Las lenguas que
conforman las llamaradas del calor acarician mi alma
Podría imaginarse esta línea introductoria como un paisaje apocalíptico, en el
cual mi cuerpo yace junto a tantos otros abrasado por las altas temperaturas.
Pero, como todo en la salud
mental, las adicciones y demás miserias humanas, la realidad adquiere tonos mucho
más lúgubres y subliminales.
La realidad es que peino puntualmente
los bares para administrarme dosis, bajas pero regulares, del tóxico.
La realidad es que me revuelvo
por las noches en mi lecho, al que ya empiezo a contemplar como si se tratase
de un auténtico potro de tortura.
La realidad es que la
depresión se consolida, dando brochazos de veracidad al muro de marginación que,
lenta pero constantemente, he ido alzando.
Desgranemos esos aspectos un poco.
¿Por qué sigo tonteando con el
alcohol?
Mi romance con el tóxico data
de más de dos décadas atrás.
Lo canalizo absolutamente todo
a través de él, hasta el punto de no querer vivir sobrio ni un minuto. Lo
demoníaco de su naturaleza me salta a la vista. No obstante, hay algo en mí,
algo autodestructivo, que mora en las sombras de unos pozos cuya sed no parece tener
fin.
Soy consciente de que mantiene
atada a mi imaginación, anula mi creatividad y alimenta la procrastinación.
Aunque, por otro lado, dibuja
en mi rostro esa sonrisa amarga que solo los alcohólicos conocemos bien.
Es la última risa de un payaso
moribundo.
La chispa que ilumina la
mirada del Joker.
Esa carcajada cómplice que,
desde la oscuridad, te dicta los males del mundo que te rodea. Que te anima a
disfrazarte y pasar desapercibido, cuchillo verbal en mano. Que te abraza como
si mil agujas te atravesasen, para susurrarte que sólo ya estás bien.
Una soledad que a buen seguro pudrirá
tu alma.
¿No es esa la esencia del
mundo al que perteneces?
Es turno de la segunda parada
en el desgranamiento de mi realidad.
¿Por qué los sueños se tornan
tortura?
El campo de lo onírico escapa
totalmente a nuestro control.
“Se mira, pero no se toca”,
elevado a “se mira, se siente, se sufre y se hereda, pero no se posee”.
Se mira lo que tu subconsciente
tenga a bien mostrarte. Hilvanado con las delicias de una mente peliculera, el
hilo conductor de los sueños mantendrá en suspense todo el terror, el
romanticismo, el drama y la tragicomedia que tenga guardados en su chistera.
Uno podrá sentir escalofríos
de puro pavor al ver a ancianas arrastrase sobre su torso de piernas amputadas.
Podrá sentir el hormigueo en el estómago que proporcionan esos besos selectos
que tanto creemos poder experimentar y que, en verdad, tan poco saboreamos.
Podrá llorar ante pérdidas presentadas con mimo cruel, y prácticamente
despertarse ante absurdidades con la que la mente regará el conjunto.
En medio del periplo, quizá cierto
sonambulismo nos sorprenda secándonos el abundante sudor en plena oscuridad.
Sin embargo, es la semilla que
los sueños dejarán en nosotros lo que más desconcertará.
El eco de lo perdido, de lo que
nunca ha existido, y que quizá nos haya reportado más intensidad que todos
nuestros anteriores meses de vida.
En mi caso, considero una tortura
haber de sufrirlos en cantidades exorbitantes cada noche.
El que en su mayoría sean
vívidos, apoyados en parálisis y terrores.
El que en su mayoría me
aporten salvación, para luego arrebatar toda esperanza.
Finalmente, llegamos a la tercera
parada del análisis.
¿Es el aislamiento una sabia
elección o simplemente una consecuencia del dolor?
Leyendo las crónicas de otros compañeros
afectados por diferentes patologías, concluyo lo segundo.
La soledad no tiene porque resultar
una enemiga. De hecho, ni siquiera el concepto de la soledad en sí misma es fácilmente
valorable.
Es más que conocido el hecho
de que uno puede sentirse mísero rodeado de gente, y afortunado al lado de la
persona adecuada.
Igualmente conocida resultará
para el lector la imagen del tigre herido, agazapado y a la defensiva.
Creo que vivimos en un mundo
hiriente.
Un mundo con sed de aplastar,
de herir gratuitamente si no hay castigo de por medio.
Es por eso que los enfermos
mentales y los toxicómanos erigimos auténticas murallas entre el mundo exterior
y nosotros.
Conocida o conocidas ya a las personas
adecuadas, resulta natural el hecho de agazaparse y defenderse del resto. Enfermizo
como la herida misma que padecemos, pero natural al fin y al cabo.
Ya del caminante dependerá el ignorarnos
o decidirse a atacarnos o acariciarnos.
Por el momento, esta serie divagaciones
conforman un ensayo a medio camino.
Atrás, un arranque con ilusión
en busca de la conquista de la estabilidad maníaco depresiva.
Delante, meses de frío y
trabajo. Amor y amistad.
En este mismo instante, a las
tres de la tarde de un domingo castigado por la llegada de una ola de calor sin
precedentes, la realidad suda sangre coagulada.
Así siento fluir mis palabras.
Espesas. Infectadas.
Contaminadas.