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sábado, 16 de abril de 2022

Áspero ahogo


 


Poco a poco, la arena desciende por tu garganta.

Casi podrías jurar que esto no va a ir de Mesías ni de movimientos revolucionarios. 

 

Qué ironía del destino el que te estés ahogando en el desierto. Mientras esculpías un furibundo oleaje en los paisajes del futuro venidero, él tejía granito a granito la debacle. Y tú, más que caer, has efectuado un peregrinaje tan constante a las dunas, que ahora solo puedes contemplar como, gigantescas desde su base, parecen devolverte una mirada gélida.

Ese hielo es lo único que va a mostrarse congelado en este paraje tan desolador como aplastado por un sol de justicia. 

 

Casi podrías jurar que aquí no hay nada que hacer.

La energía, esquiva, drena en su fuga las pocas fuerzas que te quedan.

El aire quema tanto que las cuerdas vocales se sienten en llamas cuando, tratando de gritar, solo logras escupir barro.

¿No afirman que los espejismos nacen en estas circunstancias? 

 

Por un momento, desde posición elevada, logras hacerte una idea de la inmensidad yerma que te rodea. Te recuerda al mar, tu viejo aliado.

Víctima de un secuestro sin más testigos que el frío desaparecido.

Un cruel espejismo, fabricado por una mente con contraataque claro pero blanco confuso. 

 

Tigre herido.

Esto no va a ir de Mesías.

No va a suponer revoluciones inmortales. 

 

Te agachas y clavas la mirada en el horizonte. Un puñado de arena basta para acariciar tus manos. Como si fueses un Dios del Tiempo balanceando posibilidades. Como si fueses un gladiador ante una nueva batalla amañada. 

 

Mira cuánta arena, te dices casi en voz alta.

Solo estamos en la parte superior del reloj.

Hasta que la última esperanza caiga, a esto aún le falta tiempo de sobra.



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