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domingo, 26 de junio de 2022

El retorno | Cuarto especial para la LC de 'La Cabaña' 2022

 



INTRODUCCIÓN


Salgo del laberinto.

Una vez más.

 

Me concentro. Pronto se dejarán ver mis leales. La tropa conformada por Rectitud, Resolución, Experiencia, Esperanza e Ilusión que jamás me abandonaría. Seguramente, en la parte más oscura de la más negra sombra, Conciencia esté calibrando algún tipo de juicio.

Pero es Selene quien me sorprende desde el flanco derecho.

—¡Vaya si ha estado intenso! — Se seca el sudor de la frente, con los ojos muy abiertos, mientras deja ir su exclamación.

Una segunda voz, llena de desparpajo, dice la suya a mi izquierda.

—¡Aún me pregunto cómo demonios hemos logrado salir de esta!

Arkana me mira, como sorprendiéndose de mi propia sorpresa. Prosigue, escogiendo provocarme como continuación a su intervención: —¿Qué pasa, no esperabas que lográsemos salir contigo?

Apurado, me limito a hacer unos aspavientos con los brazos.

Me siento diferente. Completo sería la palabra. Extrañamente completo, rozando algún tipo de felicidad.

—Maldita montaña rusa. ¡Por poco nos despellejas ahí dentro, Hombre! — No sé si Nadia seca lágrimas de tristeza o alivio. El caso es que lo hace. Me acerco sin pensar y la abrazo con todas mis fuerzas.

Por encima de su hombro, la veo.

Vlad Strange, mágica y radiante, contempla distraída el cielo azul. 

Quiero llegar hasta ella, pero su mirada ensoñadora empuja la mía.

Ahí está, ese azul cobalto de primeros de octubre. El mismo que tan bien combina con la luz de los farolillos.

Ella me sonríe, y con un simple guiño de ojo redirige mi vista hacia Àngels. No dice nada, tan solo asiente, satisfecha y orgullosa.

 

Hay más personas saliendo de las profundidades de la tierra. 

Esa cueva maldita que tanto me asusta.

Merce, Laura, Balta, Ana, Vi, Edgar, Rose... Todos ellos sanos y salvos.

 

—Tu luz los ha guiado. Nos ha guiado a todos... — Las palabras de Rochi me llegan cálidas y cercanas.

 

Alejado de la escena, J. Carlos asiente, casi oculto por la creciente oscuridad de un saliente bajo el cual se encuentra. No está solo.

—Qué cabrón. Al final ha logrado guiarse.

A su lado, Conciencia asiente con solemnidad. 

A ambos se les escapa una creciente sonrisa... Hasta que la carcajada de Experiencia no se hace esperar más.




EL RETORNO


El viejo no apareció por ningún lado. Y no fue debido a que Verónica no esperase.

La joven se sentó junto al fuego hasta que solo quedaron brasas de él. Por mientras, el madrugador sol de la mañana parecía querer colarse por las rendijas de los ventanales cerrados de la cabaña.

«Habrá tenido que ausentarse de improviso...», pensó, mientras agarrando chaqueta y bolso se dispuso a abandonar el lugar que le había servido de cobijo por toda la tormentosa noche.

 

Al pisar el exterior, la pureza del aire que inundó sus pulmones la hizo alzar la cabeza, sonriente. Impolutas e inmensas zonas de nieve virgen decoraban la vista aquí y allá, en los innumerables picos montañosos que la zona presentaba. 

Pero la torpeza de Verónica estaba a la altura de su optimismo. De modo que, trastabillando con la alfombra de la entrada del cobertizo, su mentón terminó por aterrizar en el blanco manto que custodiaba la entrada a la cabaña.

Lo primero que pensó es en lanzar una maldición al aire.

Sin embargo, con la boca llena de nieve, prefirió lanzar una corta carcajada. Al menos la nieve estaba mullida tras tanto caer.

 

¿Te has hecho daño?

 

La voz varonil agarró por sorpresa a Verónica, que, alzando la vista, se encontró con una mano enguantada abierta frente a ella. Sin dudar, trató de agarrarse aceptando la ayuda. 

Pero volvió a comerse un puñado de nieve.

—¡Oh, vamos, maldita sea! Vaya tela. Éramos pocos y alucinó la abuela.

Reía la chica su propia gracia cuando, tras levantarse y sacudirse, cayó en la cuenta de que su mano no se encontraba vacía. Una nota había quedado atrapada en su intento de agarre. Era una pequeña tarjeta de visita.

 


 

 

UNA EXPERIENCIA SIN MAMÁ

 


Me siento perdida. Aunque, al mismo tiempo, mi brújula nunca ha estado más afinada.

Sé que prometí a todos que me mantendría y sería fuerte. 

Pero... ¿Me lo prometí a mí misma?

 

Mamá ya se ha ido. Se que de algún modo no anda lejos, pero que mi teléfono se mantenga en silencio solo representa la punta del iceberg de mi aflicción.

Triste, sí. Algo así debe ser.

Aunque mi nuevo empleo me requiere al doscientos por cien. Mis estudios no van a seguir perdonándome por mucho tiempo. Y mi novio... Bueno, si es que puedo llamarle así, resumiendo.

 

Unas cosas se van para que otras lleguen.

Hay que ver cuánto me ha ayudado esa psicóloga privada en tan poco tiempo.

Normalmente ya estaría perdida en alguno de los torbellinos de los riachuelos de mi mente. Dando vueltas y vueltas, como una tonta...


 

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Poco le costó a Verónica dar con la dirección que ponía en la tarjeta que su alucinación le había proporcionado. Pertenecía a un conocido barrio de su ciudad. El que esta hubiese aparecido, como por arte de magia, tras caminar y caminar por el laberinto helado de regreso, no preocupaba demasiado a la joven.

Lo que sí le preocupaba, ahora que había encontrado un momento de paz y su café con leche dejaba de humear en su afán por ser bebible, era la incómoda presencia de Gregorio.

Pretendiente suyo desde hacía demasiado, en esa fría mañana que rozaba el mediodía, el chaval parecía colocado de algo. Aquello no tenía por qué ser noticia, pero algo en su penetrante mirada hacía sentir a Verónica violada en su intimidad.

Intimidad que, por otra parte, tenía abierta de par en par en la mesa donde había estado escribiendo desde que entró en aquel bar.

Cerró la libreta de golpe, tratando de retar con la mirada a Gregorio.

—¿Puedo sentarme o qué? — Dejó ir el chico, despreocupado. Tenía buen físico. Muy bueno la verdad. Pero su cabeza estaba, si no hueca, llena de algún tipo de mierda.

Cuando Verónica iba a transformar un primer ademán en una clara negativa, aquel tipo ya había tomado asiento y gritaba por cerveza al camarero.

—¿Qué pasa contigo? ¿Un café? ¡Pero si son las doce!

Estaba Gregorio por pedir ronda doble cuando Verónica gritó con todas sus fuerzas.

—¡¡No!!

Sorprendido, el recién llegado miró a su alrededor en primer lugar, claramente avergonzado.

Luego, casi engulló su ira contenida al tragar saliva.

Finalmente, fingiendo recomponerse, inició un discurso claramente cargado de veneno, a juzgar por la pérfida expresión que adoptó su entrecerrada mirada.

—Ya no eres la misma, Vero. En mal momento la palmó la loca de... 

 

El brutal bofetón hizo desaparecer muchas cosas.

Primero, a un Gregorio que, sangrando, se apresuró a salir de allí.

Segundo, a una clientela en la que Verónica, en verdad, ni siquiera había reparado.

Tercero, y por último, la distancia que la separaba de la barra, en la cual se halló sentada frente a un camarero obeso que silbaba distraído una conocida melodía.

En seguida el responsable del lugar reparó en su interés.

—¿La conoce usted? La canción, digo. — Una carcajada fue creciendo desde el interior del simpático sujeto.

—Un buen amigo se encarga de tenerme al día del panorama de rock independiente. — Verónica dijo aquello con orgullo. También sonriente, pues ese cabronazo de Víctor bien merecía una novela de lo raro que era. O varias.

—Un gran amigo, pues. ¿Se encuentra mejor, señorita? Parece que haya recorrido un largo camino.

—Estoy bastante agotada, la verdad. — Tal como Verónica respondió, un longevo bostezo fue naciendo de su interior hasta obligarla a taparse la boca mientras lo sacaba.

 

Mientras el camarero, que resultó llamarse Experiencia, llenaba de nuevo su taza de aquel delicioso café, Verónica se preguntó por qué no había encontrado antes ese lugar.

La taberna, como la llamaba continuamente el camarero regordete, parecía el sitio adecuado para sanar y ponerse en orden. Para distender y conocer. 

Era todo lo que necesitaba justo en ese momento.


FIN


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