somos. 

 

¿No estáis cansados? 

 

No lo pregunto. Lo advierto.

Porque si el mar se desvanece, si el mundo cambia hasta revelar los verdaderos rostros... Entonces nuestros icebergs se desharán en la ciénaga. El mismo pútrido lodazal que se alimenta de las envidias, el cinismo y la brutal hipocresía con los que muchos enarbolan estandarte en la cima de sus malditos castillos. 

 

¿No estáis cansados? 

 

El mundo que se desintegra sí.

El universo que nos da la espalda también.

Y eso que aún no llega el azote justiciero. Los grilletes por lo forjado y las cadenas de lo perpetrado. 

Pero es preferible revolcarse, en secreto y como cerdos, ante los malos sueños de la propia conciencia, que salir adelante con corazón sincero.