A través del velo de no sabes qué, miras atrás.
Todo se ha congelado.
Como si de tus manos emergiesen tijeras y escuchases, atronadora, una melodía helada, de pronto parece como si el mundo fuese un lugar puramente mágico.
Un lugar donde las guerras entre individuos o clanes pareciera que pertenecen a otra realidad. Y no lo afirmo por falta de empatía o inconsciencia psicótica.
Lo afirmo porque siento una pena y un dolor que me están desbordando.
No es porque no sienta que la brutal tormenta que a todos nos ocupa me resbale, sino porque lo que están resbalando ahora mismo son gigantescas olas sobre mi pequeña flota de embarcaciones.
Recuerdo los días en los que navegaba solo. Apenas una barquita, en ocasiones lancha y, en otras, barcaza, que buscaban dar con esa ansiada isla perdida que representa el huraño epílogo a esta vida.
Miras a través de ese velo desconocido.
Atinas a discernir en el horizonte la gran tormenta a la que todos hacen referencia.
Esa especie de necesario protagonismo en la identidad de plebe y realeza, desesperada pobreza y avara opulencia... Escoria camuflada y criminal ventaja.
Un comunismo despiadado que avanza filas, moviendo tormentas mientras gesta huracanes, sin mostrar piedad alguna por los verdaderamente necesitados.
¿Necesita ayuda aquél que desea la muerte?
Miro a través del velo para descubrirme a mí mismo.
Tal cual, sin capas de cebolla, me parezco a una cascada.
Despersonalización típica de enfermos sin estabilidad, dicen.
Pero lo cierto es que el agua de mis lágrimas fluye como si se tratase de un inclemente reloj de arena. Contando recuerdos, aflicciones y heridas mientras siente los latigazos.
Ahora toca hablar de futuro para contentar al lector.
Toca ensalzar el momento presente.
Aunque el nudo de tu garganta ahogue tus manos.
Aunque solo tengas ojos para la ola gigante que se aproxima desde no tan lejos.
No lo haré. No hablaré más que de lo mucho que me duele. De la aflicción inmensa que me arroja la perspectiva.
El velo son las lágrimas.
¿Es que no lo veis, inconscientes?
Las lágrimas del vecino, del familiar, del amigo o el compañero que ya no sabe cómo gritar desde la imposición del distópico silencio.
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